miércoles, 26 de marzo de 2014
CAPITULO 6
Pedro iba a molestar jodidamente a Paula.
Ahora estaba claro que ese era su trabajo, exasperarla hasta el punto en que cediera y aceptara verlo. Primero, habían sido las flores, ahora era la comida.
Exactamente a las seis y media de la siguiente tarde, y exactamente el momento en que tomaba su descanso para cenar, tres hombres vestidos en pantalones negros, chalecos negros, y camisas blancas de algodón, entregaron suficiente comida como para alimentar a todo el personal de urgencias. Pero no cualquier comida. No, rindió honor a su herencia preparando pan de soda, estofado irlandés, y una especie de extravagante pastel de manzana para el postre. Incluso ella no estaba tan enterada sobre los platos tradicionales irlandeses.
Paula no entendía cómo podía estar halagada por el espléndido gesto y mortificada al mismo tiempo por el posterior murmullo de sus compañeros de trabajo. Había corrido la voz con bastante rapidez sobre su apuesto pretendiente, gracias a la rabiosa vida de chismes del hospital.
—¿Eres irlandesa? —preguntó uno de los otros doctores, su plato colmado con comida.
Paula lo miró atónita, peleando contra la compulsión de preguntarle cómo incluso se había convertido en doctor. Pero de nuevo, algunas personas viven en sus propios pequeños mundos, ajenas a lo que sucedía alrededor de ellas fuera del ámbito de sus trabajos. Aún así, todo lo que tenías que hacer era echarle un vistazo a ella, el cabello, los ojos, la piel clara, y sospechar que había por lo menos un poco de sangre irlandesa en sus venas. El apellido lo finalizaba bastante con un lindo y pequeño moño.
Señaló con su tenedor a su cabeza y luego su tarjeta de identificación antes de llevar un bocado de estofado a su boca. Y no sabes cuan increíble estaba: rica, tierna y perfectamente sazonada. Probablemente incluso mejor que el que su abuelo Benja solía hacer, y eso era mucho decir teniendo en cuenta que sus recetas se había transmitido a través de generaciones de cocineros irlandeses.
Tan pronto como terminó de comer se puso un suéter y salió con su teléfono. Todavía tenía la tarjeta de las flores con el número de Pedro en ella.
Sonó varias veces antes de que cayera en cuenta de lo tonto que era llamarlo a esta hora. Probablemente estaba ocupado y ni siquiera tenía su…
—¿Te estoy convenciendo? —preguntó, humor coloreando su tono. Había un montón de ruido de fondo al principio, pero luego oyó cerrarse una puerta y se desvaneció en la nada.
—No voy a admitirte nada por el momento. Salvo que has dominado el comercio y que estás haciendo muy felices a una gran cantidad de estómagos de personas con exceso de trabajo en este momento.
—Puedo continuar, Paula. O puedes ceder y acordar verme fuera del hospital. Bebidas, cena, una lucha de boxeo. Tú eliges.
—¿Una lucha de boxeo?
—Apuesto a que te gustaría darme unos cuantos golpes.
Paula sucumbió a una risa verdadera, por primera vez desde que había puesto los ojos en él de nuevo, y respondió con honestidad—: Lo haría.
—Entonces vamos a cinco rondas. Incluso te dejaré atar uno de mis brazos a mi espalda.
Eso no debería sonar tan sucio como lo hizo. —El boxeo no es lo mío —dijo, esperando que su voz no sonara ronca de excitación ante el pensamiento de atarlo a la cama y lamerlo. Había pasado demasiado tiempo desde que se había tenido un buen revolcón. Tal vez incluso desde que Pedro se fue. Ese sólo pensamiento era como estar sumergido en un baño de agua helada.
—No, es el beisbol.
—Solía serlo —dijo Paula.
Otro pasatiempo que habían disfrutado juntos, tardes perezosas de domingo viendo a los Bravos jugar. Cervezas caras, perros calientes fríos y más diversión de la que dos personas se deben permitir tener juntos fuera de una cama. Pedro prácticamente la arrastró fuera de su apartamento, insistiendo en que necesitaba el aire fresco y un descanso de sus estudios. Tenía razón, y ellos tendrían un buen rato. No había sido capaz de
decidirse a asistir a otra después de que la dejara, aún cuando había tenido el tiempo y las ofertas.
—¿Paula? ¿Sigues ahí?
—Estoy aquí.
—¿Ya no te gusta el beisbol?
Paula decidió continuar siendo directa. Posiblemente si le decía la verdad, se sentiría obligado a corresponder. —No es lo mismo ahora, Pedro. Perdió su atractivo una vez que te fuiste.
—Jesús, Paula. —Incluso a través del teléfono, oyó el pesar en su voz, y estaba empezando a debilitar su armadura más de lo que quería admitir—. Es imposible que sepas cuánto lo siento. Si me das la oportunidad, te prometo que te lo compensaré.
—Necesito volver al trabajo —dijo—. Sólo llamé para agradecerte por las flores y la comida. Ambos gestos fueron… realmente dulces, e increíblemente generosos.
Suspiró pesadamente en el receptor. —No me estoy rindiendo.
Se paró en medio de la acera, mirando cómo la tarde se desvanecía en la noche, su corazón como un gran bulto pegajoso en su garganta. —Sé eso también.
—¿Por lo tanto me verás? —una pausa, y luego—: Por favor.
Las lágrimas picaban la parte posterior de sus ojos. —Pensaré en ello.
—Está bien, es justo. Ten una buena noche entonces.
—Tú también.
Paula colgó y dejó caer el teléfono en su bolsillo, sintiéndose casi tan perdida como el día en que Pedro desapareció. Se estremeció por una ráfaga de aire frío y se abrazó más. ¿Podía hacer esto, dejarlo entrar? ¿Quería arriesgarse después de lo mal que la había devastado antes, cuando todo terminó tan abruptamente? ¿Estaba siendo demasiado dura con él y ella misma? Después de todo, podría ser genial de nuevo, increíble incluso. Pero la confianza es una cosa difícil de reconstruir una vez que ha sido destrozada como una casa de cristal.
Cuando Paula llegó a las puertas corredizas para volver a entrar al hospital, se dio cuenta que había cometido otro error cuando se trataba de Pedro y su resistencia: él ahora tenía su número de teléfono.
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buenísimos los 4 capítulos,me encantaron!!!
ResponderEliminarEspectaculares los 4 caps!!!!
ResponderEliminarBuenísima la nove! Comencé hoy a leerla! Ya me atrapó!
ResponderEliminarMw atrapo la novela ¡ gracias
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