sábado, 29 de marzo de 2014

CAPITULO 12


Veinte minutos después de que terminara su turno a medianoche, Paula se encontró parada frente a la puerta de Pedro. De alguna manera su auto solo dirigió el camino hasta allí, y sus pies cansados la cargaron los dos tramos de escaleras hasta su departamento. Debería haber llamado primero antes de presentarse tan tarde y sin previo aviso. Probablemente se encontraba dormido, agotado por una noche muy agitada, también. O bien, podría estar con amigos, tomar una copa y reír. No pensó en mirar por su motocicleta estacionada en la calle. En realidad, no había pensado en nada, su mente se sentía tan agotada para pensar lógicamente. Tal vez ni siquiera racional. Sólo parecía como si su cuerpo sabía lo que necesitaba y tomó la decisión por ella.
Levantó la mano y golpeó, luego escuchó en silencio por sonidos de movimiento al otro lado de la puerta. Después de un momento de nada, empezó a alejarse cuando oyó deslizarse la cadena a través del cerrojo y el cerrojo se movió.
—Hola —dijo ásperamente cuando abrió la puerta. Su cabello permanecía desordenado, sus hermosos ojos azules, lánguidos por el sueño. Todo lo que llevaba era un par de calzoncillos verde oscuro—. Entra.
Paula caminó a través del umbral, recorriendo las palmas húmedas sobre sus caderas, mientras cerraba y colocaba el seguro de la puerta detrás de ella.
—Yo… —empezó antes de que se diera cuenta que el propósito de su visita improvisada era algo irracional y egoísta. No había manera simple de explicar por qué se encontraba allí.
Frunció el ceño hacia su uniforme. —¿Todo eso es sangre?
Suspiró con voz cansina. —Fue una noche muy mala.
—Parece que lo fue. —Recorrió su mano a través de su cabello, causando que los músculos del costado izquierdo de su pecho se alargaran—. ¿Ese es el motivo de la visita tan tarde? ¿Aliviar la tensión?
Me volví insensible, y me haces sentir algo de nuevo.
Tragó su vergüenza. —Sí.
Pedro se acercó, sus dedos fueron al botón de su camisa. —Entonces vamos a empezar a sacar esos recuerdos. —Paula asintió, levantando los brazos amablemente.
Dejaron un rastro de ropa en el camino al dormitorio, despojando pieza por pieza entre besos húmedos y profundos. En el momento en que llegaron a la cama, los dos estaban felizmente desnudos, desesperados mutuamente, y Pedro se colocaba un condón.
Juntos se fundieron en la cama, una maraña cálida de extremidades y entusiasmo, buscando sus bocas calientes. Le quitó la banda elástica del cabello y masajeó la parte posterior de su cuero cabelludo con las yemas de los dedos. Paula cerró los ojos, gimiendo en voz baja por el placer de ese gesto simple y tierno.
Sus labios encontraron cada punto sensible en su garganta mientras su mano ahuecaba su pecho, con el pulgar burlándose de su pezón, haciéndolo endurecerse. Lo capturó entre sus labios y lo torturó con su lengua, hasta que Paula se retorció y gimió debajo de él, arañando los hombros con sus uñas, acercándolo más aún, su polla se deslizó en la unión de sus muslos donde ya estaba resbaladiza y adolorida por la necesidad.
La animó a girar sobre su costado, curvando su cuerpo grande contra su espalda. Cubriendo su pierna sobre el muslo para abrirla, facilitándose dentro de ella tan lentamente, que Paula tuvo que morderse el labio para no rogarle que se diera prisa. No había ninguna prisa.
Y Dios, se sentía maravilloso tenerlo tomándola así —paciente y cuidadoso— a pesar de lo avanzado de la hora y el cansancio compartido. Ambos sólo encajan como piezas de un rompecabezas, siempre lo fue.
La mano de Pedro acariciaba los pechos y vientre mientras lentamente movía sus caderas. Su boca le rozó la oreja, haciéndola temblar. Paula giró la cabeza para mirarlo. La expresión de su cara era tierna, la sonrisa suave en su labios familiares. La besó, larga y lánguidamente, sin sentir la necesidad de acelerar las cosas. Aun así, un orgasmo se construía entre los huesos de la cadera, cobrando fuerza con cada empuje perezoso.
Antes, cuando estaban juntos en la universidad, ella y Pedro habían hecho el amor tantas veces que era imposible llevar la cuenta. Conocía su cuerpo tan bien como ella lo hacía. Sabía cómo hacerla sufrir en un sala llena de gente y ponerse más calientes que el sol cuando se encontraban solos. Se convirtió vergonzosamente fácil para él hacerla venir. Podía excitarla con sólo el más breve toque, miradas, algunas palabras sucias susurradas al oído. Era casi capaz de conseguir un orgasmo instantáneo.
El sexo desde entonces estuvo bien en ocasiones, insatisfactorio en otras. A menudo se encontraba ante el conocimiento de que había fantaseado sobre Pedro cuando no se hallaba excitada con otro hombre, pero no quería pensar en eso ahora. No cuando su propio dios sexual personal la follaba como algo salido de un sueño húmedo. Ni siquiera tenía que oírle decir algo. El sonido de sus gemidos suaves y dichosos, y sus cuerpos calientes moviéndose juntos fueron suficientes.
Su mano se movió por su estómago, encontrando infaliblemente su clítoris hinchado. Paula vaciló al borde de un clímax deslumbrante. Hizo un ruido áspero en la garganta, una súplica muda por más, más, más, jadeando y Pedro le dio lo que necesitaba. Agarrando su cadera con la mano, ella se rompió bajo su hábil toque.
—Cristo. —Escuchó murmurar antes de que empujara profundamente dos veces más, y luego hundió su rostro en el cuello, respirando entrecortado sobre su piel mientras se estremecía al culminar.
Paula podía sentir las garras del sueño apretando su agarre sobre ella. Si se quedaba quieta y silenciosa durante un minuto sucumbiría. Tenía que levantarse, arreglarse, volver a casa, mientras todavía tenía una minúscula cantidad de energía.
Pedro bajó de la cama. Lo vio pasear por el cuarto de baño, todos los músculos moviéndose gráciles y su trasero firme. No pudo evitar sonreír. Pero entonces abrió la ducha y regresó a donde estaba, ofreciéndole una mano para ayudarla a levantarse.
—Pedro —dijo débilmente—. Yo debería…
—Deberías quedarte callada y dejarme frotar tu espalda. —Una sonrisa retorcida curvando sus labios—. Y a lo mejor, también tu frente.
Sin más protesta, la llevó a la ducha pero no se unió a ella en ese momento. —Voy a meter tu ropa a la lavadora. No colapses mientras no estoy.
Paula se movió debajo del rocío caliente, dejando que la calidez del agua aliviara los nudos en su cuello y hombros que el sexo no había soltado. En cuestión de minutos, estaba de vuelta. Enjabonó una esponja, y lo dejó que la lavara de la barbilla hasta los pies. Después lavó su cabello, sus dedos haciendo una magia sutil en su cuero cabelludo. Para el momento que tenía su cuerpo completamente enjuagado y seco, estaba sin fuerzas como un trapo usado.
—No pretendía pasar la noche —murmuró mientras él pasaba el peine por su cabello mojado—. ¿Pusiste mi ropa en la lavadora así no podría irme?
—A lo mejor. —Encontró sus ojos en la cómoda y no vio ni un rastro de remordimiento—. Sin embargo te querías quedar, ¿Verdad?
Lo hacía.
Aparte de la falta de energía para conducir a su casa, quería pasar la noche en los brazos de Pedro. Desde que reapareció, su pudor, su mundo predecible fue volcado en su cabeza, pero no podía ignorar el hecho de que los lugares vacíos en su interior, no se sentían tan fríos y desérticos nunca más. Aun si era un arreglo temporal, no podía negar más el ansia por más de él, de ellos juntos.
Siempre fue tan bueno con ella, justo hasta el momento en que se esfumó. Castigándolos a ambos, aferrándose a la ira que no era productiva o saludable. Le diría sus razones para irse a su debido tiempo, aunque esperaba que fuera más pronto que tarde. Tendría que ser paciente y esperar, tan difícil como esto podría ser. Paula no era conocida por poseer una gran paciencia. Ahora era un buen tiempo para empezar a trabajar en ello.
—Sí, me quiero quedar

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