martes, 25 de marzo de 2014

CAPITULO 1




La mujer que se reía tontamente en la estación de enfermería era demasiado para Paula. Normalmente esa pequeñez no le molestaba. Incluso solía unirse a la diversión en algunas ocasiones, cuando las noches en la sala de emergencia eran lentas y relativamente calmadas.
Esta noche no era uno de esos momentos.
Se encontraba exhausta, gracias a los dioses de los colchones que estaba cerca del final de su turno. Su cabeza le latía como una batería, había sido pateada y vomitada por un irritable niño de cuatro años. A pesar de que se había cambiado de uniforme, el olor no dejaba sus fosas nasales, cuatro ibuprofenos y tres tazas de café, no habían hecho nada para aliviar las otras dos cosas.
Odiándose a sí misma un poco, miró a la historia médica en la que escribía y aclaró su garganta. Las risas pararon, y por algunas de las miradas que le dieron mientras las mujeres se dispersaban mientras decía su nombre con unas cuantas mierdas en la lista. Suspiró haciendo una nota mental para complacerlas con un decadente postre, con la esperanza de borrar el apodo de “perra” que le habían asignado.
Elena, una amiga y una de las enfermeras que se habían unido al personal en el Atlanta General alrededor del mismo tiempo que Paula, se acercó a donde se encontraba, con una sonrisa comprensiva en su rostro. Desafortunadamente, Elena todavía sostenía una historia médica de un paciente en la mano.
Le dio una palmadita en la espalda a Paula —Todo terminará pronto.
—Sólo para ponerse en marcha otra vez en doce horas —dijo Paula con ironía. No es que odiara su trabajo. Eso se hallaba muy lejos de la realidad. El turno de hoy había sido particularmente difícil, y el dolor de cabeza incesante sólo lo hizo peor.
—Esto podría hacerte sentir mejor. —Elena le entregó el archivo y le guiñó un ojo—. Habitación seis.
Curiosa, Paula miró la hoja, por costumbre escaneó la información médica primero antes de que sus ojos se posaran en el nombre. Yendo con reserva por el medio del pasillo concurrido, parpadeó, pensando que de alguna manera había leído mal lo que decía, y miró el nombre de nuevo. Pedro Alfonso. Nop, no había error.
Tal vez no era el mismo Pedro Alfonso que había conocido hace ocho años. Alfonso era un apellido muy común. Así como lo era el nombre Pedro, se dijo. Pero entonces, leyó la fecha de nacimiento. El año coincidía con el suyo.
Maldita sea.
Bueno, eso explicaba los comentarios de Elena y por qué las enfermeras estuvieron tan animadas, porque le habían dado un vistazo a él.
Miró a Elena que ahora se hallaba en el teléfono, y luego miró a su alrededor para ver si había otros médicos a quienes podría entregar el archivo, para poder ir a esconderse en un armario de suministros hasta que este particular Pedro Alfonso, abandonara el edificio. Claro, era cobarde de su parte y poco profesional también, pero ver a este particular Pedro Alfonso de nuevo podría ser desastroso.
No servía de nada. La sala de emergencias estaba llena, y estaban cortos de personal esta noche. No había más remedio que enfrentarse al demonio de su pasado. Paula reunió todas las fibras de la fortaleza que tenía dentro y abrió la puerta a la sala de examen número seis.
Cuando Pedro levantó la mirada, la sonrisa de pirata dividió su boca llena y arrugó las comisuras de sus ojos azules, azules. Parecía más grande de lo que recordaba, más lleno en todos los lugares correctos, sus rasgos de belleza clásica se habían agudizado un poco con la madurez. Llevaba el cabello rubio muy corto, y en uno de esos estilos desordenados que envidiaba de los hombres que lucían como si tardaran dos segundos en lograrlo.
Que Dios la ayudara, el tiempo había sido muy, muy bueno con él.
Paula, por otro lado, se sintió un poco marchita en sus Nike. Probablemente parecía basura reciclada y olía a vómito. No llevaba maquillaje, su cabello rojo se encontraba recogido en una cola de caballo andrajosa, que no había tocado desde que se había duchado antes de venir a trabajar, y su bata de color verde podrido sin duda hacía que su tez se viera demacrada. Impresionante Espera, ¿Por qué se preocupaba por cómo se veía? Y maldita sea, también se sonrojaba. Con esa piel blanca, su cara se iluminaba como un anuncio de neón.
—Hola, Paula —le dijo con la misma voz de chocolate que aún podía oír en sueños ocasionales.
No, pesadillas.
—Pedro.

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