miércoles, 26 de marzo de 2014

CAPITULO 4




Había flores esperándola cuando llegó al hospital al día siguiente. Paula sabía que eran para ella tan pronto como las divisó. No necesitaba leer la tarjeta que Elena le pasaba con una sonrisa engreída.
Era un bulto enorme de gladiolas en cada forma conocida por el hombre. Dándose cuenta que Pedro recordaba su flor favorita no debería poner su cara roja y hacer que su sangre bombeara más rápido por sus venas. Paula restregó su esternón con sus nudillos como si eso haría que el sentimiento cursi se fuera mientras le fruncía el ceño al hermoso ramo tan fuerte que era un milagro que no se marchitaran y murieran en el lugar.
—¿No vas a leer la tarjeta? —preguntó Elena.
—En algún momento. —Cuando estuviera en un mejor estado mental y no sintiéndose tan cegada por el regalo de Pedro.
—Si yo estuviera en tus zapatos. Lo tomaría mientras pudiera. Está obviamente aun embelesado por ti, y es hermoso. Hubieras pensado que Brad Pitt entró aquí anoche con la manera que todas las mujeres reaccionaron. Algunos hombres también.
—De verdad no entiendo toda la fascinación con Brad Pitt —dijo Paula en un intento de cambiar el tema—. Seguro, estuvo lindo en Leyendas de Pasión, pero actualmente tiene un candado alrededor de su pene y una camada detrás de él. Sabes que probablemente huele a Play-doh y a pañales orinados.
Elena se rió a carcajadas. —Aún así, no lo patearía fuera de la cama por comer galletas saladas. Y tú particularmente no te preocupas mucho por los niños, ¿Verdad?
Paula giró su ceño fruncido a Elena. —No es que no me gusten los niños. La mayoría de mi contacto con ellos es cuando están en su peor momento. He sido vomitada, gritada o atacada. A veces, todas las anteriores. Los pequeños imbéciles son malos.
—¿Acaso tu hermana no tiene unos cuantos?
—Vive en Detroit. Como máximo, los veo dos veces al año. —Cuando Elena elevó una ceja, Paula dijo—: No me des esa mirada. Hablamos por Skype cada cuanta semana. Amo a mi hermana y sus hijos malcriados, pero vivo para servir. Estaré todavía pagando préstamos estudiantiles cuando tenga noventa. Mientras más trabaje, más pronto puedo comenzar a ahorrar dinero para mi nicho funerario.
—Cristo, Paula. Necesitas tener una vida fuera de este hospital. Eso es todo lo que estoy diciendo. —Elena se giró para alejarse, a continuación dijo sobre su hombro—: Abre la tarjeta.
Paula cargó la tarjeta alrededor de la mayoría de su turno, el peso de ello casi tangible en su bolsillo. No quería abrirla porque sabía que diría algo ingenioso o encantador, y eliminaría su resolución. Pedro era bueno en hacer su camino cuando quería algo.
Las flores las habían mandado a los pisos de cuidados a los ancianos donde hicieron sonreír a alguien en vez de fruncir el ceño en confusión. Innecesario decir que no había dormido mucho la noche anterior. La conversación que había tenido con Pedro se mantuvo repitiendo en su cabeza, pausando en su disculpa y la declaración de que estaba de vuelta para bien.
¿Pero a donde irías y por qué?
Y luego estaba el beso. Difícil de olvidarlo, también. Pedro debería de tener un huracán nombrado en su honor, irrumpiendo por aquel salvaje azul, entristeciendo la progresión normal de vida, dejando devastación en su estela. Una categoría cinco de seguro.
En su descanso para cenar, juntó suficiente valor para abrir el pequeño sobre.

Gracias por el cuidado de primera, Dra. Chaves. El beso hizo sentir mí herida mucho mejor. Quiero verte otra vez.

Y había escrito su número telefónico debajo de las palabras.
Abruptamente se dio cuenta que estaba sonriendo, así que borró la expresión de su cara y comenzó a partir la tarjeta por la mitad. Sin embargo, no lo hizo. Por alguna razón, no pudo permitirse destruirla.
Las cosas siempre se sintieron inconclusas entre ellos, aún después de que la había dejado abandonada. En la parte trasera de su mente, lejos de toda ira y dolor, ha habido un sentimiento persistente de que algo no estaba del todo bien. No con su relación, sino con Pedro.
En las semanas antes de que desapareciera, se había vuelto callado y menos animado, como si tuviera el peso del mundo sobre sus hombros repentinamente. Le aseguró una y otra vez que no era ella o ellos juntos, pero no había habido una explicación real. Después se desvaneció como si nunca estuvo ahí.
Varias veces en los meses después, alguien la había llamado de un número desconocido y había contestado, solo para escuchar silencio del otro lado de la línea. Paula se había convencido que era él, pero a lo mejor había visto demasiadas películas melodramáticas.
Después de haber pasado por unas cuantas citas miserables, se había rendido a favor de concentrarse en la escuela de medicina. Hubo algunas breves aventuras para reducir el periodo de sequia, pero nada alguna vez se tornó serio. Y para ser sincera, nadie nunca había llegado a la altura de Pedro. Ahora se tenía que preguntar si había estado subconscientemente aun languideciendo por él todos estos años. Malditamente segura que lucía así. Ese era un pensamiento depresivo. Pero si seguía en su camino actual, terminaría como una señora mayor con cuarenta gatos y sin hijos que eventualmente la encontrarían muerta, su cadáver seco. Elena tenía razón. Necesitaba una vida fuera de la que existía dentro de las paredes del hospital.
La pregunta era si podía confiar en Pedro para no destruir su corazón otra vez si le daba la oportunidad

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