Paula se desenroscó del nudo en el que se había colocado y se movió más cerca del borde del sofá, estirándose para tomar una de las manos de Pedro entre las suyas en una muestra silenciosa de apoyo.
Tomó una respiración profunda y comenzó a hablar.
—Alrededor de un mes antes de que dejara Atlanta, Sonia llamó una noche llorando. Dijo que su mejor amiga, Emilia, había estado quedándose a dormir demasiado porque sus padres estaban teniendo algunos problemas con su matrimonio. Emilia tenía quince en ese tiempo, un año mayor que Sonia, pero de alguna manera en el mismo grado. Así que una de las veces que Emilia se estaba quedando a dormir, Sonia se despertó durante la noche, y Emilia no estaba en la cama. Fue a buscarla, la encontró en la cocina con mi papá. Sonia dijo que él… estaba besando a Emilia en la boca, y que tenía su mano debajo de su blusa. —Pedro se aclaró la garganta, mirando sus manos juntas—. Sonia salió corriendo de la cocina, completamente asustada de lo que había visto. Emilia subió, dijo que no era gran cosa, y que por favor no le dijera a nadie. Al día siguiente mi papá la lleva aparte y le dijo que sabía que fue inapropiado, pero que sólo había pasado esa vez, sólo un beso y un toqueteo, nada más. Le rogó que no le dijera a mamá porque sólo la molestaría, y le prometió que no pasaría otra vez. Me llamó preguntando qué hacer. Pensaba que si delataba a papá, el matrimonio de mis padres se derrumbaría, y Emilia estaría mortificada y la odiaría, también.
—¿Qué le dijiste que hiciera?
—Le dije que tenía que decirle a mamá, no importa lo que papá dijo, y que Emilia ya no debería estar alrededor.
—Supongo que no tomó tu consejo.
—Esperó demasiado tiempo para decidir. En el momento en que encontró el coraje para decir algo, ya era demasiado tarde. En retrospectiva, no debería haberlo dejado a su manejo. Debería haber llamado a mamá yo mismo al día siguiente y decirle: "Mira, algo está pasando con mi padre y la amiga de Sonia, tienes que enfrentarlo". Pero no lo hice. Lo dejé en manos de Sonia, una chica de catorce años, y eso fue estúpido y equivocado. Supongo que pensé que todo el mundo sólo lo negaría, basado en lo que Sonia me había dicho. Y estoy seguro que parte de mí quería creer que mi padre, ese hombre que había buscado hace tantos años, era incapaz de hacer algo tan horrible.
—¿Cómo lo atraparon?
—Los padres de Emilia descubrieron que algo estaba mal con su hija, y cuando le preguntaron se derrumbó y les contó todo. Papá fue arrestado y acusado de asalto sexual a un menor bajo la edad de dieciséis años. Mi papá tenía una posición de alto rango en una de las corporaciones más grandes de Birmingham, así que por supuesto fue despedido inmediatamente de su puesto de trabajo. La empresa no podía permitirse el lujo de tener su nombre unido a un escándalo, lo cual es comprensible. Mientras tanto, mi madre estuvo al borde de un ataque de nervios. Los honorarios legales eran astronómicos. Iba a través de sus ahorros, y estaba siendo rechazada por todo el mundo que había conocido. No importaba que no supiera nada acerca de lo que estaba pasando. Para los de afuera, era tan culpable como mi padre. Incluso mis abuelos paternos negaron ayuda financiera. Mis abuelos maternos están muertos, por lo que no quedaba nadie que pudiera ayudarla y a Sonia de sobrevivir al maldito desastre que papá creó.
—Excepto tú —dijo Paula simplemente.
—Bueno, en ese momento estaba luchando contra mi conciencia. No se trataba de lo que papá hizo, que estuvo mal, no hay duda. Merecía ser castigado con todo el peso de la ley. Con lo que luchaba era con aceptar la responsabilidad de sacarlas del lío, el cual cayó únicamente en mis hombros. Una parte de mí reconoció lo inevitable, pero el resto siguió orando por un milagro. Mis clases fueron pagadas hasta el final del semestre. Tenía un poco de dinero en ahorros. Después tener que solicitar becas y préstamos estudiantiles para terminar de pagar por la escuela, pero bueno, era factible. Entonces, una tarde me encontraba en la sala de estar estudiando para un examen. Habías ido a la cama, y Sonia me volvió a llamar, histérica. Mamá tragó una botella de píldoras, y había sido trasladada de urgencia al hospital. Mi hermana de catorce años estaba a ciento cincuenta kilómetros lejos de mí, sola, aterrorizada y... —Pedro parpadeó lejos el brillo en sus ojos mientras Paula le apretó la mano—. Se sintió como si el suelo abandonara mis pies. De repente estaba sin opciones.
Levantó la mano a su boca, presionando sus labios en los nudillos. —Me puse de pie junto a la cama viéndote dormir mientras corría a través de todos los escenarios que se me ocurrieron. Ninguno de ellos funcionó, así que me fui.
—¿Por qué no me despertaste?
—No sabía qué decir. Estaba furioso y avergonzado por lo que mi padre había hecho. Y luego, encima de eso mi mamá derrumbándose. Mi familia se caía a pedazos, y no sabía cómo repararla.
—Podríamos al menos haber hablado de ello, tratar de resolverlo juntos.
—De eso se trata, cariño. Mi vida había sido girada de arriba a abajo. No había opciones para mí, pero tú las tenías. Un futuro brillante.
Trabajaste tan duro para entrar en la escuela de medicina, y no iba a echar a perder todo eso. No podía hacerte eso. Sabía que mi salida iba a herirnos demasiado, pero al menos era un corte limpio. Te dejé sin distracciones.
Paula dio un apretón a su mano y se deslizó en el sofá, envolviendo sus brazos alrededor de ella. —Entiendo por qué lo hiciste ahora —susurró, con la garganta hinchada por la emoción.
—Creo que nunca sabrás lo difícil que fue para mí salir de tu vida, Paula. Cogí el teléfono una docena de veces esa noche cuando regresé a Birmingham, pero seguí recordándome a mí mismo que era lo mejor. Que te merecías algo mejor. Estarías confundida cuando despertaras, y más tarde enojada, probablemente me odiarías por ello, y luego más decidida que nunca a tener éxito.
Se rió en voz baja. —Tenías razón sobre la mayor parte de eso, pero nunca te he odiado.
—Me odiaba a mí mismo lo suficiente por nosotros dos. Créeme cuando digo que hubo unos años autocompasivos en los que no te habría gustado estar cerca de mí. Bebía demasiado, despreciaba al mundo, incluso conseguí una o dos peleas a puñetazos antes de arañar mi camino a través de la amargura, decidido a vivir por mí mismo de nuevo algún día.
—¿Qué pasó con tu familia?
Suspiró contra su cabello. —La versión resumida y detallada es que papá fue a la cárcel, mamá se recuperó, ella y Sonia, recibieron consejería y prácticamente perdieron todo lo que tenían. Vendí mi carro por algo más barato, alquilé un modesto apartamento de tres habitaciones, dos trabajos para pagar las facturas, y me encargué de mamá y Sonia.
—Uno de esos trabajos fue en un restaurante. Trabajé de personal en la cocina y descubrí en el camino que era un muy buen chef, y que era algo que realmente disfrutaba. Me las arreglé para conseguir un trabajo como sous chef en uno de los restaurantes más de moda de la ciudad. Luego, el año pasado Mateo vino a cenar y mi jefe estaba fuera esa noche. Era el bastardo con suerte que llegó a su encuentro. Con una botella de vino, hablamos de comida y el futuro. Cuando mencionó que planeaba abrir un restaurante en Atlanta, le dije que me moría de ganas por volver aquí. Hace cuatro meses, recibí una llamada suya, y era el momento perfecto para mí, para finalmente hacer el cambio.Sonia está terminando su último semestre de la universidad y haciéndolo bien por su cuenta, mamá está mentalmente sana otra vez. Se trasladó a Mobile para estar más cerca de su hermana.
—¿Qué paso con la chica… Emilia?
—Lo último que supimos era que estaba asistiendo a la Universidad de Auburn.
—¿Y tu padre?
—Él y mamá se divorciaron un año después de que fue a la cárcel. No he hablado con él en más de tres años, e incluso cuando hablábamos, era difícil. Le escribe a Sonia de vez en cuando, pero no tengo nada que decirle.
—Estoy segura de que se arrepiente de lo que hizo, Pedro. Terminó costándole todo.
—Tarde o temprano encontraremos nuestro camino hacia el perdón, pero, sin embargo no estoy listo todavía.
Paula se sentó de vuelta, jugando con los botones de su arrugado zapato oxford. —Espero que puedas perdonarme por ser tan malvada contigo la primera vez que apareciste en mi sala de emergencias.
Tomó su cara entre sus manos y la besó, tomándose su tiempo, asegurándole con su boca que todo fue perdonado. Cuando rompió el beso, ella le persiguió por otro. Sus dedos trabajaron en los botones de su camisa, liberándolos uno por uno, hasta que se vio obligado a soltarla para que pudiera empujar el material de sus hombros. Pedro se sacó las mangas, luego metió sus manos en el dobladillo de su camiseta. Ahora ambos estaban medios desnudos, la empujó hacia atrás en el sofá, cubriendo su cuerpo con el suyo. Paula suspiró, haciendo espacio para él entre sus piernas.
La barba áspera en su mandíbula se sentía deliciosa contra su piel mientras besaba su cuello, la clavícula, abriéndose paso lentamente por su pecho hacia su seno. Resopló con decepción cuando él levantó la cabeza, apoyándose en sus antebrazos. Nunca había visto sus ojos tan cálidos y azules, como el agua del océano en los trópicos.
—Te amo, Paula. Nunca me detuve. Era la esperanza de encontrarte de nuevo lo que me mantuvo pasando por lo peor de los últimos ocho años.
Se mordió el labio inferior para reprimir su necesidad de temblar. — Te amo, también. Tal vez… muy en el fondo, sabía que no habíamos realmente terminando.
Pedro sonrió y besó la comisura de su boca. —Nunca terminaremos. Quiero envejecer y arrugarme con tu culo testarudo.
—¿Seguirás haciéndome magdalenas de chocolate cuando tengamos ochenta?
—Bebé, incluso voy a dártelas de comer con la mano.
FIN
Unas cuantas horas después, estaba tocando el timbre de la puerta de Paula. Dio un paso atrás así lo podría ver por la mirilla. Fue una eternidad antes de que hubiera algún sonido en la otra parte de la puerta, pero los cerrojos no sonaron o fueron quitados rápidamente. Juró que podía escucharla respirar a través de la barrera que los separaba.
Acercándose a la madera, dijo—: Abre la puerta, cariño.
Retiró los cerrojos y la abrió. Cuando Pedro entró, presionó su espalda contra la pared detrás de la puerta y dejó ir la perilla. La aseguró antes de girarse hacia ella otra vez.
Paula se desplomó como un acordeón.
Era difícil de creer que un ser humano pudiera lucir tan pequeño y frágil, aun así ahí estaba, curvándose a sí misma como si el simple aire alrededor suyo fuera demasiado pesado para aguantar. Enterró su cara en sus manos. Sus hombros comenzaron a sacudirse con silenciosos lloriqueos.
Pedro se agacho enfrente de ella y alejó sus manos. Había demasiada angustia en sus húmedos ojos verdes que él casi lloró, también. —Oh, bebé. Ven aquí.
Se tiró a si misma contra él, casi derrumbándolo hacia atrás. Pedro se sostuvo, trayéndola con él, luego la levantó y la cargó hacia el sofá. Gentilmente la depositó en una esquina.
—Creo que necesitamos una bebida fuerte —murmuró, el “necesitamos” en esa oración siendo él mayormente, pero ella probablemente no rechazaría una.
Pedro raramente bebía algo más fuerte que la cerveza, pero en este caso particularmente necesitaba algo mucho más fuerte. Recordó haber visto una botella de vodka enterrada en la parte trasera del congelador de Paula, congelado por encima, y mitad escondido detrás de alguna horrible cena congelada. Tomó dos vasos, agregando unos cuantos cubos de hielo a cada uno, y llevándolos junto con la botella helada de vuelta a la sala.
—Lo siento mucho, Pedro —dijo, luego aspiró mientras más lágrimas caían en sus pálidas mejillas.
Echó una saludable porción del licor en el vaso y se lo pasó. —Necesito saber por qué te estás disculpando.
En vez de sentarse a un lado de ella, se sentó en frente en un pesado baúl de madera que usaba como mesita de centro, engullendo un trago de su bebida. El alcohol quemó el camino a su estomago, pero el estremecimiento debajo de su piel subsistió.
Paula miró hacia el vaso en sus manos, golpeando un lado con su uña. —Engañé a Tamara en el juego. Ella estaba siendo agradable…
—Ya sé sobre esa parte —dijo Pedro—. Mateo me dijo eso más temprano esta noche, se quebró y le dijo lo que te había dicho.
Restregó su frente. —Dios, soy una persona horrible por ponerla en esa posición. ¿No está enojado con ella, o si?
—No, están bien. Estaba más preocupada sobre nosotros.
—Estoy preocupada sobre nosotros, también —dijo, su labio inferior temblando.
El corazón de Pedro se apretó. Se acercó para limpiar una lágrima de su mejilla. —Estaremos bien, cariño, después de esta noche.
Asintió levemente. —Ya que sabes lo que le hice a Tamara, supongo que también debería decirte que busqué en google el nombre de tu papá ayer, pero no pude leer los artículos del periódico que aparecieron.
Tomando el resto de su bebida, Pedro bajó el vaso y frotó sus manos juntas entre sus rodillas. —¿Y qué palabras viste cuando los artículos aparecieron?
Paula se recolocó en el sofá, parecía haber un poco de calma, ahora que estaban hablando. —Vi algo sobre… ataque sexual a una menor. Dejé de leer después de eso. —Hizo un gesto de dolor, parpadeando más lágrimas—. Por favor dime que no fue Sonia, no que mengue la seriedad del crimen para nada.
Muchas veces se había preguntado si alguna vez sería capaz de dejar en el pasado el desastre de sus padres de una vez por todas. Cuando había visto a Paula esa primera noche en el hospital la esperanza floreció dentro de él, su luz al final de cada túnel largo y rocoso. Era lo que había estado extrañando, lo que había estado esperando encontrar otra vez, pero pudo haber ido muy mal también. Afortunadamente, no lo fue. Su plan de recordarle lo que alguna vez fue para cada uno había funcionado, su conexión aún fuerte un poco deshilachada al principio.
Había pasado por el infierno para llegar a donde estaba ahora, y merecía ser capaz de finalmente relajarse, tomar un respiro profundo y tener lo que quería en vez de hacer lo que su familia necesitaba. No había ni un arrepentimiento sobre la manera que manejó las cosas. La vida siempre iba a arrojar obstáculos que tenías que vencer. Pero teniendo el amor de Paula se sentiría como una exoneración.
—No fue Sonia. —Frotó su rodilla—. ¿Crees estar lista para escuchar el resto?
Asintió.
—Entonces, es momento de llenar los espacios en blanco.
Pedro estaba molesto.
Paula no contestaba su teléfono, no regresaba sus llamadas. Respondió a sólo un mensaje de texto la noche anterior, diciendo que estaba exhausta y que lo vería en “unos cuantos días”.
Entendía que trabajaba largas horas y que quizá tendría que recuperar el sueño eventualmente. Tenía un trabajo duro, y tenía el mayor respeto por ella y por toda su carrera en la salud en general. Honestamente, se preguntaba cómo se las arreglaba para permanecer cuerda con todos los horrores que veía diariamente.
¿Pero unos cuantos días?, ¿Qué jodidos significaba eso?
Tan pronto como pudiera salir del restaurant más tarde esa noche, lo descubriría. Personalmente.
—Pedro, ¿Tienes un minuto? —le preguntó Mateo antes de que el ajetreo de la cena comenzara.
—Seguro. —Pedro colocó el cuchillo que estaba usando a un lado, limpiando sus manos con una toalla.
Mateo lideró el camino a su oficina estrecha y abarrotada, y cerró la puerta detrás de él. Pedro se colocó contra un archivero mientras Mateo se sentó en su silla detrás del escritorio.
—¿Qué pasa? —preguntó Pedro.
El suspiro pesado de Mateo no era un buen presagio para lo que sea que estaba a punto de decir. —Tamara se quebró esta mañana y me dijo que algo se le salió sobre tu madre con Paula en el juego de beisbol el domingo.
Frunció el ceño, repasando las noticias de Mateo en su cabeza. —¿Cómo…?
—¿Lo sabe Tamara? —preguntó Pedro, y Mateo asintió—. Después de que te conoció, le conté la historia, nunca esperando que alguna vez conociera a Paula y se llevaran tan bien. Lo siento, amigo.
—Está bien —dijo Pedro distraídamente—. ¿Qué le dijo a Paula exactamente?
—Estaban hablando sobre el gran tipo que eres, y Tamara dijo algo sobre que efectivamente eres demasiado dulce para todo el infierno que tu familia te hizo pasar. Supongo que Paula debió haberle… seguido la corriente, así que Tamara pensó que sabía todo. Cuando mencionó el intento de suicidio de tu madre, Paula cedió y admitió que aún no sabía nada.
—Hijo de perra. —Pedro se sentó en la esquina del escritorio de Mateo, frotándose la cara.
—Ha estado carcomiéndose a Tamara, preocupada sobre los dos, y si causó algún problema.
—Esto de hecho como que explica unas cuantas cosas —murmuró Pedro. La sonrisa tensa que le había dado el día del juego, la manera peculiar que actuó después de eso, el maratón de sexo después de la cena esa noche, ahora evitando sus llamadas. Esta era exactamente la cosa que Pedro quería evitar, su lástima, pero era su culpa por retardar lo inevitable por tanto tiempo.
—¿Elle le dijo algo más?
—No. —Mateo negó con su cabeza, mirando a Pedro directo a los ojos—. Le pidió a Paula que fuera paciente contigo, eso es todo.
Era el turno de Pedro de suspirar pesadamente. —Y lo ha sido. Más de lo que merezco.
—Fue una experiencia de mierda, Pedro, y fuiste mejor hombre que la mayoría por como lidiaste con eso. Puedes estar orgulloso de ello, aun cuando te costó demasiado. Está de vuelta en tu vida otra vez, y es probablemente el momento de que le digas todo, así ambos lo pueden dejar atrás de una vez por todas.
Pedro asintió determinadamente.
Tiempo de asumir las consecuencias.
Las pocas veces que había visto a su familia, siempre le habían parecido muy felices, mental y físicamente saludables, aunque el abuso podría estar oculto también. Se había hablado de viajes de esquí en Colorado y vacaciones en la playa en Florida, y Marta había querido visitar Paris por su vigésimo quinto aniversario de boda. Sonia había hablado incesantemente acerca de los chicos y, posiblemente, convertirse en maestra algún día.
El padre de Pedro —Dios, ¿Cómo se llamaba? Daniel, ¿Verdad?— Era más reservado que su esposa e hijos, pero educado, sino un poco pretencioso de tener dinero. Si no recordaba mal, estaba bastante en lo alto de la escalera de alguna compañía de Fortune 500 en Birmingham. Su vida en ese entonces tenía todos los ingredientes del sueño americano: salud, la riqueza, la felicidad. No había grietas visibles.
¿Qué había pasado con ellos?
Cuando Elena pasaba, Paula la llamó—: ¿Tienes algún momento para tomar un café?
Elena miró su reloj. —Siempre tengo tiempo para el café, especialmente cuando tú me lo compras.
—Vamos a sentarnos afuera —dijo Paula.
Una vez que tuvieron sus cafés y estaban sentadas en un banco de piedra en la zona de descanso al aire libre, Paula decidió contarle su dilema a Elena. —Necesito hablar con alguien.
—Pensé lo mismo.
Paula frunció el ceño. —¿Cómo es eso?
—Bueno, para empezar, que rara vez me pides sentarme al aire libre durante un descanso, y por otro, la pila de archivos en la que has estado trabajando durante la última media hora no ha disminuido…
—Es molesto cuan observadora eres —dijo Paula graciosamente, pero sin malicia real.
Elena se encogió de hombros. —Alguien tiene que mantener a los doctores a raya.
—Entonces —dijo Paula—, este gran secreto de Pedro está lentamente volviéndome loca. He intentado muy duro sacarlo de mi cabeza, y estaba haciendo un trabajo bastante bueno, también, hasta que conocí a unos amigos suyos. El Domingo... vinieron e inadvertidamente me dieron un poco de información. Ahora es todo lo que puedo pensar. Estoy bastante seguro de que he llegado a mi límite, Elena.
—Espera, retrocede un segundo. ¿Cuál es la información que obtuviste?
Paula se frotó la parte posterior de su cuello, incómoda por decirle a Elena los magros trozos que conocía hasta el momento, a pesar de que mantendría su conversación confidencial. Además de eso, ¿A quién iba a contárselo? Tal vez estaba preocupada de que Elena pensaría mal de ella por ser tan confabuladora. Una dura palabra, pero así es como Paula sentía que se había comportado con Tamara.
—Bueno, Pedro finalmente me dijo que su partida tuvo algo que ver con su familia, pero eso es todo lo que me dijo. Y para ser justos, me di cuenta de que le dolió solo decirlo, así que retrocedí. Pero luego este domingo hice algo verdaderamente horrible. —Miró a Elena, y esta hizo un gesto para que continuara.
—Estaba teniendo esta conversación con alguien, la amiga por asociación, qué sabe lo que pasó, y como estoy con él pensó que lo sabía. Pero entonces dijo algo sobre la madre de Pedro tratando de suicidarse, como resultado de lo que hizo su padre y yo... hice un ruido que prácticamente delató que no sabía nada.
—Oh Jesús, Paula.
Paula bajó la cabeza. —Lo sé. Soy una persona horrible, lo entiendo, pero aparte de mi naturaleza podrida, ¿qué hago ahora?
—No, no me refiero a lo que hiciste fue horrible. Un poco deshonesto, tal vez, pero con tu historia pasada con Pedro, creo que es perdonable ¿Su madre intentó suicidarse?
—Al parecer.
—Pobre chico. Sea lo que sea que su papa hizo, debió ser terrible.
—Confía en mí, he pasado por todas las situaciones que se me ocurren por la cabeza por lo menos cien veces.
—Realmente no es bueno para ti que estés distraída en el trabajo —dijo Elena, no es que Paula no era muy consciente de esto ya.
Miserablemente, Paula dejó caer su rostro en sus manos. —¿Qué hago, Elena?
—Tienes que decirle.
—Pero decirle que ¿Qué engañé a la novia de su mejor amigo por información? Se pondrá furioso conmigo, y con razón.
Elena hizo una mueca. —Oh, no lo sé. Podría encontrar un gran alivio por finalmente sacar eso de su pecho.
—Pero voy a ser la que le obligó a sacarlo antes de que esté listo. Es obvio que es algo traumático, algo que aún le duele.
Paula se puso de pie y se acercó a la baja pared de hormigón alrededor de la zona de descanso. La situación se sentía desesperada, pero ya no sería capaz de ignorarla por más tiempo. La barrera entre el pasado y su futuro parecía tan sólida como la fría pared de piedra en sus caderas. Pedro tendría que haber sido honesto con ella, por más duro que fuera, de lo contrario los porque siempre estarían en el medio como una nube gris sobre sus cabezas. ¿Por qué se fue, por qué no llamó ni escribió? ¿Por qué se había ido por tanto tiempo, por qué no la amaba lo suficiente como para confiar en ella con la verdad?
—No quiero perderlo, no cuando acabo de encontrarlo.
—Él te encontró, ¿Recuerdas? —dijo Elena, dejando caer una mano consoladora en el hombro—. Y si se empiezas con eso, todo va a estar bien.
Paula dejó su café sin tocar el muro. De todos modos se había enfriado. Frío e incómodo.
Las cosas que tu familia hace están más allá de tu control. Entendió que de ninguna manera Pedro era responsable. No afectaba ni en un ápice a la forma en que se sentía por él. Pero todavía quedaba el fantasma del dolor de cuando la había dejado, y con el fin de ordenar su relación, para sentirse enteros y sanos, debían abrirse por completo.
—¿Sabes el nombre de pila de su padre? —preguntó Elena.
—Creo que es Daniel. ¿Por qué?
—Podrías buscarlo en Google, para ver que aparece. La mayoría de las cosas de interés periodístico están Internet. Por lo menos puedes encontrar un artículo en su periódico local. Podría disminuir el deseo de escuchar esto de él. Luego, cuando se decida a decírtelo, no será tan chocante.
—O podría simplemente multiplicar la culpa que ya siento por engañar a Tamara.
—¿Quién?
El ascensor del sistema hospitalario crujía a la vida, trayendo a Paula de nuevo a la sala de emergencia. —No importa —dijo a Elena mientras se dirigía en su interior