martes, 1 de abril de 2014

CAPITULO 17


Pedro se detuvo en un mercado de camino a casa, comprando algunos suministros para la cena, mientras Paula esperaba afuera en la motocicleta con la información que Tamara sin ser consciente había divulgado como espinas. Pedro volvió con una bolsa bastante pequeña que podía caber entre sus cuerpos por el resto del paseo, Paula era curiosa pero no echó una ojeada dentro. Las posibilidades eran que no sería capaz de entender mucho de todos modos debido a sus carentes habilidades culinarias.
—Sé que estas cansada. Adelántate y toma una ducha mientras empiezo la cena —dijo Pedro, una vez que estuvieron dentro de su departamento—. ¿Quieres una copa de vino, o ya tienes mucho con la cerveza?
—Creo que podría beber un galón de agua ahora, pero quizás una copa con la cena más tarde.
Sintiéndose abatida Paula caminó hacia el baño, su cabeza punzando por los niveles de ruido en el juego y por ser forzada al punto en que la cerveza no trabajara sobre el misterio de los padres de Pedro. Abrió los grifos, luego se sentó sobre la tapa del inodoro para tirar fuera sus zapatillas de deporte y calcetines. Había dejado abajo su ropa interior cuando Pedro dio un golpecito en el marco de la puerta con los nudillos y se acercó, con una botella de agua sin abrir en la mano.
El cielo la ayudara, ¿Por qué tenía que ser tan dulce, perfecto y bueno? ¿Por qué no podía tener algún defecto evidente en su personalidad que la hiciera sentir menos miserable sobre la forma en que lo había tratado esa semana que regresó a su vida?
—¿Estás bien, cariño? —y ahí venía de nuevo, haciendo que sus ojos picaran con lágrimas queriendo desesperadamente brotar como un manantial.
Paula mintió con una inclinación de cabeza y bajó la cabeza, frotando su aplanado cabello mientras conseguía control. —Sólo el duelo final de mi día libre —murmuró.
—¿Te has divertido?
Tomó la botella de agua fría que le ofreció, girando la tapa. —Tuve un momento increíble. Gracias por llevarme contigo.
—Es un placer. —Se inclinó para darle un beso suave, pero no se detuvo—. Le agradaste mucho a Tamara. Mateo acaba de enviarme un texto diciendo que no para de hablar sobre ti.
—Me agradó mucho, también.
—Bueno. Los veremos de nuevo pronto. —Le paso un dedo por las mejillas—. Tomaste un poco de sol.
—Bien, más pecas.
Sus ojos se suavizaron. —Más para besar después. Me gustaría acompañarte en la ducha, pero tengo que ir a chequear al restaurante, y empezar a trabajar en nuestra cena.
—¿Qué estás haciendo?
—Spaghetti Carbonara.
La comida chatarra que había comido antes se había ido, a juzgar por la forma en que su estómago rugió en aprobación. Pedro se rió y la dejo sola.
—¡Me consientes demasiado! —gritó Paula.
—¡Lo vales! —gritó de vuelta.
—No, tú lo vales —susurró—. Y no te merezco

Pedro salió de un sueño donde jugaba en la primera base para los Bravos y en algunos juegos de vida real. Una boca, húmeda y tibia exploraba su polla mientras unos dedos talentosos pasaban hacia el sur, acariciando y mimando suavemente sus bolas. Siguiendo con la cursi metáfora del béisbol en su cabeza, rodeó la segunda base y se dirigió rápidamente hacia la tercera.
De todas las maneras agradables en la cual un hombre puede ser despertado, una mamada de una hermosa pelirroja tendría que estar cerca de la parte superior de la lista. Gimió de placer, sintiendo su pene hincharse y tensándose aún más por la sangre, parpadeó un par de veces para despejar la niebla del sueño y orientarse.
Estaba en la cama de Paula, la cual habían profanado totalmente la noche anterior. El crespúsculo rezumaba por las rendijas de las cortinas, con una suave luz filtrándose en la habitación. Aún era temprano—demasiado pronto para que se despierte con sexo en el cerebro. Pero entonces lo tomó profundo, y decidió simplemente apreciar el cerebro sexy de Paula, sin importa la hora.
Mordiéndose el interior de la mejilla para mantener su orgasmo dentro de él, se agachó para acariciarle la mejilla con ternura. Lo liberó con un tirón lento, acariciando la base de su pene con su nariz, murmurando algo en voz baja que no podía descifrar. Era casi como si estuviera dentro de su propio sueño.
—Paula —abrió los ojos lánguidamente, apoyando la barbilla en su cadera. La mano entre sus piernas mantuvo su caricia, a través de su perineo y luego más bajo. Sus músculos se tensaron un poco ante su audacia, pero no trató de detenerla.
—¿Qué? —preguntó.
—Me preguntaba si estabas realmente despierta.
Un suave zumbido fue lo único que obtuvo como respuesta mientras un dedo rozó su trasero. Pedro siseó bruscamente, empujando su cabeza hacia atrás sobre la almohada. Intentó agarrar la base de su pene, apretando con fuerza para no perder su carga encima de él, ella, y la cama.
Rondando la tercera base.
—Fantásticos reflejos para esta hora en la mañana, señor —dijo Paula con un acento irlandés falso.
La risa de Ryan sacudió la cama.
Lee apartó su mano y lo llevo hacia el interior del paraíso de su boca una vez más, con un solo dedo inquisitivo ahora frotando y frotando, volando su mente. Pedro movió las piernas separándolas más, dejándola salirse con la suya en su cuerpo ya que parecía decidida a hacerle perder el control. Todo entre sus caderas creció firmemente, al igual que la succión de la boca perfecta de Paula. No hubo tiempo para una cortés advertencia, se corrió en su garganta. Afortunadamente, ya habían restablecido donde estaban sus respectivos límites sexuales.
Un gemido gutural vibraba en su pecho cuando se vino, el placer alcanzando el máximo, nivelándose, y luego decayendo, la oscuridad del olvido temporal lo absorbió como si hubiera soñado toda la maldita cosa.
Llegando hasta base.
El cabello de Paula le hizo cosquillas en el estómago mientras se reubicaba contra él, su pequeño suspiro se alineó sobre su piel. Levantó una mano para acariciar su espalda mientras recuperaba su cordura.
Debería responderle de la misma manera, pensó. Moverla debajo suyo y deslizarse dentro de ella una vez que su polla se recuperara, o por lo menos decir algo estúpido como "Eso fue increíble, gracias". Pero en cuestión de dos minutos, tres a lo sumo, estaba prácticamente roncando. Pedro la bajó suavemente a su lado, tirándola más cerca, y puso la sábana alrededor de sus cuerpos.
El amor creció con fiereza dentro de su pecho. No servía de nada negar que fuera eso exactamente, de la misma manera en la que reconoció que nunca había dejado de amarla. ¿Cómo podría?, si durante años había soñado con ser capaz de sujetarla de nuevo así. Sólo tenía un obstáculo más por borrar. Las razones anteriores para dejarla no podían colgar entre ellos para siempre. El tiempo para sincerarse se acercaba más con cada día que pasaba. Se preocupó de que ayer por la noche pudo ser el día.

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