jueves, 27 de marzo de 2014
CAPITULO 7
Pedro tenía libres los miércoles. Eran dos días desde que Paula había llamado, y se estaba poniendo cada vez más ansioso. Cuanto más tiempo dejará pasar entre el contacto, mayor sería el impulso que perdería en su lucha por recuperarla.
Se había contenido en regalarle algo anoche porque no quería presionar demasiado su suerte. Y además de eso, había oído algo en su voz en el teléfono que había sonado muy parecido a la tristeza casi al final de su conversación. La última cosa que nunca quiso hacer fue herirla más.
Así que formuló un plan, un último esfuerzo para tratar de verla frente a frente. Tenía un presentimiento que quería explorar. Paula podría poner un sólido frente de auto-protección, más aún cuando no había distancia entre ellos, pero todavía se sentía atraída por él físicamente. El beso que habían compartido en el garaje había probado que todavía tenían esa conexión, y no estaba explotándolo ni de cerca.
Su idea era astuta y podría ser contraproducente, o podría ser el catalizador para una resolución entre ellos. Si todavía se resistía, él retrocedería. Sin rendirse, pero dándole el espacio y el tiempo para que decidiera. Lo mataría, ahora que la había visto, la había tocado, probado otra vez, pero lo haría. Y si decidía que no lo quería de vuelta en su vida, tendría que vivir con eso, también.
Agarrando el teléfono antes de que pudiera cambiar de opinión, le envió un mensaje de texto.
—¿Estás trabajando hoy?
Se sintió como una hora antes de que su teléfono sonara con su respuesta. —No. Lavando la ropa. ¿Por qué?
—Creo que mi brazo se está infectando.
—Descríbelo.
—Rojo. Caliente. Hinchado. —gracias, WebMD—. ¿Debería volver a la sala de urgencias y revisarlo?
Otro minuto completo antes de que respondiera. Y se dio cuenta demasiado tarde de que podría decir todo tipo de cosas. Cosas como “Toma una foto y envíamela”, o “sí, ¡Ve a la sala de emergencia ya!” O “Espero que tu brazo se pudra por lo que me hiciste, idiota”.
Pero no lo hizo.
—Dame tu dirección.
Podría haber visto a través de su astucia y venía a darle lo que se merecía en persona, o estaba realmente preocupada y dispuesta a hacer una visita a domicilio. Fuera lo que fuese, tuvo su oportunidad por lo que escribió su dirección y pulsó Enviar.
—Estaré allí en veinte minutos.
Pedro corrió alrededor del apartamento, limpiando, ocultando la ropa sucia en el armario, y pretenciosamente poniendo una buena botella de vino en la nevera para enfriarla antes de tomar una ducha rápida. Acababa de terminar de remendar la quemadura en el brazo y ponerse un par de vaqueros limpios cuando sonó el timbre de la puerta.
Enviando una rápida plegaria, abrió la puerta.
La boca de Paula se abrió antes de que la cerrara y espetara—: ¿Siempre contestas la puerta sin camisa?
—Acababa de salir de la ducha cuando sonó el timbre de la puerta. —Extendió la mano y suavemente agarró su muñeca, instándola a entrar. Cerró la puerta detrás de ella y apoyó su espalda contra la puerta, bloqueándola de hacer una salida apresurada. Su conciencia rápidamente sacó lo mejor de él—. Te mentí sobre mi brazo.
Sus ojos verdes se entrecerraron con sospecha. —¿Cómo es eso?
—Bueno. De hecho, se ve genial. Difícilmente duele más. Quería una excusa para volverte a ver.
Y verla lo hizo, el hermoso rostro que rondaba sus sueños y esos labios de rubí que sabían mejor que el postre más decadente que jamás había probado. Su cabello de fuego caía sobre sus hombros en ondas suaves, gruesas. Siempre había maldecido a su color. A Pedro le encantaba. Quería extenderla y trabajar esa piel de alabastro durante días, besar cada pequeña peca que encontrara.
Los pantalones vaqueros flojos y el suéter celeste que llevaba sólo acentuaban su constitución delgada. No comía bien, nunca lo hizo. Necesitaba a alguien para ayudarla a cuidarse, para asegurarse de que comía una comida decente por lo menos una vez al día. Podía hacer eso, si no lo mataba primero.Por la mirada en su cara, estaba a punto de hacerlo.
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