lunes, 31 de marzo de 2014
CAPITULO 15
Una vez que Pedro tenía los cascos asegurados a la moto con algún tipo de cable y las llaves en su bolsillo, le agarró la mano y se dirigió al interior del estadio.
Los recuerdos vinieron volando mientras los aromas la golpearon, el pasto recién cortado, palomitas de maíz, cerveza rancia y perros calientes asándose, junto con las muchas tardes que habían pasado aquí en lo que parecía una vida atrás. Ocho años se desvanecieron en minutos. De repente fue ayer, la mano de Paula apretó la suya mientras se abrían camino a través de la densa multitud de aficionados a los asientos baratos, en la sección más alta y lejana a las gradas. Se había aferrado como si temiera perderla entre la multitud si la soltara.
Ahora, la tomaba de la mano con la misma fuerza, y Paula se dio cuenta, que nunca la había perdido, aun cuando algo o alguien lo habían obligado a irse. Las partes de su corazón que se habían convertido en hielo sólido después de su partida fueron descongelándose y ahora quedaba sólo uno o dos puntos de hielo. Tal vez, si alguna vez, se decidiera a contarle lo que había sucedido, ese hielo se iría también. Había habido un par de veces últimamente donde había tenido la sensación de que estaba a punto de explotar, pero entonces una sombra oscurecía sus ojos, el momento pasaba y Paula empujaba lejos su decepción.
Demostró sus boletos al acomodador, y se dejaron llevar cortésmente a los asientos no muy lejos detrás del revestimiento. Bueno, esto no era muy lejos como en los viejos tiempos cuando los jugadores parecían soldaditos de plástico en el campo debajo de ellos.
Paula dejó escapar un silbido mientras se acomodaban. Ambos equipos estaban en el campo calentando, y estaban tan cerca que podía lanzar una pelota de béisbol y golpear a uno de ellos desde donde estaban sentados, de preferencia un miembro de los Cachorros de Chicago ya que eran el oponente para este juego.
—Bien hecho, Sr. Alfonso. Bien hecho.
—Ayuda conocer a la gente adecuada. —Le guiñó un ojo.
—¿Y quién podría ser esa gente que consiguen asientos tan buenos si tan pronto en la temporada?
Asintió sobre el hombro de Paula. —Estás a punto de reunirte con ellos.
Paula reconoció inmediatamente a Mateo Lattimore mientras se abría camino por las escaleras un hombre alto, precioso y llevando consigo a una mujer morena. Cada pocos pasos alguien los detenía para saludarlos con un apretón de manos, chocar las cinco o para una foto y Mateo gentilmente obedecía mientras que detrás de él la expresión de la chica decía que para ella eso era completamente natural por el hecho de salir con una celebridad local. Si Paula no estaba mal, había rodado los ojos varias veces.
—Él es Mateo, mi jefe —murmuró Pedro, cerca de su oído.
—¿Quién es la mujer?
—Su novia, Tamara.
—Es bonita —dijo Paula, estudiando objetivamente como ellos se acercaban.
Su vestuario destacaba en sus pantalones de mezclilla Góticos rotos, botas negras, un top negro con mangas tres cuartos y una gigante letra roja A en el frente, un irónico mensaje a La Letra Escarlata tal vez —su cabello era oscuro como la noche, rozando sus hombros con rizos sueltos. Alrededor de su cuello había una gargantilla de algún tipo —más negro—pero no estaba muy maquillada. De hecho parecía que no llevaba maquillaje en absoluto. A Paula le gusto enseguida y eso que aún no habían sido presentados.
—Es muy divertida —dijo Pedro—. Espera a que la conozcas.
Finalmente llegaron a su fila de asientos, y Mateo dio un paso atrás para permitir que Tamara fuera delante de él, manteniendo una mano en la espalda baja. Por la mirada llena de ternura entre el uno y el otro, Paula se dio cuenta de que estaban profundamente enamorados.
Cuando Pedro se puso de pie, Paula hizo lo mismo, quitándose sus gafas de sol y deslizándolas sobre su gorra.
—Paula, este es mi jefe, Mateo Lattimore, y su novia, Tamara Conner.
Se estrecharon las manos. —Es un placer conocerlos a ambos.
—A ti también Paula—dijo Mateo.
—Estábamos empezando a creer que eras un mito —dijo Tamara, cuándo se volvieron a sentar, las dos chicas en el centro con los hombres al costado.
Paula miro a Pedro con curiosidad.
—He estado manteniéndola solo para mí —dijo, dándole una sonrisa intima.
—No puedo decir que te culpo —dijo Tamara.
Mateo se inclinó en su asiento. —Pedro, vamos a buscar aperitivos antes de que comience el juego. Tamara y Paula pueden cotillear sobre nosotros mientras estamos afuera.
—Sip, y mientras más rápido se vayan, más pronto podremos comenzar —dijo Tamara.
Paula río y encogió sus pies para que Pedro pudiera pasar. Se detuvo frente a ella, inclinándose hacia adelante para sujetarle las manos en sus brazos, y bajo su rostro al suyo, las puntas de sus gorras se tocaron.
—¿Cerveza, hot dog, palomitas de maíz, cacahuates, dedo de espuma?
—Los comestibles serian ideales. Todos ellos por favor.
—Dios, Amo como comes. —inclinó la cabeza para darle un sonoro beso en los labios, y después se fue con Mateo.
—Pedro nos dijo que eras médico de urgencias en Atlanta General —dijo Tamara, una vez que estuvieron solas.
Paula asintió, preguntándose cuanto Mateo y Tamara sabían de su pasado.
—Llevo cuatro años ahora. Tuve suerte en conseguir volver a Atlanta después de hacer mi residencia en Florida.
—Trabajo difícil. Te admiro por eso.
—Gracias.
—¿Es todo lo que esperabas que fuera y más?
—La mayor parte del tiempo, a pesar de que tiene sus días, como la mayoría de las profesiones supongo. ¿Qué es lo que haces?
—Diseño gráfico. Trabajo para una agencia aquí en Atlanta, pero me dejan trabajar principalmente en casa. Súper buenos puntos de extra porque no soy una persona muy sociable.
Paula sonrió ante su franqueza. —¿Ah, sí?
La boca de Tamara se torció irónicamente. —No tengo mucho filtro. Se ha vuelto mejor desde que conocí a Mateo. Tiene una manera de frenarme, considerando que en el pasado, esto me ha costado relaciones y varios puestos de trabajo como camarera en la universidad. Aguanta mi mierda, que es probablemente por eso que lo hacemos tan bien juntos…
La mirada de Paula corrió hasta el collar que estaba alrededor del cuello de Tamara, preguntándose si eso significaba lo que pensaba que era, que era más que simplemente una bonita decoración para su delgado cuello. No era ingenua sobre las tendencias sexuales más oscuras de algunas personas, pero no tenía curiosidad por explorarlos tampoco. Si mantenías el control o mantenerte en línea como en el caso de Tamara y luego golpearte a ti mismo. Siempre y cuando no hicieras algo estúpido o lo suficientemente peligroso para terminar en la sala de emergencias…
Notó un poco de tinta interesante en el interior de la muñeca izquierda de Tamara. —Me gusta tu tatuaje. ¿Es una flor?
Tamara movió su brazo más cerca para que Paula pudiera verlo mejor.
—Es una alcachofa.
Paula se había dado cuenta de eso entonces. Extraña elección para un tatuaje, pero aun así un dibujo muy realista, alrededor de una pulgada y media de diámetro, y perfectamente coloreada. Cuando Paula miró la cara de Tamara de nuevo, se mordió el labio. —Mi hermano lo hizo por mí. Por suerte, el gen artístico viene de familia.
—Estoy adivinando que hay una historia interesante detrás de él —dijo Paula.
—La hay, pero es sucio —sonrió Tamara—. Si alguna vez bebemos juntas, estoy segura que mi filtro saldrá y te contare todo lo miserable.
—No puedo esperar —quiso decir Paula.
Tamara le palmeó el brazo, riendo. —Sabía que me gustarías, Paula.
—Así que, ¿Hace cuánto conoces a Pedro? —preguntó Paula, buscando donde no debería.
Tamara frunció sus labios, haciendo el cálculo mental. —Bueno, déjame ver. Mateo y yo hemos estado juntos durante casi seis meses, así que… supongo que cuatro meses. Me tomo un par de meses de estar con Mateo antes de estar lista para conocer a su personal. O lo más probable, para que Mateo estuviera listo para presentarme a ellos. Pero me gusto Pedro al instante. A todo el mundo, especialmente a Mateo. Tener a Pedro en el restaurante le ha sacado gran peso de sus hombros.
Paula sonrió. —Pedro es un tipo fácil de agradable.
—Es increíblemente dulce, también —dijo Tamara—. Demasiado dulce para todo el infierno que su familia le hizo pasar.
A pesar de estar sentada bajo el sol, la piel de Paula se erizó con inquietud. ¿Debería aprovechar la apertura que Tamara solo le había dado? ¿Ver la cantidad de información que podía conseguir engañándola?
—Estoy de acuerdo —dijo.
—Quiero decir, si mi padre hiciera algo así no le hablaría de nuevo —dijo Tamara, frunciendo el ceño a la cabeza de la persona que estaba en la fila en frente de ellos—. Qué lío tan repugnante.
—Y Pedro tenía que limpiarlo —dijo Paula, sintiéndose una mierda total pero incapaz de detenerse.
—¡Sí! Exactamente —dijo Tamara, murmurando—. Horrible.
Lo sabe todo, pensó Paula y eso la molestó otra vez. Tan cercanos como eran —en ese entonces y ahora— Pedro aún dudaba para decirle que pasó, sin embargo, había derramado sus entrañas a su jefe y su novia. Sí, eso duele como una perra.
—Y luego su pobre madre, tratando de suicidarse por eso.
¡Oh mi Dios!
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