miércoles, 2 de abril de 2014

CAPITULO 22



Paula se desenroscó del nudo en el que se había colocado y se movió más cerca del borde del sofá, estirándose para tomar una de las manos de Pedro entre las suyas en una muestra silenciosa de apoyo.
Tomó una respiración profunda y comenzó a hablar.
—Alrededor de un mes antes de que dejara Atlanta, Sonia llamó una noche llorando. Dijo que su mejor amiga, Emilia, había estado quedándose a dormir demasiado porque sus padres estaban teniendo algunos problemas con su matrimonio. Emilia tenía quince en ese tiempo, un año mayor que Sonia, pero de alguna manera en el mismo grado. Así que una de las veces que Emilia se estaba quedando a dormir, Sonia se despertó durante la noche, y Emilia no estaba en la cama. Fue a buscarla, la encontró en la cocina con mi papá. Sonia dijo que él… estaba besando a Emilia en la boca, y que tenía su mano debajo de su blusa. —Pedro se aclaró la garganta, mirando sus manos juntas—. Sonia salió corriendo de la cocina, completamente asustada de lo que había visto. Emilia subió, dijo que no era gran cosa, y que por favor no le dijera a nadie. Al día siguiente mi papá la lleva aparte y le dijo que sabía que fue inapropiado, pero que sólo había pasado esa vez, sólo un beso y un toqueteo, nada más. Le rogó que no le dijera a mamá porque sólo la molestaría, y le prometió que no pasaría otra vez. Me llamó preguntando qué hacer. Pensaba que si delataba a papá, el matrimonio de mis padres se derrumbaría, y Emilia estaría mortificada y la odiaría, también.
—¿Qué le dijiste que hiciera?
—Le dije que tenía que decirle a mamá, no importa lo que papá dijo, y que Emilia ya no debería estar alrededor.
—Supongo que no tomó tu consejo.
—Esperó demasiado tiempo para decidir. En el momento en que encontró el coraje para decir algo, ya era demasiado tarde. En retrospectiva, no debería haberlo dejado a su manejo. Debería haber llamado a mamá yo mismo al día siguiente y decirle: "Mira, algo está pasando con mi padre y la amiga de Sonia, tienes que enfrentarlo". Pero no lo hice. Lo dejé en manos de Sonia, una chica de catorce años, y eso fue estúpido y equivocado. Supongo que pensé que todo el mundo sólo lo negaría, basado en lo que Sonia me había dicho. Y estoy seguro que parte de mí quería creer que mi padre, ese hombre que había buscado hace tantos años, era incapaz de hacer algo tan horrible.
—¿Cómo lo atraparon?
—Los padres de Emilia descubrieron que algo estaba mal con su hija, y cuando le preguntaron se derrumbó y les contó todo. Papá fue arrestado y acusado de asalto sexual a un menor bajo la edad de dieciséis años. Mi papá tenía una posición de alto rango en una de las corporaciones más grandes de Birmingham, así que por supuesto fue despedido inmediatamente de su puesto de trabajo. La empresa no podía permitirse el lujo de tener su nombre unido a un escándalo, lo cual es comprensible. Mientras tanto, mi madre estuvo al borde de un ataque de nervios. Los honorarios legales eran astronómicos. Iba a través de sus ahorros, y estaba siendo rechazada por todo el mundo que había conocido. No importaba que no supiera nada acerca de lo que estaba pasando. Para los de afuera, era tan culpable como mi padre. Incluso mis abuelos paternos negaron ayuda financiera. Mis abuelos maternos están muertos, por lo que no quedaba nadie que pudiera ayudarla y a Sonia de sobrevivir al maldito desastre que papá creó.
—Excepto tú —dijo Paula simplemente.
—Bueno, en ese momento estaba luchando contra mi conciencia. No se trataba de lo que papá hizo, que estuvo mal, no hay duda. Merecía ser castigado con todo el peso de la ley. Con lo que luchaba era con aceptar la responsabilidad de sacarlas del lío, el cual cayó únicamente en mis hombros. Una parte de mí reconoció lo inevitable, pero el resto siguió orando por un milagro. Mis clases fueron pagadas hasta el final del semestre. Tenía un poco de dinero en ahorros. Después tener que solicitar becas y préstamos estudiantiles para terminar de pagar por la escuela, pero bueno, era factible. Entonces, una tarde me encontraba en la sala de estar estudiando para un examen. Habías ido a la cama, y Sonia me volvió a llamar, histérica. Mamá tragó una botella de píldoras, y había sido trasladada de urgencia al hospital. Mi hermana de catorce años estaba a ciento cincuenta kilómetros lejos de mí, sola, aterrorizada y... —Pedro parpadeó lejos el brillo en sus ojos mientras Paula le apretó la mano—. Se sintió como si el suelo abandonara mis pies. De repente estaba sin opciones.
Levantó la mano a su boca, presionando sus labios en los nudillos. —Me puse de pie junto a la cama viéndote dormir mientras corría a través de todos los escenarios que se me ocurrieron. Ninguno de ellos funcionó, así que me fui.
—¿Por qué no me despertaste?
—No sabía qué decir. Estaba furioso y avergonzado por lo que mi padre había hecho. Y luego, encima de eso mi mamá derrumbándose. Mi familia se caía a pedazos, y no sabía cómo repararla.
—Podríamos al menos haber hablado de ello, tratar de resolverlo juntos.
—De eso se trata, cariño. Mi vida había sido girada de arriba a abajo. No había opciones para mí, pero tú las tenías. Un futuro brillante.
Trabajaste tan duro para entrar en la escuela de medicina, y no iba a echar a perder todo eso. No podía hacerte eso. Sabía que mi salida iba a herirnos demasiado, pero al menos era un corte limpio. Te dejé sin distracciones.
Paula dio un apretón a su mano y se deslizó en el sofá, envolviendo sus brazos alrededor de ella. —Entiendo por qué lo hiciste ahora —susurró, con la garganta hinchada por la emoción.
—Creo que nunca sabrás lo difícil que fue para mí salir de tu vida, Paula. Cogí el teléfono una docena de veces esa noche cuando regresé a Birmingham, pero seguí recordándome a mí mismo que era lo mejor. Que te merecías algo mejor. Estarías confundida cuando despertaras, y más tarde enojada, probablemente me odiarías por ello, y luego más decidida que nunca a tener éxito.
Se rió en voz baja. —Tenías razón sobre la mayor parte de eso, pero nunca te he odiado.
—Me odiaba a mí mismo lo suficiente por nosotros dos. Créeme cuando digo que hubo unos años autocompasivos en los que no te habría gustado estar cerca de mí. Bebía demasiado, despreciaba al mundo, incluso conseguí una o dos peleas a puñetazos antes de arañar mi camino a través de la amargura, decidido a vivir por mí mismo de nuevo algún día.
—¿Qué pasó con tu familia?
Suspiró contra su cabello. —La versión resumida y detallada es que papá fue a la cárcel, mamá se recuperó, ella y Sonia, recibieron consejería y prácticamente perdieron todo lo que tenían. Vendí mi carro por algo más barato, alquilé un modesto apartamento de tres habitaciones, dos trabajos para pagar las facturas, y me encargué de mamá y Sonia.
—Uno de esos trabajos fue en un restaurante. Trabajé de personal en la cocina y descubrí en el camino que era un muy buen chef, y que era algo que realmente disfrutaba. Me las arreglé para conseguir un trabajo como sous chef en uno de los restaurantes más de moda de la ciudad. Luego, el año pasado Mateo vino a cenar y mi jefe estaba fuera esa noche. Era el bastardo con suerte que llegó a su encuentro. Con una botella de vino, hablamos de comida y el futuro. Cuando mencionó que planeaba abrir un restaurante en Atlanta, le dije que me moría de ganas por volver aquí. Hace cuatro meses, recibí una llamada suya, y era el momento perfecto para mí, para finalmente hacer el cambio.Sonia está terminando su último semestre de la universidad y haciéndolo bien por su cuenta, mamá está mentalmente sana otra vez. Se trasladó a Mobile para estar más cerca de su hermana.
—¿Qué paso con la chica… Emilia?
—Lo último que supimos era que estaba asistiendo a la Universidad de Auburn.
—¿Y tu padre?
—Él y mamá se divorciaron un año después de que fue a la cárcel. No he hablado con él en más de tres años, e incluso cuando hablábamos, era difícil. Le escribe a Sonia de vez en cuando, pero no tengo nada que decirle.
—Estoy segura de que se arrepiente de lo que hizo, Pedro. Terminó costándole todo.
—Tarde o temprano encontraremos nuestro camino hacia el perdón, pero, sin embargo no estoy listo todavía.
Paula se sentó de vuelta, jugando con los botones de su arrugado zapato oxford. —Espero que puedas perdonarme por ser tan malvada contigo la primera vez que apareciste en mi sala de emergencias.
Tomó su cara entre sus manos y la besó, tomándose su tiempo, asegurándole con su boca que todo fue perdonado. Cuando rompió el beso, ella le persiguió por otro. Sus dedos trabajaron en los botones de su camisa, liberándolos uno por uno, hasta que se vio obligado a soltarla para que pudiera empujar el material de sus hombros. Pedro se sacó las mangas, luego metió sus manos en el dobladillo de su camiseta. Ahora ambos estaban medios desnudos, la empujó hacia atrás en el sofá, cubriendo su cuerpo con el suyo. Paula suspiró, haciendo espacio para él entre sus piernas.
La barba áspera en su mandíbula se sentía deliciosa contra su piel mientras besaba su cuello, la clavícula, abriéndose paso lentamente por su pecho hacia su seno. Resopló con decepción cuando él levantó la cabeza, apoyándose en sus antebrazos. Nunca había visto sus ojos tan cálidos y azules, como el agua del océano en los trópicos.
—Te amo, Paula. Nunca me detuve. Era la esperanza de encontrarte de nuevo lo que me mantuvo pasando por lo peor de los últimos ocho años.
Se mordió el labio inferior para reprimir su necesidad de temblar. — Te amo, también. Tal vez… muy en el fondo, sabía que no habíamos realmente terminando.
Pedro sonrió y besó la comisura de su boca. —Nunca terminaremos. Quiero envejecer y arrugarme con tu culo testarudo.
—¿Seguirás haciéndome magdalenas de chocolate cuando tengamos ochenta?
—Bebé, incluso voy a dártelas de comer con la mano.




FIN

CAPITULO 21




Unas cuantas horas después, estaba tocando el timbre de la puerta de Paula. Dio un paso atrás así lo podría ver por la mirilla. Fue una eternidad antes de que hubiera algún sonido en la otra parte de la puerta, pero los cerrojos no sonaron o fueron quitados rápidamente. Juró que podía escucharla respirar a través de la barrera que los separaba.
Acercándose a la madera, dijo—: Abre la puerta, cariño.
Retiró los cerrojos y la abrió. Cuando Pedro entró, presionó su espalda contra la pared detrás de la puerta y dejó ir la perilla. La aseguró antes de girarse hacia ella otra vez.
Paula se desplomó como un acordeón.
Era difícil de creer que un ser humano pudiera lucir tan pequeño y frágil, aun así ahí estaba, curvándose a sí misma como si el simple aire alrededor suyo fuera demasiado pesado para aguantar. Enterró su cara en sus manos. Sus hombros comenzaron a sacudirse con silenciosos lloriqueos.
Pedro se agacho enfrente de ella y alejó sus manos. Había demasiada angustia en sus húmedos ojos verdes que él casi lloró, también. —Oh, bebé. Ven aquí.
Se tiró a si misma contra él, casi derrumbándolo hacia atrás. Pedro se sostuvo, trayéndola con él, luego la levantó y la cargó hacia el sofá. Gentilmente la depositó en una esquina.
—Creo que necesitamos una bebida fuerte —murmuró, el “necesitamos” en esa oración siendo él mayormente, pero ella probablemente no rechazaría una.
Pedro raramente bebía algo más fuerte que la cerveza, pero en este caso particularmente necesitaba algo mucho más fuerte. Recordó haber visto una botella de vodka enterrada en la parte trasera del congelador de Paula, congelado por encima, y mitad escondido detrás de alguna horrible cena congelada. Tomó dos vasos, agregando unos cuantos cubos de hielo a cada uno, y llevándolos junto con la botella helada de vuelta a la sala.
—Lo siento mucho, Pedro —dijo, luego aspiró mientras más lágrimas caían en sus pálidas mejillas.
Echó una saludable porción del licor en el vaso y se lo pasó. —Necesito saber por qué te estás disculpando.
En vez de sentarse a un lado de ella, se sentó en frente en un pesado baúl de madera que usaba como mesita de centro, engullendo un trago de su bebida. El alcohol quemó el camino a su estomago, pero el estremecimiento debajo de su piel subsistió.
Paula miró hacia el vaso en sus manos, golpeando un lado con su uña. —Engañé a Tamara en el juego. Ella estaba siendo agradable…
—Ya sé sobre esa parte —dijo Pedro—. Mateo me dijo eso más temprano esta noche, se quebró y le dijo lo que te había dicho.
Restregó su frente. —Dios, soy una persona horrible por ponerla en esa posición. ¿No está enojado con ella, o si?
—No, están bien. Estaba más preocupada sobre nosotros.
—Estoy preocupada sobre nosotros, también —dijo, su labio inferior temblando.
El corazón de Pedro se apretó. Se acercó para limpiar una lágrima de su mejilla. —Estaremos bien, cariño, después de esta noche.
Asintió levemente. —Ya que sabes lo que le hice a Tamara, supongo que también debería decirte que busqué en google el nombre de tu papá ayer, pero no pude leer los artículos del periódico que aparecieron.
Tomando el resto de su bebida, Pedro bajó el vaso y frotó sus manos juntas entre sus rodillas. —¿Y qué palabras viste cuando los artículos aparecieron?
Paula se recolocó en el sofá, parecía haber un poco de calma, ahora que estaban hablando. —Vi algo sobre… ataque sexual a una menor. Dejé de leer después de eso. —Hizo un gesto de dolor, parpadeando más lágrimas—. Por favor dime que no fue Sonia, no que mengue la seriedad del crimen para nada.
Muchas veces se había preguntado si alguna vez sería capaz de dejar en el pasado el desastre de sus padres de una vez por todas. Cuando había visto a Paula esa primera noche en el hospital la esperanza floreció dentro de él, su luz al final de cada túnel largo y rocoso. Era lo que había estado extrañando, lo que había estado esperando encontrar otra vez, pero pudo haber ido muy mal también. Afortunadamente, no lo fue. Su plan de recordarle lo que alguna vez fue para cada uno había funcionado, su conexión aún fuerte un poco deshilachada al principio.
Había pasado por el infierno para llegar a donde estaba ahora, y merecía ser capaz de finalmente relajarse, tomar un respiro profundo y tener lo que quería en vez de hacer lo que su familia necesitaba. No había ni un arrepentimiento sobre la manera que manejó las cosas. La vida siempre iba a arrojar obstáculos que tenías que vencer. Pero teniendo el amor de Paula se sentiría como una exoneración.
—No fue Sonia. —Frotó su rodilla—. ¿Crees estar lista para escuchar el resto?
Asintió.
—Entonces, es momento de llenar los espacios en blanco.

CAPITULO 20


Pedro estaba molesto.
Paula no contestaba su teléfono, no regresaba sus llamadas. Respondió a sólo un mensaje de texto la noche anterior, diciendo que estaba exhausta y que lo vería en “unos cuantos días”.
Entendía que trabajaba largas horas y que quizá tendría que recuperar el sueño eventualmente. Tenía un trabajo duro, y tenía el mayor respeto por ella y por toda su carrera en la salud en general. Honestamente, se preguntaba cómo se las arreglaba para permanecer cuerda con todos los horrores que veía diariamente.
¿Pero unos cuantos días?, ¿Qué jodidos significaba eso?
Tan pronto como pudiera salir del restaurant más tarde esa noche, lo descubriría. Personalmente.
—Pedro, ¿Tienes un minuto? —le preguntó Mateo antes de que el ajetreo de la cena comenzara.
—Seguro. —Pedro colocó el cuchillo que estaba usando a un lado, limpiando sus manos con una toalla.
Mateo lideró el camino a su oficina estrecha y abarrotada, y cerró la puerta detrás de él. Pedro se colocó contra un archivero mientras Mateo se sentó en su silla detrás del escritorio.
—¿Qué pasa? —preguntó Pedro.
El suspiro pesado de Mateo no era un buen presagio para lo que sea que estaba a punto de decir. —Tamara se quebró esta mañana y me dijo que algo se le salió sobre tu madre con Paula en el juego de beisbol el domingo.
Frunció el ceño, repasando las noticias de Mateo en su cabeza. —¿Cómo…?
—¿Lo sabe Tamara? —preguntó Pedro, y Mateo asintió—. Después de que te conoció, le conté la historia, nunca esperando que alguna vez conociera a Paula y se llevaran tan bien. Lo siento, amigo.
—Está bien —dijo Pedro distraídamente—. ¿Qué le dijo a Paula exactamente?
—Estaban hablando sobre el gran tipo que eres, y Tamara dijo algo sobre que efectivamente eres demasiado dulce para todo el infierno que tu familia te hizo pasar. Supongo que Paula debió haberle… seguido la corriente, así que Tamara pensó que sabía todo. Cuando mencionó el intento de suicidio de tu madre, Paula cedió y admitió que aún no sabía nada.
—Hijo de perra. —Pedro se sentó en la esquina del escritorio de Mateo, frotándose la cara.
—Ha estado carcomiéndose a Tamara, preocupada sobre los dos, y si causó algún problema.
—Esto de hecho como que explica unas cuantas cosas —murmuró Pedro. La sonrisa tensa que le había dado el día del juego, la manera peculiar que actuó después de eso, el maratón de sexo después de la cena esa noche, ahora evitando sus llamadas. Esta era exactamente la cosa que Pedro quería evitar, su lástima, pero era su culpa por retardar lo inevitable por tanto tiempo.
—¿Elle le dijo algo más?
—No. —Mateo negó con su cabeza, mirando a Pedro directo a los ojos—. Le pidió a Paula que fuera paciente contigo, eso es todo.
Era el turno de Pedro de suspirar pesadamente. —Y lo ha sido. Más de lo que merezco.
—Fue una experiencia de mierda, Pedro, y fuiste mejor hombre que la mayoría por como lidiaste con eso. Puedes estar orgulloso de ello, aun cuando te costó demasiado. Está de vuelta en tu vida otra vez, y es probablemente el momento de que le digas todo, así ambos lo pueden dejar atrás de una vez por todas.
Pedro asintió determinadamente.
Tiempo de asumir las consecuencias.

CAPITULO 19



Las pocas veces que había visto a su familia, siempre le habían parecido muy felices, mental y físicamente saludables, aunque el abuso podría estar oculto también. Se había hablado de viajes de esquí en Colorado y vacaciones en la playa en Florida, y Marta había querido visitar Paris por su vigésimo quinto aniversario de boda. Sonia había hablado incesantemente acerca de los chicos y, posiblemente, convertirse en maestra algún día.
El padre de Pedro —Dios, ¿Cómo se llamaba? Daniel, ¿Verdad?— Era más reservado que su esposa e hijos, pero educado, sino un poco pretencioso de tener dinero. Si no recordaba mal, estaba bastante en lo alto de la escalera de alguna compañía de Fortune 500 en Birmingham. Su vida en ese entonces tenía todos los ingredientes del sueño americano: salud, la riqueza, la felicidad. No había grietas visibles.
¿Qué había pasado con ellos?
Cuando Elena pasaba, Paula la llamó—: ¿Tienes algún momento para tomar un café?
Elena miró su reloj. —Siempre tengo tiempo para el café, especialmente cuando tú me lo compras.
—Vamos a sentarnos afuera —dijo Paula.
Una vez que tuvieron sus cafés y estaban sentadas en un banco de piedra en la zona de descanso al aire libre, Paula decidió contarle su dilema a Elena. —Necesito hablar con alguien.
—Pensé lo mismo.
Paula frunció el ceño. —¿Cómo es eso?
—Bueno, para empezar, que rara vez me pides sentarme al aire libre durante un descanso, y por otro, la pila de archivos en la que has estado trabajando durante la última media hora no ha disminuido…
—Es molesto cuan observadora eres —dijo Paula graciosamente, pero sin malicia real.
Elena se encogió de hombros. —Alguien tiene que mantener a los doctores a raya.
—Entonces —dijo Paula—, este gran secreto de Pedro está lentamente volviéndome loca. He intentado muy duro sacarlo de mi cabeza, y estaba haciendo un trabajo bastante bueno, también, hasta que conocí a unos amigos suyos. El Domingo... vinieron e inadvertidamente me dieron un poco de información. Ahora es todo lo que puedo pensar. Estoy bastante seguro de que he llegado a mi límite, Elena.
—Espera, retrocede un segundo. ¿Cuál es la información que obtuviste?
Paula se frotó la parte posterior de su cuello, incómoda por decirle a Elena los magros trozos que conocía hasta el momento, a pesar de que mantendría su conversación confidencial. Además de eso, ¿A quién iba a contárselo? Tal vez estaba preocupada de que Elena pensaría mal de ella por ser tan confabuladora. Una dura palabra, pero así es como Paula sentía que se había comportado con Tamara.
—Bueno, Pedro finalmente me dijo que su partida tuvo algo que ver con su familia, pero eso es todo lo que me dijo. Y para ser justos, me di cuenta de que le dolió solo decirlo, así que retrocedí. Pero luego este domingo hice algo verdaderamente horrible. —Miró a Elena, y esta hizo un gesto para que continuara.
—Estaba teniendo esta conversación con alguien, la amiga por asociación, qué sabe lo que pasó, y como estoy con él pensó que lo sabía. Pero entonces dijo algo sobre la madre de Pedro tratando de suicidarse, como resultado de lo que hizo su padre y yo... hice un ruido que prácticamente delató que no sabía nada.
—Oh Jesús, Paula.
Paula bajó la cabeza. —Lo sé. Soy una persona horrible, lo entiendo, pero aparte de mi naturaleza podrida, ¿qué hago ahora?
—No, no me refiero a lo que hiciste fue horrible. Un poco deshonesto, tal vez, pero con tu historia pasada con Pedro, creo que es perdonable ¿Su madre intentó suicidarse?
—Al parecer.
—Pobre chico. Sea lo que sea que su papa hizo, debió ser terrible.
—Confía en mí, he pasado por todas las situaciones que se me ocurren por la cabeza por lo menos cien veces.
—Realmente no es bueno para ti que estés distraída en el trabajo —dijo Elena, no es que Paula no era muy consciente de esto ya.
Miserablemente, Paula dejó caer su rostro en sus manos. —¿Qué hago, Elena?
—Tienes que decirle.
—Pero decirle que ¿Qué engañé a la novia de su mejor amigo por información? Se pondrá furioso conmigo, y con razón.
Elena hizo una mueca. —Oh, no lo sé. Podría encontrar un gran alivio por finalmente sacar eso de su pecho.
—Pero voy a ser la que le obligó a sacarlo antes de que esté listo. Es obvio que es algo traumático, algo que aún le duele.
Paula se puso de pie y se acercó a la baja pared de hormigón alrededor de la zona de descanso. La situación se sentía desesperada, pero ya no sería capaz de ignorarla por más tiempo. La barrera entre el pasado y su futuro parecía tan sólida como la fría pared de piedra en sus caderas. Pedro tendría que haber sido honesto con ella, por más duro que fuera, de lo contrario los porque siempre estarían en el medio como una nube gris sobre sus cabezas. ¿Por qué se fue, por qué no llamó ni escribió? ¿Por qué se había ido por tanto tiempo, por qué no la amaba lo suficiente como para confiar en ella con la verdad?
—No quiero perderlo, no cuando acabo de encontrarlo.
—Él te encontró, ¿Recuerdas? —dijo Elena, dejando caer una mano consoladora en el hombro—. Y si se empiezas con eso, todo va a estar bien.
Paula dejó su café sin tocar el muro. De todos modos se había enfriado. Frío e incómodo.
Las cosas que tu familia hace están más allá de tu control. Entendió que de ninguna manera Pedro era responsable. No afectaba ni en un ápice a la forma en que se sentía por él. Pero todavía quedaba el fantasma del dolor de cuando la había dejado, y con el fin de ordenar su relación, para sentirse enteros y sanos, debían abrirse por completo.
—¿Sabes el nombre de pila de su padre? —preguntó Elena.
—Creo que es Daniel. ¿Por qué?
—Podrías buscarlo en Google, para ver que aparece. La mayoría de las cosas de interés periodístico están Internet. Por lo menos puedes encontrar un artículo en su periódico local. Podría disminuir el deseo de escuchar esto de él. Luego, cuando se decida a decírtelo, no será tan chocante.
—O podría simplemente multiplicar la culpa que ya siento por engañar a Tamara.
—¿Quién?
El ascensor del sistema hospitalario crujía a la vida, trayendo a Paula de nuevo a la sala de emergencia. —No importa —dijo a Elena mientras se dirigía en su interior

martes, 1 de abril de 2014

AVISO:NOVELA NUEVA

RECUERDOS (termina mañana)
CONSUMIDO ( a partir del jueves)

SINOPSIS
 
Paula Chaves nunca ha sido de las que pisan el lado salvaje, al menos no
hasta que conoce a Pedro Alfonso… un engreído y atractivo luchador en el
gimnasio de su padre. Es exasperante, asquerosamente adictivo y
simplemente parece no poder sacárselo de encima. Él ha estado en la ciudad
por poco tiempo y su nombre ya está en boca de todos. Es el tipo de hombre
sobre el que las madres advierten a sus hijas... de la clase que deja un
reguero de corazones destrozados detrás de sí y tiene a Paula en la mira.
Paula nunca ha conocido a nadie tan confuso como Pedro y su actitud
temperamental constantemente la desorienta. Nunca en su vida ha deseado
el toque de alguien tan desesperadamente, pero habiendo salido
recientemente de una relación a largo plazo sumergirse en otra es algo que
preferiría evitar.
Decidida a tener su toque, pero a no dejarlo meterse bajo su piel, Paula 
se embarca en el viaje más emocionante de su vida

CAPITULO 18




Durante la cena, estaba casi taciturna. Se sentía como si le sacará a la fuerza cada palabra, pero Pedro no insistió, pensando que estaba simplemente cansada de su largo día de diversión en el sol. Su estado de ánimo cambió una vez que terminaron de limpiar la cocina. En el momento en que su culo golpeó el sofá, se estaba subiendo a horcajadas sobre su regazo, quitándose la camisa, con las manos explorando con avidez sobre su piel. No tenía ninguna queja. Era simplemente... raro dada la forma en la que se había comportado antes.
Su vida sexual se había convertido casi frenética antes de que lograra fatigarla lo suficiente como para reducir la velocidad. La había hecho venir cuatro veces. Incluso en el sueño, parecía inquieta. La había sentido dejar la cama por lo menos dos veces durante la noche antes de que lo despertará hasta hace unos momentos con su dulce boca envuelta alrededor de su polla.
Por lo general, dormía como un tronco, especialmente en las noches antes de trabajar. Su cambio de turno iniciaba a mediodía. Pedro tenía que estar en el restaurante a las ocho de la mañana para una reunión de planificación con Mateo y el arquitecto en el nuevo restaurante, así que no se permitió volver a dormirse. En cambio, se quedó allí disfrutando del cálido cuerpo acurrucándose cerca de él y se maravilló de lo afortunado que había llegado a ser, teniéndola de vuelta en su vida.
Con el tiempo dejó la cama cuando el reloj marcó cerca de las seis y media, vistiéndose en la sala de estar, para no despertar a Paula, y luego rebuscó en sus gabinetes de cocina. Cuando encontró la mitad de una bolsa de chips de chocolate, le llegó la inspiración


Paula se despertó en una casa silenciosa que olía increíble. Las sábanas olían como el sexo y Pedro, y ese era un olor bastante potente, pero en la parte superior de la misma había el aroma celestial de productos horneados. Salir con un cocinero sin duda tenía sus ventajas. Se dio la vuelta para estirar sus sensibles músculos y encontró una nota en la almohada.


Lo siento, no pude despertarte correctamente para devolverte el favor. Tengo una reunión temprano con Mateo. Ha dejado una sorpresa en la cocina para compensarte. Te veo pronto,Pedro.

Sonriendo mientras se abría paso fuera de la cama, se puso una bata. En la barra de la cocina había un pequeño plato de magdalenas. Con chispas de chocolate y hechos desde cero, lo cual era un milagro que haya encontrado todos los ingredientes necesarios en su patética excusa llamada despensa.
Estaba completamente, totalmente e irremediablemente enamorada de Pedro. Sin dudas esta vez.Paula no se molestó en luchar contra la fuerza de esa aceptación. Sólo se sirvió un vaso de leche, se sentó en la barra, y en poco tiempo, devoró los tres panecillos enteros, mientras un par de lágrimas se deslizaron silenciosamente por sus mejillas. Cuando había inhalado hasta la última miga, se limpió su cara con una servilleta, puso las tres magdalenas restantes en un recipiente hermético y se duchó para el trabajo.
Esa mañana, la sala de emergencia se hallaba tranquila, para variar. Le permitió a Paula ponerse al día con algo de papeleo que tenía pendiente, pero desafortunadamente también le dio tiempo para pensar en lo que Tamara había dicho de la madre de Pedro.
Estar pensando era todo lo que había hecho desde el engaño a Tamara, algo más que estaba carcomiéndole la conciencia, en cualquier momento que tenía un instante calmo y tranquilo, y por eso quería que Pedro, básicamente la jodiera hasta dejarla sin sentido, y funcionó, por algunas horas… hasta que se despertó a las dos, y luego a las cuatro. Y a las cinco y media cuando asalto sexualmente a su pobre y cansado pene.
Estar luchando contra la tentación de preguntarse tanto, le estaba dando un dolor de cabeza , por lo que Paula se dio por vencida, garabateando en el interior de la parte de atrás de un gráfico mientras meditaba las cosas terribles que el padre de Pedro podría haber hecho para hacer que un buen corazón como Marta Alfonso intentara suicidarse.
El pensamiento incómodo de abuso infantil siguió resurgiendo en su cerebro. Eso ciertamente podría destrozar a una madre en pedazos, a su vez una familia de adentro hacia afuera, destruir un hogar. Supuso que podría haber sido infidelidad, o el abuso conyugal, pero ¿sería esa la razón para que Pedro se fuera corriendo de vuelta a casa sin una explicación a Paula? Probablemente no. Sin embargo los pecados más oscuros, lo harían. Probablemente habrá estado perturbado, avergonzado, enojado, y la idea de que pasara a través de todo ese caos solo, hacía que el corazón de Paula doliera.

CAPITULO 17


Pedro se detuvo en un mercado de camino a casa, comprando algunos suministros para la cena, mientras Paula esperaba afuera en la motocicleta con la información que Tamara sin ser consciente había divulgado como espinas. Pedro volvió con una bolsa bastante pequeña que podía caber entre sus cuerpos por el resto del paseo, Paula era curiosa pero no echó una ojeada dentro. Las posibilidades eran que no sería capaz de entender mucho de todos modos debido a sus carentes habilidades culinarias.
—Sé que estas cansada. Adelántate y toma una ducha mientras empiezo la cena —dijo Pedro, una vez que estuvieron dentro de su departamento—. ¿Quieres una copa de vino, o ya tienes mucho con la cerveza?
—Creo que podría beber un galón de agua ahora, pero quizás una copa con la cena más tarde.
Sintiéndose abatida Paula caminó hacia el baño, su cabeza punzando por los niveles de ruido en el juego y por ser forzada al punto en que la cerveza no trabajara sobre el misterio de los padres de Pedro. Abrió los grifos, luego se sentó sobre la tapa del inodoro para tirar fuera sus zapatillas de deporte y calcetines. Había dejado abajo su ropa interior cuando Pedro dio un golpecito en el marco de la puerta con los nudillos y se acercó, con una botella de agua sin abrir en la mano.
El cielo la ayudara, ¿Por qué tenía que ser tan dulce, perfecto y bueno? ¿Por qué no podía tener algún defecto evidente en su personalidad que la hiciera sentir menos miserable sobre la forma en que lo había tratado esa semana que regresó a su vida?
—¿Estás bien, cariño? —y ahí venía de nuevo, haciendo que sus ojos picaran con lágrimas queriendo desesperadamente brotar como un manantial.
Paula mintió con una inclinación de cabeza y bajó la cabeza, frotando su aplanado cabello mientras conseguía control. —Sólo el duelo final de mi día libre —murmuró.
—¿Te has divertido?
Tomó la botella de agua fría que le ofreció, girando la tapa. —Tuve un momento increíble. Gracias por llevarme contigo.
—Es un placer. —Se inclinó para darle un beso suave, pero no se detuvo—. Le agradaste mucho a Tamara. Mateo acaba de enviarme un texto diciendo que no para de hablar sobre ti.
—Me agradó mucho, también.
—Bueno. Los veremos de nuevo pronto. —Le paso un dedo por las mejillas—. Tomaste un poco de sol.
—Bien, más pecas.
Sus ojos se suavizaron. —Más para besar después. Me gustaría acompañarte en la ducha, pero tengo que ir a chequear al restaurante, y empezar a trabajar en nuestra cena.
—¿Qué estás haciendo?
—Spaghetti Carbonara.
La comida chatarra que había comido antes se había ido, a juzgar por la forma en que su estómago rugió en aprobación. Pedro se rió y la dejo sola.
—¡Me consientes demasiado! —gritó Paula.
—¡Lo vales! —gritó de vuelta.
—No, tú lo vales —susurró—. Y no te merezco

Pedro salió de un sueño donde jugaba en la primera base para los Bravos y en algunos juegos de vida real. Una boca, húmeda y tibia exploraba su polla mientras unos dedos talentosos pasaban hacia el sur, acariciando y mimando suavemente sus bolas. Siguiendo con la cursi metáfora del béisbol en su cabeza, rodeó la segunda base y se dirigió rápidamente hacia la tercera.
De todas las maneras agradables en la cual un hombre puede ser despertado, una mamada de una hermosa pelirroja tendría que estar cerca de la parte superior de la lista. Gimió de placer, sintiendo su pene hincharse y tensándose aún más por la sangre, parpadeó un par de veces para despejar la niebla del sueño y orientarse.
Estaba en la cama de Paula, la cual habían profanado totalmente la noche anterior. El crespúsculo rezumaba por las rendijas de las cortinas, con una suave luz filtrándose en la habitación. Aún era temprano—demasiado pronto para que se despierte con sexo en el cerebro. Pero entonces lo tomó profundo, y decidió simplemente apreciar el cerebro sexy de Paula, sin importa la hora.
Mordiéndose el interior de la mejilla para mantener su orgasmo dentro de él, se agachó para acariciarle la mejilla con ternura. Lo liberó con un tirón lento, acariciando la base de su pene con su nariz, murmurando algo en voz baja que no podía descifrar. Era casi como si estuviera dentro de su propio sueño.
—Paula —abrió los ojos lánguidamente, apoyando la barbilla en su cadera. La mano entre sus piernas mantuvo su caricia, a través de su perineo y luego más bajo. Sus músculos se tensaron un poco ante su audacia, pero no trató de detenerla.
—¿Qué? —preguntó.
—Me preguntaba si estabas realmente despierta.
Un suave zumbido fue lo único que obtuvo como respuesta mientras un dedo rozó su trasero. Pedro siseó bruscamente, empujando su cabeza hacia atrás sobre la almohada. Intentó agarrar la base de su pene, apretando con fuerza para no perder su carga encima de él, ella, y la cama.
Rondando la tercera base.
—Fantásticos reflejos para esta hora en la mañana, señor —dijo Paula con un acento irlandés falso.
La risa de Ryan sacudió la cama.
Lee apartó su mano y lo llevo hacia el interior del paraíso de su boca una vez más, con un solo dedo inquisitivo ahora frotando y frotando, volando su mente. Pedro movió las piernas separándolas más, dejándola salirse con la suya en su cuerpo ya que parecía decidida a hacerle perder el control. Todo entre sus caderas creció firmemente, al igual que la succión de la boca perfecta de Paula. No hubo tiempo para una cortés advertencia, se corrió en su garganta. Afortunadamente, ya habían restablecido donde estaban sus respectivos límites sexuales.
Un gemido gutural vibraba en su pecho cuando se vino, el placer alcanzando el máximo, nivelándose, y luego decayendo, la oscuridad del olvido temporal lo absorbió como si hubiera soñado toda la maldita cosa.
Llegando hasta base.
El cabello de Paula le hizo cosquillas en el estómago mientras se reubicaba contra él, su pequeño suspiro se alineó sobre su piel. Levantó una mano para acariciar su espalda mientras recuperaba su cordura.
Debería responderle de la misma manera, pensó. Moverla debajo suyo y deslizarse dentro de ella una vez que su polla se recuperara, o por lo menos decir algo estúpido como "Eso fue increíble, gracias". Pero en cuestión de dos minutos, tres a lo sumo, estaba prácticamente roncando. Pedro la bajó suavemente a su lado, tirándola más cerca, y puso la sábana alrededor de sus cuerpos.
El amor creció con fiereza dentro de su pecho. No servía de nada negar que fuera eso exactamente, de la misma manera en la que reconoció que nunca había dejado de amarla. ¿Cómo podría?, si durante años había soñado con ser capaz de sujetarla de nuevo así. Sólo tenía un obstáculo más por borrar. Las razones anteriores para dejarla no podían colgar entre ellos para siempre. El tiempo para sincerarse se acercaba más con cada día que pasaba. Se preocupó de que ayer por la noche pudo ser el día.

lunes, 31 de marzo de 2014

CAPITULO 16



Paula debe haber hecho un ruido extraño, como si se estuviera ahogando o sufriendo un ataque cerebral, algo lejos de los sonidos humanos comunes, porque Tamara giró su cabeza hacia ella tan rápido que era un milagro que no se hiciera un esguince en el cuello y todo el color desapareció de su rostro. La forma en que los ojos de Tamara se abrieron era exactamente de la forma que Paula lo hacía.
—A la mierda todo ¿No lo sabías cierto?
Paula se limitó a solo sacudir su cabeza, sintiéndose un poco mareada, y muy parecido a algo que necesitas sacar de la suela de tu zapato.
—Jesús, pensé que lo sabías. Mateo me estrangulará por esto. —Tamara cubrió su boca con los dedos.
Paula finalmente se recuperó para hablar. —Tamara, no diré nada, lo prometo. Y soy yo la que debe disculparse. Lo siento muchísimo. Fue terrible de mi parte llevarte por ese camino. Es solo que Pedro no va a decirme lo que pasó y no puedo conseguir más allá de algunas cosas hasta que lo haga.
Tamara le tomó la mano, apretándola con fuerza. —Lo hará, solo se paciente con él. Te dije lo suficiente para que sepas que eso fue malo. Pero para que lo sepas, Pedro no me contó. Mateo lo hizo y si se entera que te dije alguna cosa no me dirá ningún secreto en tanto tiempo como yo viva, que no será mucho tiempo.
—Para. Te prometo que nadie sabrá que dijiste una palabra. —por encima del hombro Paula vio a Pedro y Mateo regresando a sus asientos, con los brazos cargados de alimentos y bebidas—. Aquí vienen. Toma una respiración profunda. —Paula hizo lo mismo—. Relájate. Vamos a comer un montón de basura que es mala para nosotras, beber mucha cerveza tibia, y abuchear hasta la mierda a los Cachorros de Chicago.
Eso consiguió una risa de Tamara, y Paula se echó a reír también, a pesar de que no estaba de visita en cualquier lugar remotamente cerca de Felicilandia.

Por el resto del juego, Paula logró poner un sólido frente de chica divertida, animando y conversando y en general pasando un buen rato, a pesar de que durante los momentos de calma su mente volvía a lo que Tamara le había dicho. Así que bebió más cerveza esperando que los engranajes de su cerebro se pegaran e inactivaran.
No se emborrachó. Paula no fue hecha de esa manera. Pasar demasiados años en y alrededor de una sala de emergencias había moldeado a su cerebro para evitar problemas a toda costa. Vio el peligro donde otros no lo hicieron, o donde ellos decidieron ignorarlo, y yendo de un poco zumbado a rotundo chapoteado era definitivamente peligroso después de hoy. El alcohol afloja más que las inhibiciones, afloja la lengua, también, y una boca fugitiva puede ser desastrosa.
Tamara se mantuvo dándole miradas interrogantes, básicamente preguntando si estaba bien sin pronunciar una sílaba y Paula chocaría sus hombros o haría un guiño y sonreiría. Realmente le gustaba la chica, quería pasar más tiempo junto a ella y Mateo, y no sucedería si Tamara pensaba que no podía confiar en Paula de mantener su palabra, o si temiera que iba a caer bajo la presión y tener luego problemas con Mateo.
El día paso en un borrón surrealista y Los Bravos ganaron el partido, cuatro a tres. Se intercambiaron abrazos antes de salir del estadio y Paula le susurro al odio a Tamara otra vez que no se preocupara. Hicieron planes tentativos para ir a cenar juntos la próxima vez que tuvieran tiempo libre.

CAPITULO 15



Una vez que Pedro tenía los cascos asegurados a la moto con algún tipo de cable y las llaves en su bolsillo, le agarró la mano y se dirigió al interior del estadio.
Los recuerdos vinieron volando mientras los aromas la golpearon, el pasto recién cortado, palomitas de maíz, cerveza rancia y perros calientes asándose, junto con las muchas tardes que habían pasado aquí en lo que parecía una vida atrás. Ocho años se desvanecieron en minutos. De repente fue ayer, la mano de Paula apretó la suya mientras se abrían camino a través de la densa multitud de aficionados a los asientos baratos, en la sección más alta y lejana a las gradas. Se había aferrado como si temiera perderla entre la multitud si la soltara.
Ahora, la tomaba de la mano con la misma fuerza, y Paula se dio cuenta, que nunca la había perdido, aun cuando algo o alguien lo habían obligado a irse. Las partes de su corazón que se habían convertido en hielo sólido después de su partida fueron descongelándose y ahora quedaba sólo uno o dos puntos de hielo. Tal vez, si alguna vez, se decidiera a contarle lo que había sucedido, ese hielo se iría también. Había habido un par de veces últimamente donde había tenido la sensación de que estaba a punto de explotar, pero entonces una sombra oscurecía sus ojos, el momento pasaba y Paula empujaba lejos su decepción.
Demostró sus boletos al acomodador, y se dejaron llevar cortésmente a los asientos no muy lejos detrás del revestimiento. Bueno, esto no era muy lejos como en los viejos tiempos cuando los jugadores parecían soldaditos de plástico en el campo debajo de ellos.
Paula dejó escapar un silbido mientras se acomodaban. Ambos equipos estaban en el campo calentando, y estaban tan cerca que podía lanzar una pelota de béisbol y golpear a uno de ellos desde donde estaban sentados, de preferencia un miembro de los Cachorros de Chicago ya que eran el oponente para este juego.
—Bien hecho, Sr. Alfonso. Bien hecho.
—Ayuda conocer a la gente adecuada. —Le guiñó un ojo.
—¿Y quién podría ser esa gente que consiguen asientos tan buenos si tan pronto en la temporada?
Asintió sobre el hombro de Paula. —Estás a punto de reunirte con ellos.

Paula reconoció inmediatamente a Mateo Lattimore mientras se abría camino por las escaleras un hombre alto, precioso y llevando consigo a una mujer morena. Cada pocos pasos alguien los detenía para saludarlos con un apretón de manos, chocar las cinco o para una foto y Mateo gentilmente obedecía mientras que detrás de él la expresión de la chica decía que para ella eso era completamente natural por el hecho de salir con una celebridad local. Si Paula no estaba mal, había rodado los ojos varias veces.
—Él es Mateo, mi jefe —murmuró Pedro, cerca de su oído.
—¿Quién es la mujer?
—Su novia, Tamara.
—Es bonita —dijo Paula, estudiando objetivamente como ellos se acercaban.
Su vestuario destacaba en sus pantalones de mezclilla Góticos rotos, botas negras, un top negro con mangas tres cuartos y una gigante letra roja A en el frente, un irónico mensaje a La Letra Escarlata tal vez —su cabello era oscuro como la noche, rozando sus hombros con rizos sueltos. Alrededor de su cuello había una gargantilla de algún tipo —más negro—pero no estaba muy maquillada. De hecho parecía que no llevaba maquillaje en absoluto. A Paula le gusto enseguida y eso que aún no habían sido presentados.
—Es muy divertida —dijo Pedro—. Espera a que la conozcas.
Finalmente llegaron a su fila de asientos, y Mateo dio un paso atrás para permitir que Tamara fuera delante de él, manteniendo una mano en la espalda baja. Por la mirada llena de ternura entre el uno y el otro, Paula se dio cuenta de que estaban profundamente enamorados.
Cuando Pedro se puso de pie, Paula hizo lo mismo, quitándose sus gafas de sol y deslizándolas sobre su gorra.
—Paula, este es mi jefe, Mateo Lattimore, y su novia, Tamara Conner.
Se estrecharon las manos. —Es un placer conocerlos a ambos.
—A ti también Paula—dijo Mateo.
—Estábamos empezando a creer que eras un mito —dijo Tamara, cuándo se volvieron a sentar, las dos chicas en el centro con los hombres al costado.
Paula miro a Pedro con curiosidad.
—He estado manteniéndola solo para mí —dijo, dándole una sonrisa intima.
—No puedo decir que te culpo —dijo Tamara.
Mateo se inclinó en su asiento. —Pedro, vamos a buscar aperitivos antes de que comience el juego. Tamara y Paula pueden cotillear sobre nosotros mientras estamos afuera.
—Sip, y mientras más rápido se vayan, más pronto podremos comenzar —dijo Tamara.
Paula río y encogió sus pies para que Pedro pudiera pasar. Se detuvo frente a ella, inclinándose hacia adelante para sujetarle las manos en sus brazos, y bajo su rostro al suyo, las puntas de sus gorras se tocaron.
—¿Cerveza, hot dog, palomitas de maíz, cacahuates, dedo de espuma?
—Los comestibles serian ideales. Todos ellos por favor.
—Dios, Amo como comes. —inclinó la cabeza para darle un sonoro beso en los labios, y después se fue con Mateo.
Pedro nos dijo que eras médico de urgencias en Atlanta General —dijo Tamara, una vez que estuvieron solas.
Paula asintió, preguntándose cuanto Mateo y Tamara sabían de su pasado.
—Llevo cuatro años ahora. Tuve suerte en conseguir volver a Atlanta después de hacer mi residencia en Florida.
—Trabajo difícil. Te admiro por eso.
—Gracias.
—¿Es todo lo que esperabas que fuera y más?
—La mayor parte del tiempo, a pesar de que tiene sus días, como la mayoría de las profesiones supongo. ¿Qué es lo que haces?
—Diseño gráfico. Trabajo para una agencia aquí en Atlanta, pero me dejan trabajar principalmente en casa. Súper buenos puntos de extra porque no soy una persona muy sociable.
Paula sonrió ante su franqueza. —¿Ah, sí?
La boca de Tamara se torció irónicamente. —No tengo mucho filtro. Se ha vuelto mejor desde que conocí a Mateo. Tiene una manera de frenarme, considerando que en el pasado, esto me ha costado relaciones y varios puestos de trabajo como camarera en la universidad. Aguanta mi mierda, que es probablemente por eso que lo hacemos tan bien juntos…
La mirada de Paula corrió hasta el collar que estaba alrededor del cuello de Tamara, preguntándose si eso significaba lo que pensaba que era, que era más que simplemente una bonita decoración para su delgado cuello. No era ingenua sobre las tendencias sexuales más oscuras de algunas personas, pero no tenía curiosidad por explorarlos tampoco. Si mantenías el control o mantenerte en línea como en el caso de Tamara y luego golpearte a ti mismo. Siempre y cuando no hicieras algo estúpido o lo suficientemente peligroso para terminar en la sala de emergencias…
Notó un poco de tinta interesante en el interior de la muñeca izquierda de Tamara. —Me gusta tu tatuaje. ¿Es una flor?
Tamara movió su brazo más cerca para que Paula pudiera verlo mejor.
—Es una alcachofa.
Paula se había dado cuenta de eso entonces. Extraña elección para un tatuaje, pero aun así un dibujo muy realista, alrededor de una pulgada y media de diámetro, y perfectamente coloreada. Cuando Paula miró la cara de Tamara de nuevo, se mordió el labio. —Mi hermano lo hizo por mí. Por suerte, el gen artístico viene de familia.
—Estoy adivinando que hay una historia interesante detrás de él —dijo Paula.
—La hay, pero es sucio —sonrió Tamara—. Si alguna vez bebemos juntas, estoy segura que mi filtro saldrá y te contare todo lo miserable.
—No puedo esperar —quiso decir Paula.
Tamara le palmeó el brazo, riendo. —Sabía que me gustarías, Paula.
—Así que, ¿Hace cuánto conoces a Pedro? —preguntó Paula, buscando donde no debería.
Tamara frunció sus labios, haciendo el cálculo mental. —Bueno, déjame ver. Mateo y yo hemos estado juntos durante casi seis meses, así que… supongo que cuatro meses. Me tomo un par de meses de estar con Mateo antes de estar lista para conocer a su personal. O lo más probable, para que Mateo estuviera listo para presentarme a ellos. Pero me gusto Pedro al instante. A todo el mundo, especialmente a Mateo. Tener a Pedro en el restaurante le ha sacado gran peso de sus hombros.
Paula sonrió. —Pedro es un tipo fácil de agradable.
—Es increíblemente dulce, también —dijo Tamara—. Demasiado dulce para todo el infierno que su familia le hizo pasar.
A pesar de estar sentada bajo el sol, la piel de Paula se erizó con inquietud. ¿Debería aprovechar la apertura que Tamara solo le había dado? ¿Ver la cantidad de información que podía conseguir engañándola?
—Estoy de acuerdo —dijo.
—Quiero decir, si mi padre hiciera algo así no le hablaría de nuevo —dijo Tamara, frunciendo el ceño a la cabeza de la persona que estaba en la fila en frente de ellos—. Qué lío tan repugnante.
—Y Pedro tenía que limpiarlo —dijo Paula, sintiéndose una mierda total pero incapaz de detenerse.
—¡Sí! Exactamente —dijo Tamara, murmurando—. Horrible.
Lo sabe todo, pensó Paula y eso la molestó otra vez. Tan cercanos como eran —en ese entonces y ahora— Pedro aún dudaba para decirle que pasó, sin embargo, había derramado sus entrañas a su jefe y su novia. Sí, eso duele como una perra.
—Y luego su pobre madre, tratando de suicidarse por eso.
¡Oh mi Dios!

domingo, 30 de marzo de 2014

CAPITULO 14


Durante las siguientes dos semanas cayeron en una clase de rutina: sexo, comida, sueño, o alguna variación de los tres, ya sea en el apartamento de Paula o en el de Pedro, en función de los horarios de trabajo y los niveles de fatiga. Paula no se sorprendió al descubrir que había ganado siete libras por su cocina. Se podría haber pensado que con todo el sexo quemaría algunas de las calorías adicionales que consumía, pero lo que no estaba siendo utilizado se estaba asentando en su trasero. Era hora de empezar a utilizar exclusivamente las escaleras en el hospital en lugar del ascensor. Y tal vez renunciar a una segunda porción de la increíble comida de Pedro. Por desgracia, al igual que él, sus platos eran difíciles de resistir.
Era domingo, y tenían una cita. Una verdadera cita, fuera de sus apartamentos con él recogiéndola y todo. Llevando ropa. Le había dicho que usara algo casual, algo en lo que estaría cómodo al aire libre.
Cuando Paula brincó bajo las escaleras a la una en punto, vestida con un pantalón vaquero, unas zapatillas deportivas y una camiseta de manga larga de algodón.Pedro se reclinó contra el asiento de una elegante Kawasaki azul, con los brazos cruzados sobre su pecho, piernas largas cruzadas en los tobillos. Estaba vestido similar a ella. Tuvo que detener su andar por el miedo de que su lengua la traicionara, ¿Cómo era posible que un cuerpo contuviera tanta sensualidad? El día era hermoso como él, cielo azul sin una nube sobre sus cabezas. El aire crispaba con temperaturas por arriba de los sesenta, posiblemente llegaría más tarde a los setenta. Un día perfecto para hacer algo divertido afuera, lo cual era una anomalía para Paula. Normalmente pasaba sus días poniéndose al día con la lavandería, pagando cuentas, y tomando ocho horas ininterrumpidas de sueño. El aire fresco sería bueno para ella.
Pedro se acercó para un beso rápido, luego colocó sus lentes de sol en el compartimento de la motocicleta, mientras ella miraba con precaución a la máquina. Notando el segundo casco en la parte posterior del asiento.
—¿Iremos en esto?
—Depende de ti, pero pensé que si te daba la opción, te gustaría hacerlo.
Distintivamente oyó el desafío en su voz, ¿estaría dispuesta a andar por las agitadas calles de la ciudad de Atlanta en la parte trasera de una moto, y los brazos envueltos alrededor de la cintura de Pedro, terminando con el pelo en forma de casco?
—Diablos, sí —dijo Paula, golpeando la ola de nerviosismo. Nunca había tocado una motocicleta en su vida, pero sabía que se ocuparía de cuidarla bien y por encima de todo sería excitante, si no fuera por el poquito de miedo que sentía. Está bien, probablemente era aterrador, pero solo se vive una vez, ¿No?
Sonrió. —Tenía la esperanza de que dijeras eso.
—Me lo imaginaba, ¿a dónde vamos?
—Es una sorpresa.
—Estaba esperando que no dijeras eso.
—Te gustará, lo prometo. Mientras dure el viaje, recuerda relajarte y disfrutarlo. Las primeras veces que giremos en una esquina se sentirá raro para ti. Tu instinto natural hará que te tenses y quizás que pelees contra la gravedad, es normal, pero no te caerás. Apóyate en mí y has que tu cuerpo haga lo que hace el mío, ¿de acuerdo?
—Está bien. —A pesar de la sequedad en su boca y el sudor que humedecía su labio superior.
—Súbete.
Pedro la ayudó a montar, asegurando la correa de la hebilla de su casco con fuerza y luego bajó el visor del frente. Señaló las clavijas donde debía colocar sus pies.
Satisfecho porque estaba lista para andar, paso una de sus piernas encima del asiento, donde antes estaba su casco y pateó la manivela de la moto, Paula se acercó a su espalda, envolviendo los brazos en su cintura. Tocó sus manos una vez antes de agarrar el manubrio.
—¿Lista? —preguntó en voz alta, pero ahogada por el casco.
Con el corazón golpeteando en el pecho, Paula le dio pulgares arriba.
—Espera.
Tensó su agarre alrededor de él, juntando sus dedos, y Pedro se alejó de su complejo de apartamentos.
Al principio era raro, como había dicho que sería, acostumbrarse al movimiento de la moto sin tensarse (o gritar de terror) cuando tomó una esquina, y estaba segura de que Pedro condujo más despacio de lo que normalmente lo haría si hubiera estado viajando solo. Pero después de unos kilómetros de ir manejando a través del tráfico se acostumbró al movimiento, confiando en los instintos de Pedro, y se relajó en su contra.
Tenía que admitir que era un poco caliente, el que dos cuerpos estén presionados tan cerca el uno del otro, montados en lo que sería un vibrador gigante entre las piernas.
Habían estado andando durante unos quince minutos cuando vio que Turner Field se avecinaba por delante y se sorprendió. Le sonrió a la parte posterior de su cabeza, y le dio un apretón en la cintura. Navegó por el laberinto de aparcamiento, hasta encontrar un área específicamente para motocicletas, y rodó la bicicleta a una parada suave.
Se bajó primero antes de ayudar a que ella hiciera lo mismo. Paula se quitó el casco y se sentó en la parte trasera de la moto, luego prestó atención a su pelo.
—Dime que te gustó el paseo.
—Me encantó el paseo.
Levantó su puño. —Sí. Esa es mi chica.
Esas simples palabras enviaron un ridículo calor a su cara y entre las piernas.
Desde el mismo compartimiento donde Pedro había guardado sus gafas de sol, sacó unos para ella y dos gorras de béisbol Atlanta Braves.
—Te ves hermosa —dijo—, pero traje uno para ti, para que no te preocupes por tu cabello.
Paula le arrebató la gorra de la mano y se colocó sus gafas de sol. Envolvió una mano alrededor de la parte posterior de su cuello para tirar de él y darle un beso de agradecimiento. Se detuvo en sus labios mucho más tiempo de lo que había esperado, gimiendo por tener que detener su manifestación pública de afecto.
—Gracias por las sorpresas —dijo.
—Y aun no se han terminado.

CAPITULO 13



Pedro estaba terminando el tocino cuando Paula se arrastró a la cocina, con los ojos nublados por el sueño y su cabello hecho una impresionante maraña de colores brillantes alrededor de su cara. Había encontrado la camiseta limpia que le había dejado, el dobladillo le llegaba hasta la parte superior de sus muslos cremosos. Un pequeño rastro de blanco en su labio inferior le dijo que también había encontrado el nuevo cepillo de dientes que había colocado en el borde del lavabo del cuarto de baño.
Extendió la mano y agarró un puñado de su camiseta, arrastrándola hacia él para un beso de menta. —Buenos días —dijo antes de quitar un poco de pasta dental con su pulgar.
—Buenos días. Gracias por… —Ondeó una mano, señalando la camiseta y luego el área general de su cara.
Sonrió. Paula nunca había sido muy locuaz por la mañana. —De nada. ¿Café?
—Dios, sí.
Le sirvió una taza y la dejó en el bar mientras se deslizaba en una silla, luego añadió una cucharada de crema y esperó a ver si había hecho bien. Agarró una cuchara y lo revolvió algunas veces antes de levantarla a sus labios para beber un sorbo vacilante.
—¿Cómo suena un omelet con un montón de queso y verduras?
—Como el cielo, sólo que sin cebollas o espinacas, por favor. —Empezó a tomar otro trago de café, y luego con una mueca dijo—: O tomates o champiñones.
Pedro rió, sacudiendo su cabeza. —Un omelet de queso, enseguida.
Mientras batía los huevos, ella masticaba un trozo de tocino. —Me alegro de ver que no te convertiste en uno de esos chefs tercos de la salud frutal que están todo sobre el tofu y la soja.
—Estoy todo sobre el sabor, nena. Trae la manteca y al cerdo gordo.
Lo apuntó con su tira de tocino. —Veo grandes cosas en tu futuro, joven padawan.
—Hablando del futuro… —Cuando alzó la vista, se congeló a mitad del bocado—. Mateo está planificando las primeras etapas de otro restaurante.
—¿Sí?
—En Buckhead. Ya encontró el lugar.
—Guau, lujoso.
—Más lujoso que Bite. —Pedro vertió los huevos en una sartén—. El menú no va a cambiar mucho, más que nada el nombre y la atmósfera.
—Podrá incrementar los precios y los residentes de Buckhead ni pestañearían.
—Está eso también.
—Entonces… ¿Contratará a otro chef para el nuevo lugar o… él lo…?
—¿Lo dirigirá él mismo?
Asintió.
Es cierto que Pedro estaba hostigando a Paula para calcular su interés en su futuro, o más bien la posibilidad de que tuvieran un futuro. Mateo dio a entender que le podría gustar que Pedro dirigiera finalmente el nuevo lugar, y Pedro estaba interesado, pero no si eso significaba que causara problemas para él y Paula. No cuando su relación reavivada permanecía tan frágil como las cáscaras de huevo que acababa de romper.
—A Mateo le gusta la ciudad. —Le añadió el queso a su omelet—. Mencionó hacerme el chef principal del nuevo lugar.
Paula agarró su taza como si estuviera tratando de calentarse las manos, mirando su café.
Cuando volvió a hablar, sus palabras fueron cuidadosamente elegidas y exactamente lo que él esperaba que dijera. —Eso sería genial para ti.
Agarrando un plato del armario, deslizó el omelet sobre él y lo dejó delante de ella, luego colocó un tenedor y una servilleta. —Hay algunos muy buenos hospitales en Buckhead. Está Piamonte y el Centro Shepherd y…
—No —dejó escapar un suspiro tembloroso, negando—. No puedes tenerme en cuenta para cada decisión que tomes, Pedro.
—¿Qué si quiero tenerte en cuenta?
Se paró bruscamente y rodeó la barra para detenerse frente a él. Sus manos se cerraron en puños a los costados. Sus profundos ojos verdes ardían. Por un momento pensó que podría estar a punto de darle un puñetazo. —No tienes que hacerme esto de nuevo. ¡No puedo dejarte regresar de nuevo a mi vida, sólo para verte salir de ella por segunda vez! No creo que pudiera sobrevivir a ello. —Lágrimas se derramaron de sus ojos, se apartó, saliendo disparada fuera de la cocina.
—Mierda. —Eso se había vuelto épicamente en su contra—. ¡Paula, espera!
La perdió en su apartamento hasta que la oyó hurgar en la lavandería. Cuando llegó a su lado, estaba temblorosamente fregando la ropa, todavía húmeda y arrugada por la lavadora.
—No te vayas —dijo.
Aspiró, tratando de meter un pie en sus pantalones mientras se equilibraba con el otro. Alejó sus manos y envolvió sus brazos alrededor de su cintura por detrás mientras ella luchaba por sacárselo de encima. Todo lo que logró fue que se aferrara con más fuerza.
Cuando dejó de retorcerse, enterró el rostro en su cabello. —Escúchame. No te estoy dejando de nuevo, ¿de acuerdo? Sé que jodí todo y que todavía no confías en que no voy a herirte por segunda vez, pero todo lo que puedo hacer es demostrarlo. Para poder hacer eso, tienes que estar alrededor para observar.
La sostuvo hasta que sintió la rigidez de sus músculos yéndose lentamente, e incluso entonces no la soltó, sólo aflojó un poco su agarre.
—Deberíamos poner fin a esto ahora, antes de que las cosas se pongan más intensas y se nos salgan de las manos. No es justo de mi parte impedirte una promoción, y no es justo que pongas ese tipo de peso sobre nuestra relación cuando no te harás cargo de ella tan pronto.
—Está bien, admito que traer a colación el trabajo era injusto y estúpido. Quería medir tu reacción a la posibilidad, y no lo pensé hasta el final. Lo siento por eso, pero al menos sabes que soy honesto contigo.
—Me gusta la ciudad, también —dijo en voz baja—. Me gusta mi hospital.
Susurró en su oído—: ¿Todavía te gusto?
Cuando no respondió de inmediato, besó su hombro, donde la camisa se había deslizado hacia abajo por su brazo, rozando su barbilla sin afeitar sobre su piel sólo para sentirla temblar en su contra.
—No peleas justo —se quejó.
—Te ofrecí darme una paliza.
—Y tal vez todavía quiero dártela. —Se giró en sus brazos, aplanando sus manos en su pecho—. Por supuesto que todavía me gustas, pero no más minas terrestres, ¿de acuerdo? No soy buena con las sutilezas, y no seré la razón por la que rechazarás un trabajo que te mereces.
—Buckhead es accesible en auto, sabes.
Arrugó su cara. —Tal vez para ti lo es.
Besó su boca. —Maldición, extrañé tu obstinado trasero.