lunes, 31 de marzo de 2014

CAPITULO 16



Paula debe haber hecho un ruido extraño, como si se estuviera ahogando o sufriendo un ataque cerebral, algo lejos de los sonidos humanos comunes, porque Tamara giró su cabeza hacia ella tan rápido que era un milagro que no se hiciera un esguince en el cuello y todo el color desapareció de su rostro. La forma en que los ojos de Tamara se abrieron era exactamente de la forma que Paula lo hacía.
—A la mierda todo ¿No lo sabías cierto?
Paula se limitó a solo sacudir su cabeza, sintiéndose un poco mareada, y muy parecido a algo que necesitas sacar de la suela de tu zapato.
—Jesús, pensé que lo sabías. Mateo me estrangulará por esto. —Tamara cubrió su boca con los dedos.
Paula finalmente se recuperó para hablar. —Tamara, no diré nada, lo prometo. Y soy yo la que debe disculparse. Lo siento muchísimo. Fue terrible de mi parte llevarte por ese camino. Es solo que Pedro no va a decirme lo que pasó y no puedo conseguir más allá de algunas cosas hasta que lo haga.
Tamara le tomó la mano, apretándola con fuerza. —Lo hará, solo se paciente con él. Te dije lo suficiente para que sepas que eso fue malo. Pero para que lo sepas, Pedro no me contó. Mateo lo hizo y si se entera que te dije alguna cosa no me dirá ningún secreto en tanto tiempo como yo viva, que no será mucho tiempo.
—Para. Te prometo que nadie sabrá que dijiste una palabra. —por encima del hombro Paula vio a Pedro y Mateo regresando a sus asientos, con los brazos cargados de alimentos y bebidas—. Aquí vienen. Toma una respiración profunda. —Paula hizo lo mismo—. Relájate. Vamos a comer un montón de basura que es mala para nosotras, beber mucha cerveza tibia, y abuchear hasta la mierda a los Cachorros de Chicago.
Eso consiguió una risa de Tamara, y Paula se echó a reír también, a pesar de que no estaba de visita en cualquier lugar remotamente cerca de Felicilandia.

Por el resto del juego, Paula logró poner un sólido frente de chica divertida, animando y conversando y en general pasando un buen rato, a pesar de que durante los momentos de calma su mente volvía a lo que Tamara le había dicho. Así que bebió más cerveza esperando que los engranajes de su cerebro se pegaran e inactivaran.
No se emborrachó. Paula no fue hecha de esa manera. Pasar demasiados años en y alrededor de una sala de emergencias había moldeado a su cerebro para evitar problemas a toda costa. Vio el peligro donde otros no lo hicieron, o donde ellos decidieron ignorarlo, y yendo de un poco zumbado a rotundo chapoteado era definitivamente peligroso después de hoy. El alcohol afloja más que las inhibiciones, afloja la lengua, también, y una boca fugitiva puede ser desastrosa.
Tamara se mantuvo dándole miradas interrogantes, básicamente preguntando si estaba bien sin pronunciar una sílaba y Paula chocaría sus hombros o haría un guiño y sonreiría. Realmente le gustaba la chica, quería pasar más tiempo junto a ella y Mateo, y no sucedería si Tamara pensaba que no podía confiar en Paula de mantener su palabra, o si temiera que iba a caer bajo la presión y tener luego problemas con Mateo.
El día paso en un borrón surrealista y Los Bravos ganaron el partido, cuatro a tres. Se intercambiaron abrazos antes de salir del estadio y Paula le susurro al odio a Tamara otra vez que no se preocupara. Hicieron planes tentativos para ir a cenar juntos la próxima vez que tuvieran tiempo libre.

CAPITULO 15



Una vez que Pedro tenía los cascos asegurados a la moto con algún tipo de cable y las llaves en su bolsillo, le agarró la mano y se dirigió al interior del estadio.
Los recuerdos vinieron volando mientras los aromas la golpearon, el pasto recién cortado, palomitas de maíz, cerveza rancia y perros calientes asándose, junto con las muchas tardes que habían pasado aquí en lo que parecía una vida atrás. Ocho años se desvanecieron en minutos. De repente fue ayer, la mano de Paula apretó la suya mientras se abrían camino a través de la densa multitud de aficionados a los asientos baratos, en la sección más alta y lejana a las gradas. Se había aferrado como si temiera perderla entre la multitud si la soltara.
Ahora, la tomaba de la mano con la misma fuerza, y Paula se dio cuenta, que nunca la había perdido, aun cuando algo o alguien lo habían obligado a irse. Las partes de su corazón que se habían convertido en hielo sólido después de su partida fueron descongelándose y ahora quedaba sólo uno o dos puntos de hielo. Tal vez, si alguna vez, se decidiera a contarle lo que había sucedido, ese hielo se iría también. Había habido un par de veces últimamente donde había tenido la sensación de que estaba a punto de explotar, pero entonces una sombra oscurecía sus ojos, el momento pasaba y Paula empujaba lejos su decepción.
Demostró sus boletos al acomodador, y se dejaron llevar cortésmente a los asientos no muy lejos detrás del revestimiento. Bueno, esto no era muy lejos como en los viejos tiempos cuando los jugadores parecían soldaditos de plástico en el campo debajo de ellos.
Paula dejó escapar un silbido mientras se acomodaban. Ambos equipos estaban en el campo calentando, y estaban tan cerca que podía lanzar una pelota de béisbol y golpear a uno de ellos desde donde estaban sentados, de preferencia un miembro de los Cachorros de Chicago ya que eran el oponente para este juego.
—Bien hecho, Sr. Alfonso. Bien hecho.
—Ayuda conocer a la gente adecuada. —Le guiñó un ojo.
—¿Y quién podría ser esa gente que consiguen asientos tan buenos si tan pronto en la temporada?
Asintió sobre el hombro de Paula. —Estás a punto de reunirte con ellos.

Paula reconoció inmediatamente a Mateo Lattimore mientras se abría camino por las escaleras un hombre alto, precioso y llevando consigo a una mujer morena. Cada pocos pasos alguien los detenía para saludarlos con un apretón de manos, chocar las cinco o para una foto y Mateo gentilmente obedecía mientras que detrás de él la expresión de la chica decía que para ella eso era completamente natural por el hecho de salir con una celebridad local. Si Paula no estaba mal, había rodado los ojos varias veces.
—Él es Mateo, mi jefe —murmuró Pedro, cerca de su oído.
—¿Quién es la mujer?
—Su novia, Tamara.
—Es bonita —dijo Paula, estudiando objetivamente como ellos se acercaban.
Su vestuario destacaba en sus pantalones de mezclilla Góticos rotos, botas negras, un top negro con mangas tres cuartos y una gigante letra roja A en el frente, un irónico mensaje a La Letra Escarlata tal vez —su cabello era oscuro como la noche, rozando sus hombros con rizos sueltos. Alrededor de su cuello había una gargantilla de algún tipo —más negro—pero no estaba muy maquillada. De hecho parecía que no llevaba maquillaje en absoluto. A Paula le gusto enseguida y eso que aún no habían sido presentados.
—Es muy divertida —dijo Pedro—. Espera a que la conozcas.
Finalmente llegaron a su fila de asientos, y Mateo dio un paso atrás para permitir que Tamara fuera delante de él, manteniendo una mano en la espalda baja. Por la mirada llena de ternura entre el uno y el otro, Paula se dio cuenta de que estaban profundamente enamorados.
Cuando Pedro se puso de pie, Paula hizo lo mismo, quitándose sus gafas de sol y deslizándolas sobre su gorra.
—Paula, este es mi jefe, Mateo Lattimore, y su novia, Tamara Conner.
Se estrecharon las manos. —Es un placer conocerlos a ambos.
—A ti también Paula—dijo Mateo.
—Estábamos empezando a creer que eras un mito —dijo Tamara, cuándo se volvieron a sentar, las dos chicas en el centro con los hombres al costado.
Paula miro a Pedro con curiosidad.
—He estado manteniéndola solo para mí —dijo, dándole una sonrisa intima.
—No puedo decir que te culpo —dijo Tamara.
Mateo se inclinó en su asiento. —Pedro, vamos a buscar aperitivos antes de que comience el juego. Tamara y Paula pueden cotillear sobre nosotros mientras estamos afuera.
—Sip, y mientras más rápido se vayan, más pronto podremos comenzar —dijo Tamara.
Paula río y encogió sus pies para que Pedro pudiera pasar. Se detuvo frente a ella, inclinándose hacia adelante para sujetarle las manos en sus brazos, y bajo su rostro al suyo, las puntas de sus gorras se tocaron.
—¿Cerveza, hot dog, palomitas de maíz, cacahuates, dedo de espuma?
—Los comestibles serian ideales. Todos ellos por favor.
—Dios, Amo como comes. —inclinó la cabeza para darle un sonoro beso en los labios, y después se fue con Mateo.
Pedro nos dijo que eras médico de urgencias en Atlanta General —dijo Tamara, una vez que estuvieron solas.
Paula asintió, preguntándose cuanto Mateo y Tamara sabían de su pasado.
—Llevo cuatro años ahora. Tuve suerte en conseguir volver a Atlanta después de hacer mi residencia en Florida.
—Trabajo difícil. Te admiro por eso.
—Gracias.
—¿Es todo lo que esperabas que fuera y más?
—La mayor parte del tiempo, a pesar de que tiene sus días, como la mayoría de las profesiones supongo. ¿Qué es lo que haces?
—Diseño gráfico. Trabajo para una agencia aquí en Atlanta, pero me dejan trabajar principalmente en casa. Súper buenos puntos de extra porque no soy una persona muy sociable.
Paula sonrió ante su franqueza. —¿Ah, sí?
La boca de Tamara se torció irónicamente. —No tengo mucho filtro. Se ha vuelto mejor desde que conocí a Mateo. Tiene una manera de frenarme, considerando que en el pasado, esto me ha costado relaciones y varios puestos de trabajo como camarera en la universidad. Aguanta mi mierda, que es probablemente por eso que lo hacemos tan bien juntos…
La mirada de Paula corrió hasta el collar que estaba alrededor del cuello de Tamara, preguntándose si eso significaba lo que pensaba que era, que era más que simplemente una bonita decoración para su delgado cuello. No era ingenua sobre las tendencias sexuales más oscuras de algunas personas, pero no tenía curiosidad por explorarlos tampoco. Si mantenías el control o mantenerte en línea como en el caso de Tamara y luego golpearte a ti mismo. Siempre y cuando no hicieras algo estúpido o lo suficientemente peligroso para terminar en la sala de emergencias…
Notó un poco de tinta interesante en el interior de la muñeca izquierda de Tamara. —Me gusta tu tatuaje. ¿Es una flor?
Tamara movió su brazo más cerca para que Paula pudiera verlo mejor.
—Es una alcachofa.
Paula se había dado cuenta de eso entonces. Extraña elección para un tatuaje, pero aun así un dibujo muy realista, alrededor de una pulgada y media de diámetro, y perfectamente coloreada. Cuando Paula miró la cara de Tamara de nuevo, se mordió el labio. —Mi hermano lo hizo por mí. Por suerte, el gen artístico viene de familia.
—Estoy adivinando que hay una historia interesante detrás de él —dijo Paula.
—La hay, pero es sucio —sonrió Tamara—. Si alguna vez bebemos juntas, estoy segura que mi filtro saldrá y te contare todo lo miserable.
—No puedo esperar —quiso decir Paula.
Tamara le palmeó el brazo, riendo. —Sabía que me gustarías, Paula.
—Así que, ¿Hace cuánto conoces a Pedro? —preguntó Paula, buscando donde no debería.
Tamara frunció sus labios, haciendo el cálculo mental. —Bueno, déjame ver. Mateo y yo hemos estado juntos durante casi seis meses, así que… supongo que cuatro meses. Me tomo un par de meses de estar con Mateo antes de estar lista para conocer a su personal. O lo más probable, para que Mateo estuviera listo para presentarme a ellos. Pero me gusto Pedro al instante. A todo el mundo, especialmente a Mateo. Tener a Pedro en el restaurante le ha sacado gran peso de sus hombros.
Paula sonrió. —Pedro es un tipo fácil de agradable.
—Es increíblemente dulce, también —dijo Tamara—. Demasiado dulce para todo el infierno que su familia le hizo pasar.
A pesar de estar sentada bajo el sol, la piel de Paula se erizó con inquietud. ¿Debería aprovechar la apertura que Tamara solo le había dado? ¿Ver la cantidad de información que podía conseguir engañándola?
—Estoy de acuerdo —dijo.
—Quiero decir, si mi padre hiciera algo así no le hablaría de nuevo —dijo Tamara, frunciendo el ceño a la cabeza de la persona que estaba en la fila en frente de ellos—. Qué lío tan repugnante.
—Y Pedro tenía que limpiarlo —dijo Paula, sintiéndose una mierda total pero incapaz de detenerse.
—¡Sí! Exactamente —dijo Tamara, murmurando—. Horrible.
Lo sabe todo, pensó Paula y eso la molestó otra vez. Tan cercanos como eran —en ese entonces y ahora— Pedro aún dudaba para decirle que pasó, sin embargo, había derramado sus entrañas a su jefe y su novia. Sí, eso duele como una perra.
—Y luego su pobre madre, tratando de suicidarse por eso.
¡Oh mi Dios!

domingo, 30 de marzo de 2014

CAPITULO 14


Durante las siguientes dos semanas cayeron en una clase de rutina: sexo, comida, sueño, o alguna variación de los tres, ya sea en el apartamento de Paula o en el de Pedro, en función de los horarios de trabajo y los niveles de fatiga. Paula no se sorprendió al descubrir que había ganado siete libras por su cocina. Se podría haber pensado que con todo el sexo quemaría algunas de las calorías adicionales que consumía, pero lo que no estaba siendo utilizado se estaba asentando en su trasero. Era hora de empezar a utilizar exclusivamente las escaleras en el hospital en lugar del ascensor. Y tal vez renunciar a una segunda porción de la increíble comida de Pedro. Por desgracia, al igual que él, sus platos eran difíciles de resistir.
Era domingo, y tenían una cita. Una verdadera cita, fuera de sus apartamentos con él recogiéndola y todo. Llevando ropa. Le había dicho que usara algo casual, algo en lo que estaría cómodo al aire libre.
Cuando Paula brincó bajo las escaleras a la una en punto, vestida con un pantalón vaquero, unas zapatillas deportivas y una camiseta de manga larga de algodón.Pedro se reclinó contra el asiento de una elegante Kawasaki azul, con los brazos cruzados sobre su pecho, piernas largas cruzadas en los tobillos. Estaba vestido similar a ella. Tuvo que detener su andar por el miedo de que su lengua la traicionara, ¿Cómo era posible que un cuerpo contuviera tanta sensualidad? El día era hermoso como él, cielo azul sin una nube sobre sus cabezas. El aire crispaba con temperaturas por arriba de los sesenta, posiblemente llegaría más tarde a los setenta. Un día perfecto para hacer algo divertido afuera, lo cual era una anomalía para Paula. Normalmente pasaba sus días poniéndose al día con la lavandería, pagando cuentas, y tomando ocho horas ininterrumpidas de sueño. El aire fresco sería bueno para ella.
Pedro se acercó para un beso rápido, luego colocó sus lentes de sol en el compartimento de la motocicleta, mientras ella miraba con precaución a la máquina. Notando el segundo casco en la parte posterior del asiento.
—¿Iremos en esto?
—Depende de ti, pero pensé que si te daba la opción, te gustaría hacerlo.
Distintivamente oyó el desafío en su voz, ¿estaría dispuesta a andar por las agitadas calles de la ciudad de Atlanta en la parte trasera de una moto, y los brazos envueltos alrededor de la cintura de Pedro, terminando con el pelo en forma de casco?
—Diablos, sí —dijo Paula, golpeando la ola de nerviosismo. Nunca había tocado una motocicleta en su vida, pero sabía que se ocuparía de cuidarla bien y por encima de todo sería excitante, si no fuera por el poquito de miedo que sentía. Está bien, probablemente era aterrador, pero solo se vive una vez, ¿No?
Sonrió. —Tenía la esperanza de que dijeras eso.
—Me lo imaginaba, ¿a dónde vamos?
—Es una sorpresa.
—Estaba esperando que no dijeras eso.
—Te gustará, lo prometo. Mientras dure el viaje, recuerda relajarte y disfrutarlo. Las primeras veces que giremos en una esquina se sentirá raro para ti. Tu instinto natural hará que te tenses y quizás que pelees contra la gravedad, es normal, pero no te caerás. Apóyate en mí y has que tu cuerpo haga lo que hace el mío, ¿de acuerdo?
—Está bien. —A pesar de la sequedad en su boca y el sudor que humedecía su labio superior.
—Súbete.
Pedro la ayudó a montar, asegurando la correa de la hebilla de su casco con fuerza y luego bajó el visor del frente. Señaló las clavijas donde debía colocar sus pies.
Satisfecho porque estaba lista para andar, paso una de sus piernas encima del asiento, donde antes estaba su casco y pateó la manivela de la moto, Paula se acercó a su espalda, envolviendo los brazos en su cintura. Tocó sus manos una vez antes de agarrar el manubrio.
—¿Lista? —preguntó en voz alta, pero ahogada por el casco.
Con el corazón golpeteando en el pecho, Paula le dio pulgares arriba.
—Espera.
Tensó su agarre alrededor de él, juntando sus dedos, y Pedro se alejó de su complejo de apartamentos.
Al principio era raro, como había dicho que sería, acostumbrarse al movimiento de la moto sin tensarse (o gritar de terror) cuando tomó una esquina, y estaba segura de que Pedro condujo más despacio de lo que normalmente lo haría si hubiera estado viajando solo. Pero después de unos kilómetros de ir manejando a través del tráfico se acostumbró al movimiento, confiando en los instintos de Pedro, y se relajó en su contra.
Tenía que admitir que era un poco caliente, el que dos cuerpos estén presionados tan cerca el uno del otro, montados en lo que sería un vibrador gigante entre las piernas.
Habían estado andando durante unos quince minutos cuando vio que Turner Field se avecinaba por delante y se sorprendió. Le sonrió a la parte posterior de su cabeza, y le dio un apretón en la cintura. Navegó por el laberinto de aparcamiento, hasta encontrar un área específicamente para motocicletas, y rodó la bicicleta a una parada suave.
Se bajó primero antes de ayudar a que ella hiciera lo mismo. Paula se quitó el casco y se sentó en la parte trasera de la moto, luego prestó atención a su pelo.
—Dime que te gustó el paseo.
—Me encantó el paseo.
Levantó su puño. —Sí. Esa es mi chica.
Esas simples palabras enviaron un ridículo calor a su cara y entre las piernas.
Desde el mismo compartimiento donde Pedro había guardado sus gafas de sol, sacó unos para ella y dos gorras de béisbol Atlanta Braves.
—Te ves hermosa —dijo—, pero traje uno para ti, para que no te preocupes por tu cabello.
Paula le arrebató la gorra de la mano y se colocó sus gafas de sol. Envolvió una mano alrededor de la parte posterior de su cuello para tirar de él y darle un beso de agradecimiento. Se detuvo en sus labios mucho más tiempo de lo que había esperado, gimiendo por tener que detener su manifestación pública de afecto.
—Gracias por las sorpresas —dijo.
—Y aun no se han terminado.

CAPITULO 13



Pedro estaba terminando el tocino cuando Paula se arrastró a la cocina, con los ojos nublados por el sueño y su cabello hecho una impresionante maraña de colores brillantes alrededor de su cara. Había encontrado la camiseta limpia que le había dejado, el dobladillo le llegaba hasta la parte superior de sus muslos cremosos. Un pequeño rastro de blanco en su labio inferior le dijo que también había encontrado el nuevo cepillo de dientes que había colocado en el borde del lavabo del cuarto de baño.
Extendió la mano y agarró un puñado de su camiseta, arrastrándola hacia él para un beso de menta. —Buenos días —dijo antes de quitar un poco de pasta dental con su pulgar.
—Buenos días. Gracias por… —Ondeó una mano, señalando la camiseta y luego el área general de su cara.
Sonrió. Paula nunca había sido muy locuaz por la mañana. —De nada. ¿Café?
—Dios, sí.
Le sirvió una taza y la dejó en el bar mientras se deslizaba en una silla, luego añadió una cucharada de crema y esperó a ver si había hecho bien. Agarró una cuchara y lo revolvió algunas veces antes de levantarla a sus labios para beber un sorbo vacilante.
—¿Cómo suena un omelet con un montón de queso y verduras?
—Como el cielo, sólo que sin cebollas o espinacas, por favor. —Empezó a tomar otro trago de café, y luego con una mueca dijo—: O tomates o champiñones.
Pedro rió, sacudiendo su cabeza. —Un omelet de queso, enseguida.
Mientras batía los huevos, ella masticaba un trozo de tocino. —Me alegro de ver que no te convertiste en uno de esos chefs tercos de la salud frutal que están todo sobre el tofu y la soja.
—Estoy todo sobre el sabor, nena. Trae la manteca y al cerdo gordo.
Lo apuntó con su tira de tocino. —Veo grandes cosas en tu futuro, joven padawan.
—Hablando del futuro… —Cuando alzó la vista, se congeló a mitad del bocado—. Mateo está planificando las primeras etapas de otro restaurante.
—¿Sí?
—En Buckhead. Ya encontró el lugar.
—Guau, lujoso.
—Más lujoso que Bite. —Pedro vertió los huevos en una sartén—. El menú no va a cambiar mucho, más que nada el nombre y la atmósfera.
—Podrá incrementar los precios y los residentes de Buckhead ni pestañearían.
—Está eso también.
—Entonces… ¿Contratará a otro chef para el nuevo lugar o… él lo…?
—¿Lo dirigirá él mismo?
Asintió.
Es cierto que Pedro estaba hostigando a Paula para calcular su interés en su futuro, o más bien la posibilidad de que tuvieran un futuro. Mateo dio a entender que le podría gustar que Pedro dirigiera finalmente el nuevo lugar, y Pedro estaba interesado, pero no si eso significaba que causara problemas para él y Paula. No cuando su relación reavivada permanecía tan frágil como las cáscaras de huevo que acababa de romper.
—A Mateo le gusta la ciudad. —Le añadió el queso a su omelet—. Mencionó hacerme el chef principal del nuevo lugar.
Paula agarró su taza como si estuviera tratando de calentarse las manos, mirando su café.
Cuando volvió a hablar, sus palabras fueron cuidadosamente elegidas y exactamente lo que él esperaba que dijera. —Eso sería genial para ti.
Agarrando un plato del armario, deslizó el omelet sobre él y lo dejó delante de ella, luego colocó un tenedor y una servilleta. —Hay algunos muy buenos hospitales en Buckhead. Está Piamonte y el Centro Shepherd y…
—No —dejó escapar un suspiro tembloroso, negando—. No puedes tenerme en cuenta para cada decisión que tomes, Pedro.
—¿Qué si quiero tenerte en cuenta?
Se paró bruscamente y rodeó la barra para detenerse frente a él. Sus manos se cerraron en puños a los costados. Sus profundos ojos verdes ardían. Por un momento pensó que podría estar a punto de darle un puñetazo. —No tienes que hacerme esto de nuevo. ¡No puedo dejarte regresar de nuevo a mi vida, sólo para verte salir de ella por segunda vez! No creo que pudiera sobrevivir a ello. —Lágrimas se derramaron de sus ojos, se apartó, saliendo disparada fuera de la cocina.
—Mierda. —Eso se había vuelto épicamente en su contra—. ¡Paula, espera!
La perdió en su apartamento hasta que la oyó hurgar en la lavandería. Cuando llegó a su lado, estaba temblorosamente fregando la ropa, todavía húmeda y arrugada por la lavadora.
—No te vayas —dijo.
Aspiró, tratando de meter un pie en sus pantalones mientras se equilibraba con el otro. Alejó sus manos y envolvió sus brazos alrededor de su cintura por detrás mientras ella luchaba por sacárselo de encima. Todo lo que logró fue que se aferrara con más fuerza.
Cuando dejó de retorcerse, enterró el rostro en su cabello. —Escúchame. No te estoy dejando de nuevo, ¿de acuerdo? Sé que jodí todo y que todavía no confías en que no voy a herirte por segunda vez, pero todo lo que puedo hacer es demostrarlo. Para poder hacer eso, tienes que estar alrededor para observar.
La sostuvo hasta que sintió la rigidez de sus músculos yéndose lentamente, e incluso entonces no la soltó, sólo aflojó un poco su agarre.
—Deberíamos poner fin a esto ahora, antes de que las cosas se pongan más intensas y se nos salgan de las manos. No es justo de mi parte impedirte una promoción, y no es justo que pongas ese tipo de peso sobre nuestra relación cuando no te harás cargo de ella tan pronto.
—Está bien, admito que traer a colación el trabajo era injusto y estúpido. Quería medir tu reacción a la posibilidad, y no lo pensé hasta el final. Lo siento por eso, pero al menos sabes que soy honesto contigo.
—Me gusta la ciudad, también —dijo en voz baja—. Me gusta mi hospital.
Susurró en su oído—: ¿Todavía te gusto?
Cuando no respondió de inmediato, besó su hombro, donde la camisa se había deslizado hacia abajo por su brazo, rozando su barbilla sin afeitar sobre su piel sólo para sentirla temblar en su contra.
—No peleas justo —se quejó.
—Te ofrecí darme una paliza.
—Y tal vez todavía quiero dártela. —Se giró en sus brazos, aplanando sus manos en su pecho—. Por supuesto que todavía me gustas, pero no más minas terrestres, ¿de acuerdo? No soy buena con las sutilezas, y no seré la razón por la que rechazarás un trabajo que te mereces.
—Buckhead es accesible en auto, sabes.
Arrugó su cara. —Tal vez para ti lo es.
Besó su boca. —Maldición, extrañé tu obstinado trasero.

sábado, 29 de marzo de 2014

CAPITULO 12


Veinte minutos después de que terminara su turno a medianoche, Paula se encontró parada frente a la puerta de Pedro. De alguna manera su auto solo dirigió el camino hasta allí, y sus pies cansados la cargaron los dos tramos de escaleras hasta su departamento. Debería haber llamado primero antes de presentarse tan tarde y sin previo aviso. Probablemente se encontraba dormido, agotado por una noche muy agitada, también. O bien, podría estar con amigos, tomar una copa y reír. No pensó en mirar por su motocicleta estacionada en la calle. En realidad, no había pensado en nada, su mente se sentía tan agotada para pensar lógicamente. Tal vez ni siquiera racional. Sólo parecía como si su cuerpo sabía lo que necesitaba y tomó la decisión por ella.
Levantó la mano y golpeó, luego escuchó en silencio por sonidos de movimiento al otro lado de la puerta. Después de un momento de nada, empezó a alejarse cuando oyó deslizarse la cadena a través del cerrojo y el cerrojo se movió.
—Hola —dijo ásperamente cuando abrió la puerta. Su cabello permanecía desordenado, sus hermosos ojos azules, lánguidos por el sueño. Todo lo que llevaba era un par de calzoncillos verde oscuro—. Entra.
Paula caminó a través del umbral, recorriendo las palmas húmedas sobre sus caderas, mientras cerraba y colocaba el seguro de la puerta detrás de ella.
—Yo… —empezó antes de que se diera cuenta que el propósito de su visita improvisada era algo irracional y egoísta. No había manera simple de explicar por qué se encontraba allí.
Frunció el ceño hacia su uniforme. —¿Todo eso es sangre?
Suspiró con voz cansina. —Fue una noche muy mala.
—Parece que lo fue. —Recorrió su mano a través de su cabello, causando que los músculos del costado izquierdo de su pecho se alargaran—. ¿Ese es el motivo de la visita tan tarde? ¿Aliviar la tensión?
Me volví insensible, y me haces sentir algo de nuevo.
Tragó su vergüenza. —Sí.
Pedro se acercó, sus dedos fueron al botón de su camisa. —Entonces vamos a empezar a sacar esos recuerdos. —Paula asintió, levantando los brazos amablemente.
Dejaron un rastro de ropa en el camino al dormitorio, despojando pieza por pieza entre besos húmedos y profundos. En el momento en que llegaron a la cama, los dos estaban felizmente desnudos, desesperados mutuamente, y Pedro se colocaba un condón.
Juntos se fundieron en la cama, una maraña cálida de extremidades y entusiasmo, buscando sus bocas calientes. Le quitó la banda elástica del cabello y masajeó la parte posterior de su cuero cabelludo con las yemas de los dedos. Paula cerró los ojos, gimiendo en voz baja por el placer de ese gesto simple y tierno.
Sus labios encontraron cada punto sensible en su garganta mientras su mano ahuecaba su pecho, con el pulgar burlándose de su pezón, haciéndolo endurecerse. Lo capturó entre sus labios y lo torturó con su lengua, hasta que Paula se retorció y gimió debajo de él, arañando los hombros con sus uñas, acercándolo más aún, su polla se deslizó en la unión de sus muslos donde ya estaba resbaladiza y adolorida por la necesidad.
La animó a girar sobre su costado, curvando su cuerpo grande contra su espalda. Cubriendo su pierna sobre el muslo para abrirla, facilitándose dentro de ella tan lentamente, que Paula tuvo que morderse el labio para no rogarle que se diera prisa. No había ninguna prisa.
Y Dios, se sentía maravilloso tenerlo tomándola así —paciente y cuidadoso— a pesar de lo avanzado de la hora y el cansancio compartido. Ambos sólo encajan como piezas de un rompecabezas, siempre lo fue.
La mano de Pedro acariciaba los pechos y vientre mientras lentamente movía sus caderas. Su boca le rozó la oreja, haciéndola temblar. Paula giró la cabeza para mirarlo. La expresión de su cara era tierna, la sonrisa suave en su labios familiares. La besó, larga y lánguidamente, sin sentir la necesidad de acelerar las cosas. Aun así, un orgasmo se construía entre los huesos de la cadera, cobrando fuerza con cada empuje perezoso.
Antes, cuando estaban juntos en la universidad, ella y Pedro habían hecho el amor tantas veces que era imposible llevar la cuenta. Conocía su cuerpo tan bien como ella lo hacía. Sabía cómo hacerla sufrir en un sala llena de gente y ponerse más calientes que el sol cuando se encontraban solos. Se convirtió vergonzosamente fácil para él hacerla venir. Podía excitarla con sólo el más breve toque, miradas, algunas palabras sucias susurradas al oído. Era casi capaz de conseguir un orgasmo instantáneo.
El sexo desde entonces estuvo bien en ocasiones, insatisfactorio en otras. A menudo se encontraba ante el conocimiento de que había fantaseado sobre Pedro cuando no se hallaba excitada con otro hombre, pero no quería pensar en eso ahora. No cuando su propio dios sexual personal la follaba como algo salido de un sueño húmedo. Ni siquiera tenía que oírle decir algo. El sonido de sus gemidos suaves y dichosos, y sus cuerpos calientes moviéndose juntos fueron suficientes.
Su mano se movió por su estómago, encontrando infaliblemente su clítoris hinchado. Paula vaciló al borde de un clímax deslumbrante. Hizo un ruido áspero en la garganta, una súplica muda por más, más, más, jadeando y Pedro le dio lo que necesitaba. Agarrando su cadera con la mano, ella se rompió bajo su hábil toque.
—Cristo. —Escuchó murmurar antes de que empujara profundamente dos veces más, y luego hundió su rostro en el cuello, respirando entrecortado sobre su piel mientras se estremecía al culminar.
Paula podía sentir las garras del sueño apretando su agarre sobre ella. Si se quedaba quieta y silenciosa durante un minuto sucumbiría. Tenía que levantarse, arreglarse, volver a casa, mientras todavía tenía una minúscula cantidad de energía.
Pedro bajó de la cama. Lo vio pasear por el cuarto de baño, todos los músculos moviéndose gráciles y su trasero firme. No pudo evitar sonreír. Pero entonces abrió la ducha y regresó a donde estaba, ofreciéndole una mano para ayudarla a levantarse.
—Pedro —dijo débilmente—. Yo debería…
—Deberías quedarte callada y dejarme frotar tu espalda. —Una sonrisa retorcida curvando sus labios—. Y a lo mejor, también tu frente.
Sin más protesta, la llevó a la ducha pero no se unió a ella en ese momento. —Voy a meter tu ropa a la lavadora. No colapses mientras no estoy.
Paula se movió debajo del rocío caliente, dejando que la calidez del agua aliviara los nudos en su cuello y hombros que el sexo no había soltado. En cuestión de minutos, estaba de vuelta. Enjabonó una esponja, y lo dejó que la lavara de la barbilla hasta los pies. Después lavó su cabello, sus dedos haciendo una magia sutil en su cuero cabelludo. Para el momento que tenía su cuerpo completamente enjuagado y seco, estaba sin fuerzas como un trapo usado.
—No pretendía pasar la noche —murmuró mientras él pasaba el peine por su cabello mojado—. ¿Pusiste mi ropa en la lavadora así no podría irme?
—A lo mejor. —Encontró sus ojos en la cómoda y no vio ni un rastro de remordimiento—. Sin embargo te querías quedar, ¿Verdad?
Lo hacía.
Aparte de la falta de energía para conducir a su casa, quería pasar la noche en los brazos de Pedro. Desde que reapareció, su pudor, su mundo predecible fue volcado en su cabeza, pero no podía ignorar el hecho de que los lugares vacíos en su interior, no se sentían tan fríos y desérticos nunca más. Aun si era un arreglo temporal, no podía negar más el ansia por más de él, de ellos juntos.
Siempre fue tan bueno con ella, justo hasta el momento en que se esfumó. Castigándolos a ambos, aferrándose a la ira que no era productiva o saludable. Le diría sus razones para irse a su debido tiempo, aunque esperaba que fuera más pronto que tarde. Tendría que ser paciente y esperar, tan difícil como esto podría ser. Paula no era conocida por poseer una gran paciencia. Ahora era un buen tiempo para empezar a trabajar en ello.
—Sí, me quiero quedar

CAPITULO 11



Durante los siguientes tres días, Paula trabajó en un estado de estupor exhausto a propósito. Incluso cubrió algunos medios turnos de otros médicos, sólo para no tener tiempo de pensar en lo que Pedro le dijo. Todo fue en vano. Trataba de descifrarlo en su auto, de camino a casa, en el lavabo mientras se cepillaba los dientes y en su cama antes de dormir, aquello se apoderaba de ella. Entonces, de alguna manera, sus sueños formaban conclusiones y tejían escenarios ridículos que no tenían ningún sentido en absoluto pero, ¿cuándo los sueños tenían sentido?
Cualquiera que sea la causa por la cual Pedro se fue, evidentemente, todavía le causaba mucho dolor para hablar, y por esa razón Paula se sentía como una imbécil egoísta por ver las cosas de manera unilateral. Hizo gigantescas suposiciones de que se fue de Atlanta por motivos puramente egoístas, y ese podría no ser el caso en absoluto. No había lugar en su vida profesional para suposiciones, así que el por qué hizo uno tan monumental en su vida personal estaba más allá de su comprensión.
Tal vez ella le debía una disculpa. O quizás no. La verdad no sabía qué pensar. Al menos, no hasta que finalmente decidiera que se encontraba listo para hablar y podrían aclarar este problema, que colgaba entre ellos como una densa nube de tormenta gris.
Mientras tanto, la llamaba o le enviaba mensajes. Algunos mensajes un poco cortos, pero dulces, preguntándole cómo fue su noche, o cuál fue la última película que vio. Si pensaba que comer para la cena. O si estaba trabajando. Paula podía sentir derritiéndose como una vela de cera, el perdón superando a la vieja herida y al resentimiento, hasta que lo único que quedaba era deseo.
Tenía que darle crédito. Jugó bien sus cartas. Sabía que el sexo serviría como un recordatorio potente de la conexión física que compartieron. Ahora, iba llenando poco a poco el espacio vacío, con su ternura, con los gestos preocupados que tocaron sus sentimientos, como si sólo él supiera los acordes. ¿No lo hacía? Nunca dejó que nadie se acercara como Pedro lo hizo. Su partida dejó heridas que no quería volver a abrir, por lo que levantó barreras demasiado impenetrables para cualquier hombre. Hasta ahora, cuando la única persona que fue responsable de esas barreras, las destrozó como si estuvieran hechas de seda.
—Ha sido por mi familia, y no tenía más remedio que dejarte.
Esa sola frase siguió corriendo por su mente en un círculo sin fin, marcada por el dolor y la seriedad que escuchó en su voz mientras le contó.
Trató de pensar en las cosas que su familia pudo haberle hecho para dejar todo y se fuera con ellos en contra de su voluntad, algo que no quería que nadie más supiera, ni siquiera los más cercanos, y todo lo que se le ocurrió era sombrío. Cosas oscuras, profundamente inquietantes como asesinato o abuso sexual.
Pedro tenía una hermana menor, Sonia, quien era muy cercana a él. Paula se encontró con ella un par de veces, cuando llegó a Atlanta para una visita rápida con los padres de Pedro. Era una muchacha hermosa, brillante, llena de alegría, con el típico entusiasmo adolescente por todo. El pensamiento de ella siendo abusada física o mentalmente, hizo que el estómago de Paula se revolviera. Sonia habría tenido alrededor de trece en el momento que Pedro se fue. ¿Podría haber sido eso? ¿Se enteró que su padre o madre la maltrata de alguna manera y Pedro intervino? Que sin duda, sería algo doloroso, lo cual es difícil de hablar. Todos sienten vergüenza y culpa en estos casos, incluso cuando no se justificaba necesariamente.
Paula enterró sus dedos en las cuencas de los ojos, que le picaban, en un intento inútil por alejar la fatiga y aceptó que ya estuvo expuesta a demasiada oscuridad en la sala de emergencias. Su imaginación fue sembrada por todos los abusos horribles que vio de primera mano. Ahora, su cerebro permanecía dañado de forma permanente. Se hastió del mundo, y eso la entristecía. En raras ocasiones veía el lado bueno de la humanidad, pero en su mayoría veía el horrible. Los intentos de asesinato, las víctimas de los conductores ebrios, la violencia doméstica y violaciones. Era difícil mantener su perspectiva a veces.
Esta noche fue un buen ejemplo.
Hubo un accidente de seis autos en la Interestatal 75, producido por un conductor ebrio que cruzó el centro hacia el tráfico, y el Hospital Atlanta General absorbió la peor parte de las consecuencias. Por todas partes que Paula mirara, había derramamiento de sangre y muertes. La sangre acumulada debajo de las camillas, se escapaba de cuerpos más rápido de lo que podría ser sustituida por las transfusiones. Los gritos de agonía se convirtieron en la banda sonora de la velada, marcada por los tonos monótonos, alarmas de las máquinas y las órdenes a gritos de los miembros del equipo que intentaban todo lo posible para salvar las vidas de los que podían.
Durante estos tiempos difíciles, la formación de Paula se hacía cargo, y corría en piloto automático, haciendo lo que era necesario, bloqueando las emociones humanas como la tristeza, la frustración y la ira. No tenía lugar para nada de eso mientras se hacía a la idea durante el calor del momento. Dejarlo entrar sólo serviría como una distracción, y eso, podría causar errores mortales en la sala de emergencias.
Cuando el último paciente finalmente se estabilizó lo suficiente como para transportarlo a cirugía, Paula se quitó los guantes y miró la bata desechable. Se encontraba salpicada de sangre, por lo que las manchas gruesas en algunas zonas formaban patrones de Rorschach sobre el fondo azul del material. Sus zapatillas Nike de cuero blanco permanecían salpicadas de gotas carmesí profundo. Desafortunadamente, no se acordó de poner un juego limpio de repuesto de batas en su casillero desde el incidente del vomito hace varios turnos.
El hospital tenía botines protectores y batas para cubrir la ropa cuando se trabaja en casos desordenados, como el que tuvieron esta noche. Paula lo encontraba mayormente complicado, ya que, por lo general, en el momento en que pensaba en ponerse algo, se encontraba demasiada centrada en el paciente como para preocuparse por el atuendo. Además, usaba batas, que si no venían limpias del lavado, las botaba.
Trabajó durante muchas noches bajo un estrés abrumador, pero por alguna razón, esta noche en particular, la golpeó con la fuerza de una locomotora. Se sentía agotada de la vida, como si también hubiera sido una de las víctimas del accidente.
Extrañamente, las lágrimas comenzaron a picar en sus ojos. Como no quería que nadie la viera quebrarse, corrió al baño más cercano, encerrándose dentro de una de las cabinas para desplomarse encima de la tapa del inodoro. Sacó un pañuelo y limpió las lágrimas de sus mejillas, maldiciendo este abrupto estado de vulnerabilidad. Unos minutos más tarde, escuchó abrirse la puerta y el ruido de tenis en el suelo.
—Paula, ¿Eres tú? —preguntó Elena.
—Sí.
—¿Estás bien?
Paula tomó aire profundamente por la boca, con la esperanza de evitar el olor a sangre, y luego lentamente lo soltó. —Lo estaré. Todo me llegó de repente.
—¿Quieres tomar un café y hablar?
Paula salió de la cabina y se dirigió hacia el fregadero, salpicándose el rostro con las manos llenas de agua fría.
—Gracias, pero creo que voy a volver a casa.
Elena puso una mano en su hombro, apretándolo suavemente. —Algo está pasando contigo, y no es el trabajo. ¿Tiene algo que ver con el chef sexy de tu pasado?
—No era un chef en mi pasado. —Paula se secó la cara con una toalla de mano y la tiró a la basura—, era el chico lindo de mi clase de literatura dramática que odiaba tanto a Shakespeare como yo lo hacía. Entonces un día me llevó magdalenas de chocolate después de que mencioné casualmente que eran mis favoritas. Las hizo por sí solo desde el principio. —sonrió débilmente—. Hasta el día de hoy, siguen siendo las mejores malditas magdalenas que he probado. Así que supongo que tal vez nació para ser un chef, y no se dio cuenta de todo su potencial en ese entonces.
—¿Por qué su reaparición te tiene tan emocional?
Paula suspiró. —Las cosas terminaron mal entre nosotros. No con alguno de nosotros engañando o peleando todo el tiempo. Si hubiéramos roto por algo así, podría haber sido más fácil aceptarlo y recuperarme. En su lugar, desapareció de repente. Ni una sola explicación del por qué.
—¿Ni siquiera una nota o una llamada de teléfono?
—Nop.
Elena parecía tan perpleja como Paula se sintió el día en que ocurrió. —Dios, ¿Quién hace algo así?
—Ni en un millón de años pensé que Pedro.
—Obviamente estabas profundamente enamorada de él.
Frotándose la parte posterior de su cuello, Paula tuvo que estar de acuerdo. —Obviamente. —De otra manera no estaría todavía doliendo tanto como lo hacía después de todo este tiempo. No seguiría llevándolo dentro como una úlcera, una llaga abierta que no sanaba.
—¿También te amaba?
—Nunca dijo las palabras, pero sabía con seguridad que lo hacía. Pero, nunca profesé mis sentimientos tampoco. No verbalmente, de todos modos.—No siempre se tiene que decir las palabras para transmitir el sentimiento.
—Entonces, ¿Por qué escuchamos a tantas personas decir que desearían haber dicho “Te amo” una última vez?
—Porque que no hacían el resto de las cosas bien. Si les muestras cada día, lo sabrán sin tener que escuchar las palabras.
—¿Es el dejar a alguien en medio de la noche mostrar que lo amas?
Elena negó con la cabeza. —No a primera vista, no. Pero no suena como el tipo que sólo renuncia a alguien durante la noche. Se tomó la molestia de hornear magdalenas caseras. Después de todos estos años, recuerda tu flor favorita, y te cocinó y prácticamente a todo el personal de urgencias, una cena irlandesa. Entre todos los hospitales y centros de atención en Atlanta, te buscó y encontró. Cariño, a mí me dice mucho acerca de lo que todavía siente por ti.
La emoción se hinchó en el pecho de Paula, llenando su garganta, hasta que pensó que la dividiría en la mitad. Elena tenía razón.
Elena siempre tenía razón.
Acarició la espalda de Paula y la dejó sola en el baño, para reflexionar sobre lo que le dijo.

viernes, 28 de marzo de 2014

CAPITULO 10


Pedro tuvo que luchar para mantener su cuerpo centrado en tomar las cosas con calma. Dentro de su pecho, su corazón martilleaba con alivio.
Paula aun podía estar enojada por el pasado, pero quería esto, aun si lo admitía o no.
Como él, no podía negar la atracción entre ellos, la atracción física. Sí, lo que había hecho para conseguir que estuviera aquí era un poco retorcido, pero lo importante fue que estaba en lo cierto. Todavía lo deseaba tanto como él a ella. Mientras pudiera recordarle eso, con suerte, el resto iría de la misma manera.
El agarre caliente de su cuerpo lo trajo de vuelta de sus oscuros y preocupantes recuerdos de su cerebro.
El dulce olor de su piel, deslizándose como seda bajo sus manos. Lo suaves y roncos gemidos que escapaban de su garganta. Catalogó todos. Era suya de nuevo, y aunque sólo duraría una hora, la tomaría.
Empujó sus caderas, enterrándose profundamente dentro de su interior, apretado y húmedo. Poco a poco se retiró, observando el deseo aflojarse en sus rasgos mientras se hundía de nuevo. Sus labios, magullados por los besos, estaban ligeramente separados y húmedos, y sus jadeos suaves, calentaban su garganta Pedro sintió que todo su cuerpo serpenteaba más y más fuerte. Las uñas se clavaron en sus costados, y sus muslos se apretaron alrededor de su cintura, su clímax se acercaba al punto de ruptura. Estaba muy cerca también. Demasiado cerca. Preferiría que esto durara toda la noche, pero eso no iba a suceder, no con la forma en que se veía, se sentía y sonaba. No con su sabor todavía aferrándose a sus labios. No con la forma en que su cuerpo reaccionaba al de suyo, codicioso e impaciente.
Las pequeñas puntas de sus senos rozaron su pecho. Bajó la cabeza y tomó uno en su boca, succionando con firmeza, lamiéndolo con su lengua, antes de utilizar sus dientes para rozarlo fuerte. Su espalda se arqueó en una súplica silenciosa por más, por lo que pasó al otro pezón, mostrando la misma atención ferviente.
—¡Oh Dios! Pedro.
Una pequeña fisura de emoción corrió por su espina dorsal detrás de sus palabras. La urgencia lo empujó a acelerar, pero Pedro luchó por el mayor tiempo que pudo. Trabajó con su mano entre sus cuerpos humedecido por el sudor y encontró su clítoris hinchado con el pulgar, aplicando una presión firme mientras lo movía en pequeños círculos.
Una mano voló hasta alcanzar la parte posterior de su cuello mientras que el otro puño estaba en la sabana. La barbilla de Paula se inclinó hacia atrás, dejando al descubierto la larga línea de su pálida garganta. Sus ojos se cerraron y gimió profundamente.
Su coño se apretó alrededor de su polla. La increíble sensación causó que manchas blancas bailaran en la periferia de su visión. Pedro abandonó la lucha por mantener su propio orgasmo a raya, siguiéndola hasta el borde.
Equilibró su peso en sus antebrazos mientras recuperaba sus sentidos, presionó su rostro contra la bella maraña de pelo de Paula. Olía a hojas de menta fresca. Su piel olía incluso mejor, a nada, pero a una dulce y caliente mujer.
Suspiró y levantó la cabeza para mirarla, esperando a ver cuál sería su reacción, ahora que la fantástica reunión de sexo había terminado. Cuando le dio una leve sonrisa, la ansiedad apretada en su pecho se moderó, pero no desapareció por completo. Retiró su cuerpo y se puso boca arriba, con la mirada perdida en el techo hasta que reunió la energía para levantarse y botar el condón.
Rápidamente se limpió y apagó la luz del baño. Cuando volvió a entrar en el dormitorio, Paula se sentó en el borde de la cama abrochándose el sujetador. El resto de su ropa estaba todavía en el vestíbulo, junto a la de él.—¿Tienes hambre? —Se sentó a su lado—. No me tomaría mucho tiempo improvisar algo para nosotros.
—Aún tengo que terminar de lavar ropa. —hizo una mueca, después de murmurar la excusa para no quedarse. Esa no era la razón por la que quería irse, pero Pedro no iba a presionarla con más fuerza. Si tenían que hacerlo en pequeños pasos, entonces así sería. Aunque lo que acababa de pasar se sentía más como un gigante salto de una cornisa de diez pisos.
Intentando ocultar su decepción, se puso de pie de nuevo. —Traeré nuestra ropa.
Cuando regresó, le preguntó—: ¿No estás molesta conmigo por mentirte para que vinieras aquí? —Tomó su ropa, y él se metió en sus pantalones vaqueros.
—Después de lo que acabamos de hacer, no creo que tengo derecho a estarlo. —Sus ojos se dirigieron a su torso antes de encontrar su rostro—. Por lo menos encontraste una excusa con bastante rapidez. La mentira que es esto. Supongo que estás haciendo algunos progresos en ser honesto.
Ouch. —Está bien. Me merezco eso pero, ¿Cuánto tiempo vas a seguir castigándome?
Comenzó señalando con su ropa. —No es mi intención castigarte, Pedro. O tal vez lo es, no lo sé. Sólo necesito que me digas por qué me dejaste como lo hiciste. Es la única manera en la que voy a enterrar finalmente todo este viejo dolor, ponerlo detrás de mí para siempre, y quiero desesperadamente hacer eso. —Parpadeó, alejando un brillo de lágrimas y se alejó de él, recogiendo sus zapatos antes de salir de su habitación.
Pedro la siguió, su corazón latía con tanta fuerza que pensó que podría romperle una costilla. —Paula, escucha. Te diré por qué me fui... Yo solo... —Se detuvo en seco y lo enfrentó, lista para escuchar lo que tenía que decir. La única cosa era que no creía que pudiera confesar sus cosas en este momento. El pasado era un tema que dolía como el infierno al hablar—. Tenía una razón válida, ¿De acuerdo? Pero es algo que no va a ser fácil que te lo diga.
—¿Por qué no? ¡No entiendo por qué no puedes simplemente decirlo! ¿Has matado a alguien?
—¡No!
—¿Me engañaste con alguna chica y tienes un hijo en alguna parte?
Apretó los dientes y la miró. —Mierda, no. Ni siquiera miré a otra mujer cuando estaba contigo.—Entonces, ¿Qué es? —preguntó, su voz cada vez más fuerte—. Maldita sea, ¡Sólo escúpelo!
—Fue mi familia, ¿Sí? —Sacudió como si la hubieran abofeteado, sus labios se separaron por la sorpresa.
Pedro se tragó la bilis que le subió de la garganta y sacudió la cabeza. —No fui yo ni tú. Fue mi familia, y no tenía más remedio que dejarte. No estoy mintiendo acerca de esto. Y eso es todo lo que voy a decirte esta noche, así que solo vas a tener que confiar en mí. Por favor, ¿Al menos puedes hacer eso?
Soltó el aliento entrecortadamente, algo de la tensión en su cuerpo se esfumó, antes de asentir débilmente. —Voy a dejarlo pasar por ahora. Pero si esperas que confíe en ti alguna vez, vas a tener que hacer lo mismo conmigo.
Paula abrió la puerta y salió. Pedro apretó la frente contra la madera fresca, dándose cuenta de que sus días estaban contados. Si quería a Paula de vuelta en su vida para siempre, tenía que sincerarse muy pronto.
De lo contrario, se deslizaría entre sus dedos una vez más como el azúcar. Y ese pensamiento lo hizo enfermarse más.

CAPITULO 9



El placer se extendió a través de su núcleo y hasta en sus pechos mientras bromeó con su clítoris en largos, movimientos de agonía lenta. Quería que fuera más rápido, más duro, pero si hacía cualquier tipo de demanda, Pedro sólo lo utilizaría como excusa para torturarla más. No es que lo que estaba haciendo en ese momento no fuera una verdadera tortura. Oh no, no dudaba de eso. No había nada cruel acerca de la forma en que usaba su ágil lengua. Nada tortuosa sobre la forma en que perezosamente engatusaba su cuerpo hacia el clímax.
Un largo dedo se deslizó dentro de ella, aliviando el vacío adolorido ahí. Su coño se apretó con impaciencia alrededor de la intrusión. La miró y sonrió, su boca brillante con sus jugos. Fue un espectáculo tan erótico, que sus rodillas casi se le doblaron de la embestida de lujuria cruda.
—Extrañaba esto, Paula.
El corazón hizo un pequeño baile gracioso, similar al que había realizado cuando había visto las flores. Dios, también lo había hecho. Lo único que podía hacer era asentir porque tenía algo grueso y sólido que obstruía su garganta.
Pedro bajó la cabeza, cubriéndola con su boca de nuevo. Sus caderas se resistieron cuando rodeó su clítoris con la lengua. La languidez fue repentinamente reemplazada con propósito, su mano se apretó en la mejilla de su culo, obligándola a quedarse quieta para su asalto directo sobre la hinchada y sensible carne.
Todo entre los huesos de su cadera se tensó como una cuerda de arco. Sus pezones se estremecieron debajo de las copas de seda de su sujetador. Paula empujó sus dedos debajo de la tela de seda y se pinchó un poco más duro. Cuando Pedro empujó dos dedos profundamente dentro de ella y cerró los labios alrededor de su clítoris en una dura batalla, se hizo añicos, meciéndose contra su cara mientras que él continuaba, empujando implacablemente su orgasmo cerca del dolor.
Jadeante, con la espalda ahora presionada a ras de la puerta, Paula abrió sus ojos para verlo abrir sus vaqueros. Su pene se arqueó hacia su estómago con orgullo, y lo único que podía pensar era en el vaivén, saboreándolo, envolviendo sus manos alrededor de su longitud y de llevarlo al fondo de su boca.
En cambio, deslizó sus manos bajo su trasero y la levantó.
Envolviendo sus piernas alrededor de su cintura y sus brazos alrededor de sus hombros, Paula le dio un beso, tomando su tiempo para conseguir plenamente reencontrarse con las profundidades y contornos de su sublime boca. A regañadientes, admitió a ella misma que había extrañado sus besos, sus caricias, su todo. Sintiendo todo de nuevo sólo condujo a una realización cómoda, seguido por una fuerte punzada de malestar. ¿Qué iba a hacer con esa información?, no lo sabía, pero ahora no era el momento para considerarlo. Más tarde. Quizás.
Pedro la llevó a través de su departamento, por un pasillo, a una habitación a oscuras. La cama se hallaba revuelta, la habitación fresca. Esas sábanas olían como él. El pensamiento la hizo estremecerse en sus brazos.
—¿Frio? —preguntó.
Paula sacudió con la cabeza.
Puso su espalda en la cama, pero no la siguió hacia abajo con su cuerpo. Ayudó a deshacerse de su sostén, lo arrojó detrás de él en el suelo. Manteniéndose sobre ella en sus manos, la miró pensativamente. —¿Ese orgasmo robo tú voz?
—No —dijo con voz ronca.
—¿Entonces por qué tanto silencio? Es desconcertante. —Sus ojos hicieron esa cosa arrugada atractiva en las esquinas mientras se burlaba de ella.
Paula extendió la mano para tocar su boca. —Soy capaz de decir algo completamente diferente a mí misma en momentos como estos.
Bajó sus dedos, sus labios se curvaron. —Lo recuerdo.
—¿Lo haces Pedro?
—Sí. —Le besó los dedos, luego la dejó por un momento para pescar un condón de una caja en el cajón de su mesita de noche. Una caja sin abrir, señaló, y le dio una tonta emoción egoísta. Tan pronto como lo tenía, se arrastró sobre su cuerpo, instando con el suyo aún más para meterse a través de la cama—. Me acuerdo de todo.
Oh, no. Eso iba sacudir sus cimientos, las cosas que le diría.
Se colocó entre sus muslos, deslizando una mano sobre su cadera hasta sus costillas, la expresión de su rostro era casi reverente mientras contemplaba su cuerpo. —Tus sonidos, tu sabor y olor. Esas pequeñas cosas, como el amor a la jalea de fresa en las galletas saladas. La forma de jugar con tu cabello mientras estas absorta en un buen libro. Como escribes esas largas listas de tareas, y luego no haces nada de la lista.
—Dejé de hacer eso —dijo. El hecho de que realmente recordará esas pequeñas cosas insignificantes, hizo que le doliera el corazón.
Su polla dio un empujón a su entrada, encendiendo una pequeña hoguera. —Todavía recuerdo cómo te veías la primera vez que hicimos el amor, con tus ojos muy abiertos de asombro y tu piel perfecta.Paula giró la cabeza hacia un lado y cerró los ojos, pero Pedro no la dejaría escapar de los recuerdos agridulces. Tomó su mandíbula en la mano y la besó con fuerza. Cuando finalmente empujó dentro de ella, sus ojos se abrieron para tomarlo a él. Oh sí, también recordaba esto, lo bien que eran en el sexo, lo bien que encajan entre sí, lo maravilloso que se sentía.
—¿Cómo podría olvidar esto, Paula? ¿Cómo podría olvidar algo de esto?
No respondió, porque no podía. La había atrapado debajo de él y la tomó con dulzura, deseo y recuerdos. Y como si hubiera sido ayer, todo llegó de golpe. Tenía un punto, lo sabía, demostrándole que el tiempo no había apagado la profunda conexión que alguna vez habían tenido Cuando Pedro empezó a mecerse en su cuerpo, el placer la atravesó, y la mente de Paula se vació.

jueves, 27 de marzo de 2014

CAPITULO 8




Una pequeña parte de Paula quería matar a Pedro por engañarla, sólo tenía que extender la mano, envolverla alrededor de su garganta y asfixiarlo.
Pero la mayor parte de ella, que por desgracia incluía sus partes femeninas, quería tocarlo por otras razones, razones que sospechaba dictaron sus acciones cuando le había preguntado por su dirección en lugar de decirle que fuera de nuevo a la sala de emergencias para ser revisado. Además, si realmente hubiera estado preocupado por su brazo, posiblemente infectado, no habría preguntado si estaba trabajando, habría ido sólo al hospital. Pedro valora sus extremidades demasiado como para arriesgarse a perderlas por algo como celulitis o septicemia.
Así que eso la hacía tan culpable como él.
No podía concentrarse mientras lo miraba sin camiseta. Su pecho era demasiado atractivo y distractor. Todo abultado con músculos sólidos sobre sus huesos, suave piel bronceada, pequeñas y oscuras areolas en... ¡Mierda, uno de sus pezones estaba perforado!
Antes de que Paula pudiera detenerse, había llegado hacia él como si fuera una especie de anomalía intrigante. Había visto piercings en los pacientes como algo natural, pero nunca uno que quisiera tocar tanto como lo hacía con ese.
Ni siquiera le miró a la cara por permiso. Cuando sus dedos se pusieron en contacto con el pequeño aro de plata, se estremeció, pero no se movió para detenerla. Se acercó más, manteniendo la punta de su dedo alrededor del pezón para verlo apretarse, antes de que le diera al aro un pequeño tirón.
Pedro siseó entre dientes, y sus manos salieron disparadas a capturar sus caderas, atrayéndola al ras de su cuerpo. Cuanto más jugaba con la joya, más crecía su rígida polla contra su estómago y más duro se clavaban sus dedos en su piel cubierta por los vaqueros. Y tenía que admitir que le gustaba poder causar esa reacción en él con un toque tan simple. Sin embargo, sintiendo eso le hizo preguntarse otra cosa.
—¿No te perforaste tu...? —Paula se lamió los labios, inexplicablemente tímida con sus palabras repentinas. Sus ojos saltaron hacia él.
—¿Mi pene? —Sonrió—. No soy tan valiente.
—O loco. He visto historias horribles por eso, créeme.
—Puedo imaginarlo. Esto fue un impulso de ebriedad hace cuatro años.
Siguió tocando la joya. —Si lo sacas, el agujero se tapará.
—Empecé a hacerlo, pero entonces... Como que me acostumbré a él.
Paula le dio otro tirón, creando un suave gruñido en la garganta de Pedro. —Hay una correlación directa entre los nervios en el pezón y los nervios en los genitales.
Pedro se echó a reír, presionando su erección contra su estómago. —No es broma, doctora. Estoy tan duro como una roca. Por supuesto, tiene mucho que ver por quien me acompaña.
Paula había abierto la puerta por tocarlo tan íntimamente, y estaba a punto de entrar a través de ella.
Y ahí no podía negar que lo deseaba. Ceder al deseo puede que no sea la cosa más inteligente que haya hecho, pero era Pedro. Tenían una historia, a pesar de que el último capítulo fue deprimente. No había duda de que el sexo con él sería increíble. Se preocuparía acerca de las repercusiones más tarde. Por una vez, quería actuar imprudente, atrevida y egoísta.
Volvió a colocar el dedo y su boca en el pezón. Pedro gimió, poniendo la mano con cuidado en la parte posterior de su cabeza y llevándola más cerca. Rodeó el pequeño brote con la punta de la lengua antes de coger el metal entre los dientes. Colocándolo en su boca, chupó con fuerza.
La mano se apretó en su cabello, y sus caderas se sacudieron instintivamente. —Joder, Paula. Me estás matando.
Deslizó su palma a la parte delantera de sus vaqueros, enmarcando el impresionante bulto con sus dedos, sintiéndolo endurecerse aún más bajo su toque. La dejó explorar, volver a familiarizarse por un momento mientras continuaba atormentando a su sabroso pezón perforado. Antes de saber lo que pasaba, la tenía de espaldas apoyada contra la puerta y los brazos por encima de su cabeza, con sus dos muñecas en una de sus grandes manos.
Su boca cubrió la suya. Paula gimió por la dominación completa del beso de Pedro. Nunca nadie la había besado como él lo hizo. Como si no pudiera tener suficiente de su sabor. Como si su boca le perteneciera. Su lengua se encontró con la de suya en una danza dulce, pulida de calor, antes de que se apartara para explorar la columna de su garganta. Mientras tanto, su mano libre trabajaba en los botones de la parte delantera de su camiseta. El aire frío se encontró con su piel desnuda mientras Pedro empujaba con impaciencia el material fuera de su camino para rozar sus labios a través de la cresta de cada pecho cubierto de encaje. Su cálido aliento se filtraba a través de la fina tela, endureciendo sus pezones.
Giró sus muñecas aflojándolas y alcanzo sus rodillas, los dedos pasando del sujetador a sus vaqueros. Sus movimientos eran urgentes y un poco torpes, pero eso sólo parecía añadir frenesí dentro de su cuerpo. Su piel se sentía caliente y demasiada apretada mientras bajaba sus pantalones vaqueros y las bragas por las piernas. Comenzó a salir de ellos antes de que se diera cuenta de que todavía tenía los zapatos.
—Zapatos —dijo, impaciente.
¿No era la mandona, desvergonzada sin sentido esta noche, viniendo a su apartamento, sabiendo inevitablemente que así era como las cosas iban a ir entre ellos? Porque no importa cuántas veces trató de mentirse a sí misma y decir que el sexo no era la razón por la que había dejado todo y corrió hasta aquí, fue la posibilidad de esto lo que lo había hecho. Su cuerpo había conocido la verdad, incluso si su cerebro quería negarlo.
Pedro quitó cada zapato y terminó quitándole los pantalones y las bragas. Paula se quitó la camisa, tirándola en la creciente pila en el suelo de su vestíbulo.
Sus manos se colocaron en sus muslos, haciéndola temblar. Hicieron su camino alrededor de su culo donde dio un pequeño tirón, desalojándola de su puesto en la puerta. Su boca lista esperó cuando se inclinó hacia él. Pedro enterró su cara entre sus muslos, descaradamente acariciando su coño. Murmuró palabras que Paula no podía distinguir sobre el zumbido en su torrente sanguíneo.
Recorrió los dedos por el cabello para sostenerlo cerca y cambió su postura un poco, dándole libre acceso a todo lo que quería explorar con esa boca pecaminosa. Separó sus labios con los dedos y luego hundió su lengua a través del valle resbaloso que creó. Paula gimió, inclinando la cabeza hacia atrás para golpear la puerta con un toque suave.

CAPITULO 7


Pedro tenía libres los miércoles. Eran dos días desde que Paula había llamado, y se estaba poniendo cada vez más ansioso. Cuanto más tiempo dejará pasar entre el contacto, mayor sería el impulso que perdería en su lucha por recuperarla.
Se había contenido en regalarle algo anoche porque no quería presionar demasiado su suerte. Y además de eso, había oído algo en su voz en el teléfono que había sonado muy parecido a la tristeza casi al final de su conversación. La última cosa que nunca quiso hacer fue herirla más.
Así que formuló un plan, un último esfuerzo para tratar de verla frente a frente. Tenía un presentimiento que quería explorar. Paula podría poner un sólido frente de auto-protección, más aún cuando no había distancia entre ellos, pero todavía se sentía atraída por él físicamente. El beso que habían compartido en el garaje había probado que todavía tenían esa conexión, y no estaba explotándolo ni de cerca.
Su idea era astuta y podría ser contraproducente, o podría ser el catalizador para una resolución entre ellos. Si todavía se resistía, él retrocedería. Sin rendirse, pero dándole el espacio y el tiempo para que decidiera. Lo mataría, ahora que la había visto, la había tocado, probado otra vez, pero lo haría. Y si decidía que no lo quería de vuelta en su vida, tendría que vivir con eso, también.
Agarrando el teléfono antes de que pudiera cambiar de opinión, le envió un mensaje de texto.
—¿Estás trabajando hoy?
Se sintió como una hora antes de que su teléfono sonara con su respuesta. —No. Lavando la ropa. ¿Por qué?
—Creo que mi brazo se está infectando.
—Descríbelo.
—Rojo. Caliente. Hinchado. —gracias, WebMD—. ¿Debería volver a la sala de urgencias y revisarlo?
Otro minuto completo antes de que respondiera. Y se dio cuenta demasiado tarde de que podría decir todo tipo de cosas. Cosas como “Toma una foto y envíamela”, o “sí, ¡Ve a la sala de emergencia ya!” O “Espero que tu brazo se pudra por lo que me hiciste, idiota”.
Pero no lo hizo.
—Dame tu dirección.
Podría haber visto a través de su astucia y venía a darle lo que se merecía en persona, o estaba realmente preocupada y dispuesta a hacer una visita a domicilio. Fuera lo que fuese, tuvo su oportunidad por lo que escribió su dirección y pulsó Enviar.
—Estaré allí en veinte minutos.

Pedro corrió alrededor del apartamento, limpiando, ocultando la ropa sucia en el armario, y pretenciosamente poniendo una buena botella de vino en la nevera para enfriarla antes de tomar una ducha rápida. Acababa de terminar de remendar la quemadura en el brazo y ponerse un par de vaqueros limpios cuando sonó el timbre de la puerta.
Enviando una rápida plegaria, abrió la puerta.
La boca de Paula se abrió antes de que la cerrara y espetara—: ¿Siempre contestas la puerta sin camisa?
—Acababa de salir de la ducha cuando sonó el timbre de la puerta. —Extendió la mano y suavemente agarró su muñeca, instándola a entrar. Cerró la puerta detrás de ella y apoyó su espalda contra la puerta, bloqueándola de hacer una salida apresurada. Su conciencia rápidamente sacó lo mejor de él—. Te mentí sobre mi brazo.
Sus ojos verdes se entrecerraron con sospecha. —¿Cómo es eso?
—Bueno. De hecho, se ve genial. Difícilmente duele más. Quería una excusa para volverte a ver.
Y verla lo hizo, el hermoso rostro que rondaba sus sueños y esos labios de rubí que sabían mejor que el postre más decadente que jamás había probado. Su cabello de fuego caía sobre sus hombros en ondas suaves, gruesas. Siempre había maldecido a su color. A Pedro le encantaba. Quería extenderla y trabajar esa piel de alabastro durante días, besar cada pequeña peca que encontrara.
Los pantalones vaqueros flojos y el suéter celeste que llevaba sólo acentuaban su constitución delgada. No comía bien, nunca lo hizo. Necesitaba a alguien para ayudarla a cuidarse, para asegurarse de que comía una comida decente por lo menos una vez al día. Podía hacer eso, si no lo mataba primero.Por la mirada en su cara, estaba a punto de hacerlo.