miércoles, 26 de marzo de 2014
CAPITULO 6
Pedro iba a molestar jodidamente a Paula.
Ahora estaba claro que ese era su trabajo, exasperarla hasta el punto en que cediera y aceptara verlo. Primero, habían sido las flores, ahora era la comida.
Exactamente a las seis y media de la siguiente tarde, y exactamente el momento en que tomaba su descanso para cenar, tres hombres vestidos en pantalones negros, chalecos negros, y camisas blancas de algodón, entregaron suficiente comida como para alimentar a todo el personal de urgencias. Pero no cualquier comida. No, rindió honor a su herencia preparando pan de soda, estofado irlandés, y una especie de extravagante pastel de manzana para el postre. Incluso ella no estaba tan enterada sobre los platos tradicionales irlandeses.
Paula no entendía cómo podía estar halagada por el espléndido gesto y mortificada al mismo tiempo por el posterior murmullo de sus compañeros de trabajo. Había corrido la voz con bastante rapidez sobre su apuesto pretendiente, gracias a la rabiosa vida de chismes del hospital.
—¿Eres irlandesa? —preguntó uno de los otros doctores, su plato colmado con comida.
Paula lo miró atónita, peleando contra la compulsión de preguntarle cómo incluso se había convertido en doctor. Pero de nuevo, algunas personas viven en sus propios pequeños mundos, ajenas a lo que sucedía alrededor de ellas fuera del ámbito de sus trabajos. Aún así, todo lo que tenías que hacer era echarle un vistazo a ella, el cabello, los ojos, la piel clara, y sospechar que había por lo menos un poco de sangre irlandesa en sus venas. El apellido lo finalizaba bastante con un lindo y pequeño moño.
Señaló con su tenedor a su cabeza y luego su tarjeta de identificación antes de llevar un bocado de estofado a su boca. Y no sabes cuan increíble estaba: rica, tierna y perfectamente sazonada. Probablemente incluso mejor que el que su abuelo Benja solía hacer, y eso era mucho decir teniendo en cuenta que sus recetas se había transmitido a través de generaciones de cocineros irlandeses.
Tan pronto como terminó de comer se puso un suéter y salió con su teléfono. Todavía tenía la tarjeta de las flores con el número de Pedro en ella.
Sonó varias veces antes de que cayera en cuenta de lo tonto que era llamarlo a esta hora. Probablemente estaba ocupado y ni siquiera tenía su…
—¿Te estoy convenciendo? —preguntó, humor coloreando su tono. Había un montón de ruido de fondo al principio, pero luego oyó cerrarse una puerta y se desvaneció en la nada.
—No voy a admitirte nada por el momento. Salvo que has dominado el comercio y que estás haciendo muy felices a una gran cantidad de estómagos de personas con exceso de trabajo en este momento.
—Puedo continuar, Paula. O puedes ceder y acordar verme fuera del hospital. Bebidas, cena, una lucha de boxeo. Tú eliges.
—¿Una lucha de boxeo?
—Apuesto a que te gustaría darme unos cuantos golpes.
Paula sucumbió a una risa verdadera, por primera vez desde que había puesto los ojos en él de nuevo, y respondió con honestidad—: Lo haría.
—Entonces vamos a cinco rondas. Incluso te dejaré atar uno de mis brazos a mi espalda.
Eso no debería sonar tan sucio como lo hizo. —El boxeo no es lo mío —dijo, esperando que su voz no sonara ronca de excitación ante el pensamiento de atarlo a la cama y lamerlo. Había pasado demasiado tiempo desde que se había tenido un buen revolcón. Tal vez incluso desde que Pedro se fue. Ese sólo pensamiento era como estar sumergido en un baño de agua helada.
—No, es el beisbol.
—Solía serlo —dijo Paula.
Otro pasatiempo que habían disfrutado juntos, tardes perezosas de domingo viendo a los Bravos jugar. Cervezas caras, perros calientes fríos y más diversión de la que dos personas se deben permitir tener juntos fuera de una cama. Pedro prácticamente la arrastró fuera de su apartamento, insistiendo en que necesitaba el aire fresco y un descanso de sus estudios. Tenía razón, y ellos tendrían un buen rato. No había sido capaz de
decidirse a asistir a otra después de que la dejara, aún cuando había tenido el tiempo y las ofertas.
—¿Paula? ¿Sigues ahí?
—Estoy aquí.
—¿Ya no te gusta el beisbol?
Paula decidió continuar siendo directa. Posiblemente si le decía la verdad, se sentiría obligado a corresponder. —No es lo mismo ahora, Pedro. Perdió su atractivo una vez que te fuiste.
—Jesús, Paula. —Incluso a través del teléfono, oyó el pesar en su voz, y estaba empezando a debilitar su armadura más de lo que quería admitir—. Es imposible que sepas cuánto lo siento. Si me das la oportunidad, te prometo que te lo compensaré.
—Necesito volver al trabajo —dijo—. Sólo llamé para agradecerte por las flores y la comida. Ambos gestos fueron… realmente dulces, e increíblemente generosos.
Suspiró pesadamente en el receptor. —No me estoy rindiendo.
Se paró en medio de la acera, mirando cómo la tarde se desvanecía en la noche, su corazón como un gran bulto pegajoso en su garganta. —Sé eso también.
—¿Por lo tanto me verás? —una pausa, y luego—: Por favor.
Las lágrimas picaban la parte posterior de sus ojos. —Pensaré en ello.
—Está bien, es justo. Ten una buena noche entonces.
—Tú también.
Paula colgó y dejó caer el teléfono en su bolsillo, sintiéndose casi tan perdida como el día en que Pedro desapareció. Se estremeció por una ráfaga de aire frío y se abrazó más. ¿Podía hacer esto, dejarlo entrar? ¿Quería arriesgarse después de lo mal que la había devastado antes, cuando todo terminó tan abruptamente? ¿Estaba siendo demasiado dura con él y ella misma? Después de todo, podría ser genial de nuevo, increíble incluso. Pero la confianza es una cosa difícil de reconstruir una vez que ha sido destrozada como una casa de cristal.
Cuando Paula llegó a las puertas corredizas para volver a entrar al hospital, se dio cuenta que había cometido otro error cuando se trataba de Pedro y su resistencia: él ahora tenía su número de teléfono.
CAPITULO 5
Pedro checó su teléfono incesantemente mientras hacía sus deberes en el restaurant. Como Sous Chef Ejecutivo, estaba de segundo al mando de Mateo Lattimore. Cocinaba por supuesto, pero también supervisaba a su staff, abastecía comida y suministros, ayudaba a planear los menús, y se aseguraba que la cocina estaba segura y sanitaria todo el tiempo. En otras palabras, se mataba trabajando, pero amaba cada minuto de ello. Bueno, la mayoría de ello. Lidiando con los problemas con su staff no siempre era divertido.
Luck había jugado una gran parte en que obtuviera el trabajo en Bite, junto con sus habilidades de cocina.Había conocido a Mateo mientras trabajaba como Sous Chef Junior en el restaurant allá en Birmingham. Cuando Mateo estaba planeando abrir su propio lugar en Atlanta, había visitado alguno de los mejores restaurantes en el sur, y eso lo llevo a donde Pedro trabajaba. Después de cenar, Mateo pidió conocer a los chefs. El jefe de Pedro estaba fuera esa noche, así que Pedro tuvo el privilegio de ser presentado a Mateo, y escuchar de primera mano cuanto había disfrutado la comida.
Ambos se llevaron bien instantáneamente, terminaron compartiendo una botella de vino y conversando mucho después de que el restaurant había cerrado por esa noche. Pedro le dijo cuanto había amado vivir en Atlanta y que esperaba eventualmente regresar algún día. Mateo debió de haber estado lo suficientemente impresionado con Pedro como para recordarlo porque cuando Bite se convirtió en un éxito, levantó el teléfono y le ofreció trabajo. El momento era correcto para que dejara Birmingham detrás y mudarse de vuelta a Atlanta. No se había arrepentido de la decisión.
Tampoco podía negar que Paula nunca estuvo fuera de su mente el tiempo completo que había estado lejos. Todo lo que tenía que hacer era atrapar una visión de rojo en la multitud o pensar que había escuchado su risa y su estómago dolería tan intensamente que casi lo doblara en arrepentimiento.
No había sido su decisión dejarla o a la escuela, pero a veces la vida aleja tus opciones. Te recuerda no ponerte demasiado cómodo donde estas porque en cualquier minuto la alfombra podría ser arrebatada de debajo de tus pies, dejándote en tu espalda y jadeando por aire.
El alivio que sintió cuando se enteró que ella estaba de vuelta en Atlanta, también, trabajando en un hospital aquí y aun soltera, había sido inmensurable. Como si la suerte estaba finalmente de su lado. Había significado jalar algunas cuerdas para obtener información, pero había algunas personas importantes que eran clientes regulares en Bite, uno era el Jefe de Staff en Atlanta General. Pudo no haber sido la manera más ética de hacerlo, pero a Pedro realmente no le importaba. Lo que le importaba más era el resultado final.
Tan lejos como las paredes que había levantado alrededor de su corazón, bueno, encontraría una manera de escalarlas también. Dos cosas que Pedro tenía a montones eran paciencia y resistencia.
Mateo entró detrás de Pedro y colocó la mano sobre su hombro. —¿Cómo está el brazo?
—Algo sensible, pero tolerable. —había seguido las instrucciones de la enfermera sobre como limpiar y emendar la herida. La probabilidad era que tendría una cicatriz de eso, pero se ha herido peor cayendo de su motocicleta.
—¿Seguro que no necesitas tomarte la noche libre?
Era agradable que Mateo se preocupara sobre su bienestar, pero era innecesario en estas circunstancias.
—No duele, Maty. De verdad, mientras que siga alejado del calor directo por unos cuantos días, estaré bien.
—Sólo estoy contento de que no fuera peor.
Pedro se encogió de hombros. —Los accidentes pasan. Y eso es lo que fue, un maldito accidente. Esteban giró con una olla al mismo tiempo que me estiré por un tazón. Es una cocina comercial. Es de esperarse. Lo sabes. ¿Cuántas veces te has quemado la mano o cortado algún dedo?
Mateo hizo una mueca. —Más veces de las que me importa contar.
—Sí, yo también, y puedo decirte, los puntos son un dolor mucho más grande que esta quemadura en mi brazo, así que déjalo pasar.
—De acuerdo, está olvidado. Pero si comienza a doler o necesitas un descanso, tómalo.
—Lo haré.
—Entonces, ¿Viste a Paula?
Si algo bueno podía salir de estar herido, era que se había forzado a tragarse su ansiedad sobre verla otra vez y arrastró su trasero indeciso hacia su sala de emergencias por tratamiento. Su reacción había sido lo que había esperado, a lo mejor un poco mejor considerando que no lo pateo en las bolas.
Pedro asintió a la pregunta de Mateo. —No fue exactamente un momento Hallmark.
—Espero que eso no fuera lo que esperabas.
—No, pero tuve algunas expectaciones ridículas de que a lo mejor habrían por lo menos algunas cuantas sonrisas de su parte, a lo mejor una conversación racional detrás de los incómodos hola y la charla medica.
Mateo frunció el ceño. —¿No te dijo que te jodieras por completo, o sí?
Pedro tomó una respiración profunda, la sacó lentamente por su nariz. —Bueno, a lo mejor. Es difícil estar seguro con Paula. Alardea, pero ese es su mecanismo de protección para mantener a las personas a distancia—Tengo una de esas en casa en este momento —dijo Mateo irónicamente.
—Santa mierda, ¿Tamara se mudó?
—El fin de semana pasado. Ha sido un ajuste por decir poco. Mi apartamento luce como si una bomba explotó ahí. Excepto por la cocina por supuesto. Se conduce lejos de mi cocina. Si no estuviera tan loco por la mujer, ya la habría estrangulado.
Un pinchazo de celos golpeó a Pedro. Estaba listo para eso también, compromiso y domesticidad. Discutiendo sobre quién se bebió lo ultimo del jugo de naranja y puso de vuelta el envase vacio en el refrigerador, o quien dejó las toallas mojadas en el piso del baño. Peleando por el control remoto o las secciones del periódico sobre el café en las mañanas. Despertando con un cálido y suave cuerpo acurrucado a su lado, un derrame de cabello rojo a través de la almohada. Dios sí, quería eso. Felicidad y beligerancia. También sabía dónde encontrarla. Ahora solo tenía que hacer un maldito buen trabajo en convencer a la otra parte.
—Herí a Paula muy fuerte —dijo.
—¿Le dijiste lo que pasó con tu familia?
—Todavía no. Necesito arreglar las cosas entre nosotros primero, ver si aún queda algún destello de esperanza. Estoy tratando de recordarle las partes buenas de nuestra relación antes de ir y echar los sucios problemas de mi familia a la mezcla.
Aun después de todo este tiempo,la amargura aún se elevaba en la garganta de Pedro cuando pensó sobre lo que su padre hizo. Como había partido sus vidas y familia.
Le debía la verdad a Paula, pero primero quería saber si se podría preocupar profundamente por él otra vez antes de contarle todo. No quería que la lastima corrompiera sus sentimientos. Si tenía alguna oportunidad de tenerla de vuelta, Pedro quería que sus emociones fueran genuinas.
—Así que, ¿Cuál es tu siguiente movimiento? —le preguntó Mateo.
—La voy a molestar demasiado hasta que se rinda.
CAPITULO 4
Había flores esperándola cuando llegó al hospital al día siguiente. Paula sabía que eran para ella tan pronto como las divisó. No necesitaba leer la tarjeta que Elena le pasaba con una sonrisa engreída.
Era un bulto enorme de gladiolas en cada forma conocida por el hombre. Dándose cuenta que Pedro recordaba su flor favorita no debería poner su cara roja y hacer que su sangre bombeara más rápido por sus venas. Paula restregó su esternón con sus nudillos como si eso haría que el sentimiento cursi se fuera mientras le fruncía el ceño al hermoso ramo tan fuerte que era un milagro que no se marchitaran y murieran en el lugar.
—¿No vas a leer la tarjeta? —preguntó Elena.
—En algún momento. —Cuando estuviera en un mejor estado mental y no sintiéndose tan cegada por el regalo de Pedro.
—Si yo estuviera en tus zapatos. Lo tomaría mientras pudiera. Está obviamente aun embelesado por ti, y es hermoso. Hubieras pensado que Brad Pitt entró aquí anoche con la manera que todas las mujeres reaccionaron. Algunos hombres también.
—De verdad no entiendo toda la fascinación con Brad Pitt —dijo Paula en un intento de cambiar el tema—. Seguro, estuvo lindo en Leyendas de Pasión, pero actualmente tiene un candado alrededor de su pene y una camada detrás de él. Sabes que probablemente huele a Play-doh y a pañales orinados.
Elena se rió a carcajadas. —Aún así, no lo patearía fuera de la cama por comer galletas saladas. Y tú particularmente no te preocupas mucho por los niños, ¿Verdad?
Paula giró su ceño fruncido a Elena. —No es que no me gusten los niños. La mayoría de mi contacto con ellos es cuando están en su peor momento. He sido vomitada, gritada o atacada. A veces, todas las anteriores. Los pequeños imbéciles son malos.
—¿Acaso tu hermana no tiene unos cuantos?
—Vive en Detroit. Como máximo, los veo dos veces al año. —Cuando Elena elevó una ceja, Paula dijo—: No me des esa mirada. Hablamos por Skype cada cuanta semana. Amo a mi hermana y sus hijos malcriados, pero vivo para servir. Estaré todavía pagando préstamos estudiantiles cuando tenga noventa. Mientras más trabaje, más pronto puedo comenzar a ahorrar dinero para mi nicho funerario.
—Cristo, Paula. Necesitas tener una vida fuera de este hospital. Eso es todo lo que estoy diciendo. —Elena se giró para alejarse, a continuación dijo sobre su hombro—: Abre la tarjeta.
Paula cargó la tarjeta alrededor de la mayoría de su turno, el peso de ello casi tangible en su bolsillo. No quería abrirla porque sabía que diría algo ingenioso o encantador, y eliminaría su resolución. Pedro era bueno en hacer su camino cuando quería algo.
Las flores las habían mandado a los pisos de cuidados a los ancianos donde hicieron sonreír a alguien en vez de fruncir el ceño en confusión. Innecesario decir que no había dormido mucho la noche anterior. La conversación que había tenido con Pedro se mantuvo repitiendo en su cabeza, pausando en su disculpa y la declaración de que estaba de vuelta para bien.
¿Pero a donde irías y por qué?
Y luego estaba el beso. Difícil de olvidarlo, también. Pedro debería de tener un huracán nombrado en su honor, irrumpiendo por aquel salvaje azul, entristeciendo la progresión normal de vida, dejando devastación en su estela. Una categoría cinco de seguro.
En su descanso para cenar, juntó suficiente valor para abrir el pequeño sobre.
Gracias por el cuidado de primera, Dra. Chaves. El beso hizo sentir mí herida mucho mejor. Quiero verte otra vez.
Y había escrito su número telefónico debajo de las palabras.
Abruptamente se dio cuenta que estaba sonriendo, así que borró la expresión de su cara y comenzó a partir la tarjeta por la mitad. Sin embargo, no lo hizo. Por alguna razón, no pudo permitirse destruirla.
Las cosas siempre se sintieron inconclusas entre ellos, aún después de que la había dejado abandonada. En la parte trasera de su mente, lejos de toda ira y dolor, ha habido un sentimiento persistente de que algo no estaba del todo bien. No con su relación, sino con Pedro.
En las semanas antes de que desapareciera, se había vuelto callado y menos animado, como si tuviera el peso del mundo sobre sus hombros repentinamente. Le aseguró una y otra vez que no era ella o ellos juntos, pero no había habido una explicación real. Después se desvaneció como si nunca estuvo ahí.
Varias veces en los meses después, alguien la había llamado de un número desconocido y había contestado, solo para escuchar silencio del otro lado de la línea. Paula se había convencido que era él, pero a lo mejor había visto demasiadas películas melodramáticas.
Después de haber pasado por unas cuantas citas miserables, se había rendido a favor de concentrarse en la escuela de medicina. Hubo algunas breves aventuras para reducir el periodo de sequia, pero nada alguna vez se tornó serio. Y para ser sincera, nadie nunca había llegado a la altura de Pedro. Ahora se tenía que preguntar si había estado subconscientemente aun languideciendo por él todos estos años. Malditamente segura que lucía así. Ese era un pensamiento depresivo. Pero si seguía en su camino actual, terminaría como una señora mayor con cuarenta gatos y sin hijos que eventualmente la encontrarían muerta, su cadáver seco. Elena tenía razón. Necesitaba una vida fuera de la que existía dentro de las paredes del hospital.
La pregunta era si podía confiar en Pedro para no destruir su corazón otra vez si le daba la oportunidad
CAPITULO 3
Empujó el historial a la primera enfermera disponible que encontró, dándole instrucciones rápidas sobre qué hacer mientras garabateaba su firma en los papeles, y luego se dirigió directamente a la sala de descanso y a su casillero. Su turno había terminado oficialmente. Pero no pudo salir del hospital con la suficiente rapidez.
—¿Estás bien? —dijo Elena detrás de ella, haciéndola casi saltar fuera de su piel.
Puso una sonrisa falsa. —Por supuesto, ¿Por qué?
—Por una cosa, tienes tu suéter al revés.
—Mierda. —Paula se lo quitó, apagada, y hurgó para darle vuelta al lado correcto.
—Creo que deberías saber que preguntó específicamente por ti, Paula.
Dejó caer el suéter, así que pateó la cosa nada colaboradora en su armario y cerró la puerta. A la mierda. Acababa de pasar frío durante unos minutos hasta que se metió adentro de su coche y se calentó. Era finales de marzo, no mediados de enero. Sobreviviría.
—Estoy adivinando que podrían haber significado algo el uno para el otro en algún momento en el pasado.
—Ah, has atinado allí, Elena. En. El. Pasado. Te veré mañana.
Paula se colgó la mochila al hombro y salió de la sala de descanso. Tomó la primera orilla de los ascensores y volvió en sí, pulsando repetidamente la flecha hacia abajo como si eso lo fuera a convocar más rápido. Tan pronto como las puertas se abrieron, se lanzó dentro y apretó el botón P1 para el primer nivel del estacionamiento. Por la forma en que el hospital fue diseñado, una buena parte de su estacionamiento se hallaba bajo tierra. Por desgracia, una mano masculina violó la brecha en el último segundo. Pedro entró, ligeramente sin aliento.
Debería haber tomado las escaleras.
El único otro pasajero, una pequeña señora mayor con un mechón de pelo blanco y un bastón púrpura, miró a Pedro interrogantemente.
—Oh, también voy al estacionamiento, gracias —dijo con una sonrisa que le diría a las flores que florecieran tempranamente. La mujer le sonrió y agarró el pasamano. Probablemente para mantener el equilibrio de toda la testosterona flotando sobre ella. Ya era bastante difícil para una persona joven. Una persona de su edad era susceptible de tener un ataque al corazón.
Paula se quedó allí y lo miró, con la espalda pegada a la pared de acero inoxidable del ascensor durante la breve caída de dos pisos. No había aparcado en el estacionamiento. El estacionamiento de emergencias se encontraba en otra área del hospital. Y no puedes dudar que se veía aún más caliente en la chaqueta de cuero.
Cuando las puertas se abrieron, Pedro dio un paso atrás, apoyando su mano contra ellas, dejando a la mujer bajar. Santiago, uno de los guardias de seguridad del hospital, se detuvo en su trucado carrito de golf.
—Buenas noches, Dra. Chaves —dijo con un cabeceo.
—Hola, Santiago.
—¿Necesita que la lleve?
—No, gracias, pero estoy segura de que a esta buena señora le encantaría.
Santiago saltó y rodeó el carro para ayudar a la señora. Cuando estuvo seguro de que se sentaba en el lugar correcto, se alejó.
Paula ignoró a Pedro y comenzó a caminar hacia su coche, pero, naturalmente, la siguió. Por supuesto, lo hizo. Iba detrás de ella hacia su Honda Accord de segunda mano que había tenido mejores días, para tratar de cauterizar la herida que había abierto de nuevo. Nada de eso importaba. Podía pedir disculpas hasta el cansancio, pero hasta que le diera una razón legítima por la que le había hecho tanto daño, no quería oír nada más de lo que tuviera que decir. Fue en el pasado, como le había dicho a Elena, y ahí es donde necesitaba quedarse. O devolverse a toda prisa.
Buscó en su mochila hasta encontrar sus llaves, lo cual era otra cosa que le había hecho, la agitó tan a fondo que automáticamente no las tenía en su mano cuando apretó el paso del elevador. Una regla básica pero vital de la seguridad de las mujeres, y que Pedro Alfonso la había hecho olvidar,como si no lo hubiera hecho sin falta todas las noches cuando su turno terminaba. Paula quería dar vuelta y arrojarle las llaves a la cabeza en señal de frustración. En cambio, apretó los dientes y las metió en la cerradura en el segundo que llegó a su coche.
Pedro puso su casco en el techo del coche, la agarró por el brazo y la hizo girar hasta que su espalda quedó apoyada contra la puerta.
—¿Qué? —Fue todo lo que logró graznar antes de que su boca cubriera la suya.
Su resistencia se derritió más rápido de lo que se podría decir "para". Con un débil gemido, abrió los labios para dejarlo entrar. Su lengua violó el espacio, mientras sus brazos se abrieron paso por la cintura de Paula, alejándola del coche y estrellándola en su cuerpo duro y caliente.
Sabía que no debía permitir que eso sucediera. Permitir que la besara redefinió la palabra estúpido, pero con cada segundo que duraba el embriagador beso, otra capa de suciedad se despegó de los recuerdos que había enterrado hace tantos años. Hasta que la rodeaban, inundándola en su calor e intensidad. Hasta que juró que podía sentir su piel desnuda presionada a la suya y su peso entre sus muslos.
De alguna manera, sus manos habían hecho su camino hasta sus hombros, sus talones se separaron del concreto para poder acercarse aún más a esa deliciosa boca suya. Siempre había sido tan bueno en esto de los besos, acoplamiento, follando, lo que sea. Al igual que las dos mitades de un todo, cuando se reunieron fue magia.
Pedro Alfonso era la mejor cosa mala que jamás había hecho.
Pero las palabras específicas se destacaron desde ese pensamiento... malo y hecho.
Recuperó sus pensamientos confundidos, lo empujó lejos de ella, ampliando la brecha tanto como el espacio entre los coches le permitían. Ambos respiraban con dificultad, se miraban el uno al otro, con las bocas húmedas, sus dedos se cerraron en nada a falta de algo físico. Casi se estremeció ante la pérdida.
El hombre era peligroso para todas las partes de su cuerpo, no sólo para su lívido oxidada.
—Regresé, Paula. Esta vez para siempre.
—Voy a avisar a los medios de comunicación.Se echó a reír. —No me di cuenta de lo mucho que echaba de menos esa listilla boca tuya hasta que tuve una verdadera muestra nuevamente.
Paula recogió su mochila de donde la había dejado caer al lado de sus pies. —Saboréalo porque no habrá una próxima vez.
Pedro extendió la mano y pasó el pulgar por su labio inferior, que hormigueó. —Vamos a ver eso. —Agarró su casco de la parte superior del coche, metiéndolo bajo su brazo sano—. Conduce con cuidado.
Gruñendo por lo bajo, abrió la puerta del coche y se metió dentro, cerrándolo de nuevo al momento en que su trasero golpeó el asiento. Sólo que ahora no lo hacía para protegerse de algún atacante al azar.
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