viernes, 28 de marzo de 2014

CAPITULO 10


Pedro tuvo que luchar para mantener su cuerpo centrado en tomar las cosas con calma. Dentro de su pecho, su corazón martilleaba con alivio.
Paula aun podía estar enojada por el pasado, pero quería esto, aun si lo admitía o no.
Como él, no podía negar la atracción entre ellos, la atracción física. Sí, lo que había hecho para conseguir que estuviera aquí era un poco retorcido, pero lo importante fue que estaba en lo cierto. Todavía lo deseaba tanto como él a ella. Mientras pudiera recordarle eso, con suerte, el resto iría de la misma manera.
El agarre caliente de su cuerpo lo trajo de vuelta de sus oscuros y preocupantes recuerdos de su cerebro.
El dulce olor de su piel, deslizándose como seda bajo sus manos. Lo suaves y roncos gemidos que escapaban de su garganta. Catalogó todos. Era suya de nuevo, y aunque sólo duraría una hora, la tomaría.
Empujó sus caderas, enterrándose profundamente dentro de su interior, apretado y húmedo. Poco a poco se retiró, observando el deseo aflojarse en sus rasgos mientras se hundía de nuevo. Sus labios, magullados por los besos, estaban ligeramente separados y húmedos, y sus jadeos suaves, calentaban su garganta Pedro sintió que todo su cuerpo serpenteaba más y más fuerte. Las uñas se clavaron en sus costados, y sus muslos se apretaron alrededor de su cintura, su clímax se acercaba al punto de ruptura. Estaba muy cerca también. Demasiado cerca. Preferiría que esto durara toda la noche, pero eso no iba a suceder, no con la forma en que se veía, se sentía y sonaba. No con su sabor todavía aferrándose a sus labios. No con la forma en que su cuerpo reaccionaba al de suyo, codicioso e impaciente.
Las pequeñas puntas de sus senos rozaron su pecho. Bajó la cabeza y tomó uno en su boca, succionando con firmeza, lamiéndolo con su lengua, antes de utilizar sus dientes para rozarlo fuerte. Su espalda se arqueó en una súplica silenciosa por más, por lo que pasó al otro pezón, mostrando la misma atención ferviente.
—¡Oh Dios! Pedro.
Una pequeña fisura de emoción corrió por su espina dorsal detrás de sus palabras. La urgencia lo empujó a acelerar, pero Pedro luchó por el mayor tiempo que pudo. Trabajó con su mano entre sus cuerpos humedecido por el sudor y encontró su clítoris hinchado con el pulgar, aplicando una presión firme mientras lo movía en pequeños círculos.
Una mano voló hasta alcanzar la parte posterior de su cuello mientras que el otro puño estaba en la sabana. La barbilla de Paula se inclinó hacia atrás, dejando al descubierto la larga línea de su pálida garganta. Sus ojos se cerraron y gimió profundamente.
Su coño se apretó alrededor de su polla. La increíble sensación causó que manchas blancas bailaran en la periferia de su visión. Pedro abandonó la lucha por mantener su propio orgasmo a raya, siguiéndola hasta el borde.
Equilibró su peso en sus antebrazos mientras recuperaba sus sentidos, presionó su rostro contra la bella maraña de pelo de Paula. Olía a hojas de menta fresca. Su piel olía incluso mejor, a nada, pero a una dulce y caliente mujer.
Suspiró y levantó la cabeza para mirarla, esperando a ver cuál sería su reacción, ahora que la fantástica reunión de sexo había terminado. Cuando le dio una leve sonrisa, la ansiedad apretada en su pecho se moderó, pero no desapareció por completo. Retiró su cuerpo y se puso boca arriba, con la mirada perdida en el techo hasta que reunió la energía para levantarse y botar el condón.
Rápidamente se limpió y apagó la luz del baño. Cuando volvió a entrar en el dormitorio, Paula se sentó en el borde de la cama abrochándose el sujetador. El resto de su ropa estaba todavía en el vestíbulo, junto a la de él.—¿Tienes hambre? —Se sentó a su lado—. No me tomaría mucho tiempo improvisar algo para nosotros.
—Aún tengo que terminar de lavar ropa. —hizo una mueca, después de murmurar la excusa para no quedarse. Esa no era la razón por la que quería irse, pero Pedro no iba a presionarla con más fuerza. Si tenían que hacerlo en pequeños pasos, entonces así sería. Aunque lo que acababa de pasar se sentía más como un gigante salto de una cornisa de diez pisos.
Intentando ocultar su decepción, se puso de pie de nuevo. —Traeré nuestra ropa.
Cuando regresó, le preguntó—: ¿No estás molesta conmigo por mentirte para que vinieras aquí? —Tomó su ropa, y él se metió en sus pantalones vaqueros.
—Después de lo que acabamos de hacer, no creo que tengo derecho a estarlo. —Sus ojos se dirigieron a su torso antes de encontrar su rostro—. Por lo menos encontraste una excusa con bastante rapidez. La mentira que es esto. Supongo que estás haciendo algunos progresos en ser honesto.
Ouch. —Está bien. Me merezco eso pero, ¿Cuánto tiempo vas a seguir castigándome?
Comenzó señalando con su ropa. —No es mi intención castigarte, Pedro. O tal vez lo es, no lo sé. Sólo necesito que me digas por qué me dejaste como lo hiciste. Es la única manera en la que voy a enterrar finalmente todo este viejo dolor, ponerlo detrás de mí para siempre, y quiero desesperadamente hacer eso. —Parpadeó, alejando un brillo de lágrimas y se alejó de él, recogiendo sus zapatos antes de salir de su habitación.
Pedro la siguió, su corazón latía con tanta fuerza que pensó que podría romperle una costilla. —Paula, escucha. Te diré por qué me fui... Yo solo... —Se detuvo en seco y lo enfrentó, lista para escuchar lo que tenía que decir. La única cosa era que no creía que pudiera confesar sus cosas en este momento. El pasado era un tema que dolía como el infierno al hablar—. Tenía una razón válida, ¿De acuerdo? Pero es algo que no va a ser fácil que te lo diga.
—¿Por qué no? ¡No entiendo por qué no puedes simplemente decirlo! ¿Has matado a alguien?
—¡No!
—¿Me engañaste con alguna chica y tienes un hijo en alguna parte?
Apretó los dientes y la miró. —Mierda, no. Ni siquiera miré a otra mujer cuando estaba contigo.—Entonces, ¿Qué es? —preguntó, su voz cada vez más fuerte—. Maldita sea, ¡Sólo escúpelo!
—Fue mi familia, ¿Sí? —Sacudió como si la hubieran abofeteado, sus labios se separaron por la sorpresa.
Pedro se tragó la bilis que le subió de la garganta y sacudió la cabeza. —No fui yo ni tú. Fue mi familia, y no tenía más remedio que dejarte. No estoy mintiendo acerca de esto. Y eso es todo lo que voy a decirte esta noche, así que solo vas a tener que confiar en mí. Por favor, ¿Al menos puedes hacer eso?
Soltó el aliento entrecortadamente, algo de la tensión en su cuerpo se esfumó, antes de asentir débilmente. —Voy a dejarlo pasar por ahora. Pero si esperas que confíe en ti alguna vez, vas a tener que hacer lo mismo conmigo.
Paula abrió la puerta y salió. Pedro apretó la frente contra la madera fresca, dándose cuenta de que sus días estaban contados. Si quería a Paula de vuelta en su vida para siempre, tenía que sincerarse muy pronto.
De lo contrario, se deslizaría entre sus dedos una vez más como el azúcar. Y ese pensamiento lo hizo enfermarse más.

CAPITULO 9



El placer se extendió a través de su núcleo y hasta en sus pechos mientras bromeó con su clítoris en largos, movimientos de agonía lenta. Quería que fuera más rápido, más duro, pero si hacía cualquier tipo de demanda, Pedro sólo lo utilizaría como excusa para torturarla más. No es que lo que estaba haciendo en ese momento no fuera una verdadera tortura. Oh no, no dudaba de eso. No había nada cruel acerca de la forma en que usaba su ágil lengua. Nada tortuosa sobre la forma en que perezosamente engatusaba su cuerpo hacia el clímax.
Un largo dedo se deslizó dentro de ella, aliviando el vacío adolorido ahí. Su coño se apretó con impaciencia alrededor de la intrusión. La miró y sonrió, su boca brillante con sus jugos. Fue un espectáculo tan erótico, que sus rodillas casi se le doblaron de la embestida de lujuria cruda.
—Extrañaba esto, Paula.
El corazón hizo un pequeño baile gracioso, similar al que había realizado cuando había visto las flores. Dios, también lo había hecho. Lo único que podía hacer era asentir porque tenía algo grueso y sólido que obstruía su garganta.
Pedro bajó la cabeza, cubriéndola con su boca de nuevo. Sus caderas se resistieron cuando rodeó su clítoris con la lengua. La languidez fue repentinamente reemplazada con propósito, su mano se apretó en la mejilla de su culo, obligándola a quedarse quieta para su asalto directo sobre la hinchada y sensible carne.
Todo entre los huesos de su cadera se tensó como una cuerda de arco. Sus pezones se estremecieron debajo de las copas de seda de su sujetador. Paula empujó sus dedos debajo de la tela de seda y se pinchó un poco más duro. Cuando Pedro empujó dos dedos profundamente dentro de ella y cerró los labios alrededor de su clítoris en una dura batalla, se hizo añicos, meciéndose contra su cara mientras que él continuaba, empujando implacablemente su orgasmo cerca del dolor.
Jadeante, con la espalda ahora presionada a ras de la puerta, Paula abrió sus ojos para verlo abrir sus vaqueros. Su pene se arqueó hacia su estómago con orgullo, y lo único que podía pensar era en el vaivén, saboreándolo, envolviendo sus manos alrededor de su longitud y de llevarlo al fondo de su boca.
En cambio, deslizó sus manos bajo su trasero y la levantó.
Envolviendo sus piernas alrededor de su cintura y sus brazos alrededor de sus hombros, Paula le dio un beso, tomando su tiempo para conseguir plenamente reencontrarse con las profundidades y contornos de su sublime boca. A regañadientes, admitió a ella misma que había extrañado sus besos, sus caricias, su todo. Sintiendo todo de nuevo sólo condujo a una realización cómoda, seguido por una fuerte punzada de malestar. ¿Qué iba a hacer con esa información?, no lo sabía, pero ahora no era el momento para considerarlo. Más tarde. Quizás.
Pedro la llevó a través de su departamento, por un pasillo, a una habitación a oscuras. La cama se hallaba revuelta, la habitación fresca. Esas sábanas olían como él. El pensamiento la hizo estremecerse en sus brazos.
—¿Frio? —preguntó.
Paula sacudió con la cabeza.
Puso su espalda en la cama, pero no la siguió hacia abajo con su cuerpo. Ayudó a deshacerse de su sostén, lo arrojó detrás de él en el suelo. Manteniéndose sobre ella en sus manos, la miró pensativamente. —¿Ese orgasmo robo tú voz?
—No —dijo con voz ronca.
—¿Entonces por qué tanto silencio? Es desconcertante. —Sus ojos hicieron esa cosa arrugada atractiva en las esquinas mientras se burlaba de ella.
Paula extendió la mano para tocar su boca. —Soy capaz de decir algo completamente diferente a mí misma en momentos como estos.
Bajó sus dedos, sus labios se curvaron. —Lo recuerdo.
—¿Lo haces Pedro?
—Sí. —Le besó los dedos, luego la dejó por un momento para pescar un condón de una caja en el cajón de su mesita de noche. Una caja sin abrir, señaló, y le dio una tonta emoción egoísta. Tan pronto como lo tenía, se arrastró sobre su cuerpo, instando con el suyo aún más para meterse a través de la cama—. Me acuerdo de todo.
Oh, no. Eso iba sacudir sus cimientos, las cosas que le diría.
Se colocó entre sus muslos, deslizando una mano sobre su cadera hasta sus costillas, la expresión de su rostro era casi reverente mientras contemplaba su cuerpo. —Tus sonidos, tu sabor y olor. Esas pequeñas cosas, como el amor a la jalea de fresa en las galletas saladas. La forma de jugar con tu cabello mientras estas absorta en un buen libro. Como escribes esas largas listas de tareas, y luego no haces nada de la lista.
—Dejé de hacer eso —dijo. El hecho de que realmente recordará esas pequeñas cosas insignificantes, hizo que le doliera el corazón.
Su polla dio un empujón a su entrada, encendiendo una pequeña hoguera. —Todavía recuerdo cómo te veías la primera vez que hicimos el amor, con tus ojos muy abiertos de asombro y tu piel perfecta.Paula giró la cabeza hacia un lado y cerró los ojos, pero Pedro no la dejaría escapar de los recuerdos agridulces. Tomó su mandíbula en la mano y la besó con fuerza. Cuando finalmente empujó dentro de ella, sus ojos se abrieron para tomarlo a él. Oh sí, también recordaba esto, lo bien que eran en el sexo, lo bien que encajan entre sí, lo maravilloso que se sentía.
—¿Cómo podría olvidar esto, Paula? ¿Cómo podría olvidar algo de esto?
No respondió, porque no podía. La había atrapado debajo de él y la tomó con dulzura, deseo y recuerdos. Y como si hubiera sido ayer, todo llegó de golpe. Tenía un punto, lo sabía, demostrándole que el tiempo no había apagado la profunda conexión que alguna vez habían tenido Cuando Pedro empezó a mecerse en su cuerpo, el placer la atravesó, y la mente de Paula se vació.