jueves, 27 de marzo de 2014

CAPITULO 8




Una pequeña parte de Paula quería matar a Pedro por engañarla, sólo tenía que extender la mano, envolverla alrededor de su garganta y asfixiarlo.
Pero la mayor parte de ella, que por desgracia incluía sus partes femeninas, quería tocarlo por otras razones, razones que sospechaba dictaron sus acciones cuando le había preguntado por su dirección en lugar de decirle que fuera de nuevo a la sala de emergencias para ser revisado. Además, si realmente hubiera estado preocupado por su brazo, posiblemente infectado, no habría preguntado si estaba trabajando, habría ido sólo al hospital. Pedro valora sus extremidades demasiado como para arriesgarse a perderlas por algo como celulitis o septicemia.
Así que eso la hacía tan culpable como él.
No podía concentrarse mientras lo miraba sin camiseta. Su pecho era demasiado atractivo y distractor. Todo abultado con músculos sólidos sobre sus huesos, suave piel bronceada, pequeñas y oscuras areolas en... ¡Mierda, uno de sus pezones estaba perforado!
Antes de que Paula pudiera detenerse, había llegado hacia él como si fuera una especie de anomalía intrigante. Había visto piercings en los pacientes como algo natural, pero nunca uno que quisiera tocar tanto como lo hacía con ese.
Ni siquiera le miró a la cara por permiso. Cuando sus dedos se pusieron en contacto con el pequeño aro de plata, se estremeció, pero no se movió para detenerla. Se acercó más, manteniendo la punta de su dedo alrededor del pezón para verlo apretarse, antes de que le diera al aro un pequeño tirón.
Pedro siseó entre dientes, y sus manos salieron disparadas a capturar sus caderas, atrayéndola al ras de su cuerpo. Cuanto más jugaba con la joya, más crecía su rígida polla contra su estómago y más duro se clavaban sus dedos en su piel cubierta por los vaqueros. Y tenía que admitir que le gustaba poder causar esa reacción en él con un toque tan simple. Sin embargo, sintiendo eso le hizo preguntarse otra cosa.
—¿No te perforaste tu...? —Paula se lamió los labios, inexplicablemente tímida con sus palabras repentinas. Sus ojos saltaron hacia él.
—¿Mi pene? —Sonrió—. No soy tan valiente.
—O loco. He visto historias horribles por eso, créeme.
—Puedo imaginarlo. Esto fue un impulso de ebriedad hace cuatro años.
Siguió tocando la joya. —Si lo sacas, el agujero se tapará.
—Empecé a hacerlo, pero entonces... Como que me acostumbré a él.
Paula le dio otro tirón, creando un suave gruñido en la garganta de Pedro. —Hay una correlación directa entre los nervios en el pezón y los nervios en los genitales.
Pedro se echó a reír, presionando su erección contra su estómago. —No es broma, doctora. Estoy tan duro como una roca. Por supuesto, tiene mucho que ver por quien me acompaña.
Paula había abierto la puerta por tocarlo tan íntimamente, y estaba a punto de entrar a través de ella.
Y ahí no podía negar que lo deseaba. Ceder al deseo puede que no sea la cosa más inteligente que haya hecho, pero era Pedro. Tenían una historia, a pesar de que el último capítulo fue deprimente. No había duda de que el sexo con él sería increíble. Se preocuparía acerca de las repercusiones más tarde. Por una vez, quería actuar imprudente, atrevida y egoísta.
Volvió a colocar el dedo y su boca en el pezón. Pedro gimió, poniendo la mano con cuidado en la parte posterior de su cabeza y llevándola más cerca. Rodeó el pequeño brote con la punta de la lengua antes de coger el metal entre los dientes. Colocándolo en su boca, chupó con fuerza.
La mano se apretó en su cabello, y sus caderas se sacudieron instintivamente. —Joder, Paula. Me estás matando.
Deslizó su palma a la parte delantera de sus vaqueros, enmarcando el impresionante bulto con sus dedos, sintiéndolo endurecerse aún más bajo su toque. La dejó explorar, volver a familiarizarse por un momento mientras continuaba atormentando a su sabroso pezón perforado. Antes de saber lo que pasaba, la tenía de espaldas apoyada contra la puerta y los brazos por encima de su cabeza, con sus dos muñecas en una de sus grandes manos.
Su boca cubrió la suya. Paula gimió por la dominación completa del beso de Pedro. Nunca nadie la había besado como él lo hizo. Como si no pudiera tener suficiente de su sabor. Como si su boca le perteneciera. Su lengua se encontró con la de suya en una danza dulce, pulida de calor, antes de que se apartara para explorar la columna de su garganta. Mientras tanto, su mano libre trabajaba en los botones de la parte delantera de su camiseta. El aire frío se encontró con su piel desnuda mientras Pedro empujaba con impaciencia el material fuera de su camino para rozar sus labios a través de la cresta de cada pecho cubierto de encaje. Su cálido aliento se filtraba a través de la fina tela, endureciendo sus pezones.
Giró sus muñecas aflojándolas y alcanzo sus rodillas, los dedos pasando del sujetador a sus vaqueros. Sus movimientos eran urgentes y un poco torpes, pero eso sólo parecía añadir frenesí dentro de su cuerpo. Su piel se sentía caliente y demasiada apretada mientras bajaba sus pantalones vaqueros y las bragas por las piernas. Comenzó a salir de ellos antes de que se diera cuenta de que todavía tenía los zapatos.
—Zapatos —dijo, impaciente.
¿No era la mandona, desvergonzada sin sentido esta noche, viniendo a su apartamento, sabiendo inevitablemente que así era como las cosas iban a ir entre ellos? Porque no importa cuántas veces trató de mentirse a sí misma y decir que el sexo no era la razón por la que había dejado todo y corrió hasta aquí, fue la posibilidad de esto lo que lo había hecho. Su cuerpo había conocido la verdad, incluso si su cerebro quería negarlo.
Pedro quitó cada zapato y terminó quitándole los pantalones y las bragas. Paula se quitó la camisa, tirándola en la creciente pila en el suelo de su vestíbulo.
Sus manos se colocaron en sus muslos, haciéndola temblar. Hicieron su camino alrededor de su culo donde dio un pequeño tirón, desalojándola de su puesto en la puerta. Su boca lista esperó cuando se inclinó hacia él. Pedro enterró su cara entre sus muslos, descaradamente acariciando su coño. Murmuró palabras que Paula no podía distinguir sobre el zumbido en su torrente sanguíneo.
Recorrió los dedos por el cabello para sostenerlo cerca y cambió su postura un poco, dándole libre acceso a todo lo que quería explorar con esa boca pecaminosa. Separó sus labios con los dedos y luego hundió su lengua a través del valle resbaloso que creó. Paula gimió, inclinando la cabeza hacia atrás para golpear la puerta con un toque suave.

CAPITULO 7


Pedro tenía libres los miércoles. Eran dos días desde que Paula había llamado, y se estaba poniendo cada vez más ansioso. Cuanto más tiempo dejará pasar entre el contacto, mayor sería el impulso que perdería en su lucha por recuperarla.
Se había contenido en regalarle algo anoche porque no quería presionar demasiado su suerte. Y además de eso, había oído algo en su voz en el teléfono que había sonado muy parecido a la tristeza casi al final de su conversación. La última cosa que nunca quiso hacer fue herirla más.
Así que formuló un plan, un último esfuerzo para tratar de verla frente a frente. Tenía un presentimiento que quería explorar. Paula podría poner un sólido frente de auto-protección, más aún cuando no había distancia entre ellos, pero todavía se sentía atraída por él físicamente. El beso que habían compartido en el garaje había probado que todavía tenían esa conexión, y no estaba explotándolo ni de cerca.
Su idea era astuta y podría ser contraproducente, o podría ser el catalizador para una resolución entre ellos. Si todavía se resistía, él retrocedería. Sin rendirse, pero dándole el espacio y el tiempo para que decidiera. Lo mataría, ahora que la había visto, la había tocado, probado otra vez, pero lo haría. Y si decidía que no lo quería de vuelta en su vida, tendría que vivir con eso, también.
Agarrando el teléfono antes de que pudiera cambiar de opinión, le envió un mensaje de texto.
—¿Estás trabajando hoy?
Se sintió como una hora antes de que su teléfono sonara con su respuesta. —No. Lavando la ropa. ¿Por qué?
—Creo que mi brazo se está infectando.
—Descríbelo.
—Rojo. Caliente. Hinchado. —gracias, WebMD—. ¿Debería volver a la sala de urgencias y revisarlo?
Otro minuto completo antes de que respondiera. Y se dio cuenta demasiado tarde de que podría decir todo tipo de cosas. Cosas como “Toma una foto y envíamela”, o “sí, ¡Ve a la sala de emergencia ya!” O “Espero que tu brazo se pudra por lo que me hiciste, idiota”.
Pero no lo hizo.
—Dame tu dirección.
Podría haber visto a través de su astucia y venía a darle lo que se merecía en persona, o estaba realmente preocupada y dispuesta a hacer una visita a domicilio. Fuera lo que fuese, tuvo su oportunidad por lo que escribió su dirección y pulsó Enviar.
—Estaré allí en veinte minutos.

Pedro corrió alrededor del apartamento, limpiando, ocultando la ropa sucia en el armario, y pretenciosamente poniendo una buena botella de vino en la nevera para enfriarla antes de tomar una ducha rápida. Acababa de terminar de remendar la quemadura en el brazo y ponerse un par de vaqueros limpios cuando sonó el timbre de la puerta.
Enviando una rápida plegaria, abrió la puerta.
La boca de Paula se abrió antes de que la cerrara y espetara—: ¿Siempre contestas la puerta sin camisa?
—Acababa de salir de la ducha cuando sonó el timbre de la puerta. —Extendió la mano y suavemente agarró su muñeca, instándola a entrar. Cerró la puerta detrás de ella y apoyó su espalda contra la puerta, bloqueándola de hacer una salida apresurada. Su conciencia rápidamente sacó lo mejor de él—. Te mentí sobre mi brazo.
Sus ojos verdes se entrecerraron con sospecha. —¿Cómo es eso?
—Bueno. De hecho, se ve genial. Difícilmente duele más. Quería una excusa para volverte a ver.
Y verla lo hizo, el hermoso rostro que rondaba sus sueños y esos labios de rubí que sabían mejor que el postre más decadente que jamás había probado. Su cabello de fuego caía sobre sus hombros en ondas suaves, gruesas. Siempre había maldecido a su color. A Pedro le encantaba. Quería extenderla y trabajar esa piel de alabastro durante días, besar cada pequeña peca que encontrara.
Los pantalones vaqueros flojos y el suéter celeste que llevaba sólo acentuaban su constitución delgada. No comía bien, nunca lo hizo. Necesitaba a alguien para ayudarla a cuidarse, para asegurarse de que comía una comida decente por lo menos una vez al día. Podía hacer eso, si no lo mataba primero.Por la mirada en su cara, estaba a punto de hacerlo.